El melón sucesorio
No es el momento oportuno para plantear y menos aún para debatir la sucesión de los presidentes José María Aznar, en el Gobierno español, y de Eduardo Zaplana en esta autonomía. Queda mucha tela por cortar todavía en la presente legislatura y, con toda seguridad, a ninguno de los dos le resulta grato que se le anticipe este asunto. Sin embargo, como ambos tienen declarado que se retirarían al cumplir el segundo mandato consecutivo, no ha de extrañarnos tanto que se haya suscitado en los cenáculos mediáticos y, consecuentemente, en los partidarios. Incluso el gurú periodístico del Partido Popular, Pedro J. Ramírez, ha formulado estos días su dictamen al respecto: Rodrigo Rato, ha dicho, es el candidato más capacitado para ocupar La Moncloa en tanto que el Molt Honorable valenciano, que es muy joven, deberá esperar su ocasión hasta que se acredite como un gallo entre los políticos de Primera División. Por ahora -ha dicho también-, sólo es el campeón de la división de plata.Así las cosas, ¿qué podemos conjeturar acerca del titular de la Generalitat? ¿Arrojará la toalla, coherentemente con su compromiso? Las respuestas que se captan en su entorno van decantándose perceptiblemente en sentido contrario. O sea, hacia la renovación de un tercer mandato. Quizá confluyan en ello el hambre y las ganas de comer, pero tampoco faltan motivos menos interesados, digamos objetivos, para pensar que tal sea la apuesta ganadora. Por lo pronto, el razonable pronóstico de que las urnas volverán a serle favorables y hasta generosas. La oposición anda desarbolada y no hay indicios confortantes de que en 2003 esté utillada para el relevo.
Por otra parte, y aunque sea prematuro aludir a este aspecto, no se avizora un candidato popular con hechuras y garantías para recoger el testigo y defender la plaza con la misma holgura electoral. Podríamos citar unos pocos nombres y alguno con una trayectoria brillante, pero ninguno de ellos resiste la comparación con el líder, hoy por hoy dueño y señor incontestado en el partido. Añádase a ello, además, que si un líder no se improvisa, menos aún se consigue fácilmente que, tratándose de uno periférico y valenciano, llegue a labrarse un sólido crédito en las crujías madrileñas, como es el caso de Zaplana, sin cuestionar aquí el precio y los medios empleados para ello. Crédito que, por más que nos pese, se proyecta en esta Comunidad, revalorizando al personaje. Nos gustaría que fuera al revés, esto es, que la única y mejor credencial fuera el aval de representar al País Valenciano, pero no lo es. El citado colega periodista ha expresado las jerarquías desde la óptica centralista al uso.
Cierto es que, aun con todos estos triunfos en la mano, Zaplana podría decidir marcharse, dejando tras de sí una gestión positiva y ampliamente reconocida, sin contar con el raro y admirable precedente voluntariamente establecido de limitar a dos mandatos la presidencia del Consell. Siendo como es un animal político con renombre nacional nunca le faltaría un destino pertinente, como un ministerio o cualquier sinecura europea. Una suerte de espera de alto confort para rodarse en las complejidades de la política estatal y acometer a su tiempo la gran empresa de constituirse en primus inter pares con los Rajoy, Arenas, Acebes, Mayor Oreja y demás prohombres de esa cuerda. El caballero anda bien provisto de ambición, suerte, destreza y no le acosa la edad.
Pero tan bucólico desenlace conlleva, junto al gran riesgo de que se rompa el cántaro de los cálculos y se acabe en el ostracismo, la más que previsible certeza de poner en un brete la primacía del PP en esta autonomía. Y esa alternativa es una vicisitud que difícilmente pueden asumir los aludidos pares, impares y cofrades de Zaplana. De ahí que, a petición de los suyos y por el imperio de las circunstancias, el presidente repetirá, pues con las cosas de comer no se juega. Ese y no otro es el melón sucesorio por estos pagos. Al tiempo.
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