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¿Alguien sabe lo que piensan en el Este?

Soledad Gallego-Díaz

La cumbre de Niza se recordará posiblemente por dos cosas: haber dado luz verde a la ampliación de la UE al centro y al este de Europa; y haber ayudado a debilitar el papel de la Comisión, un organismo, único y extraño, al que el Tratado de Roma encargó defender, de forma independiente, los "intereses comunitarios y la voluntad integradora europea".Niza ha situado a la Comisión en uno de sus momentos menos brillantes y ha asegurado el camino a la "intergubernamentalidad" (el poder concentrado en manos de los jefes de Estado y de Gobierno) como el más efectivo y realista mecanismo de funcionamiento de la UE. Los que temían, en el Reino Unido o en Estados Unidos, una Europa dirigida hacia una unión política no tienen, francamente, nada por lo que preocuparse.

La única duda podría plantearse en relación con los doce nuevos miembros ¿Qué Europa defenderán ellos?, ¿qué grado de integración desearán?, ¿se unirán a los euroescépticos? ¿con qué modelo se sentirán más cómodos?

En Niza nos hemos enterado de cuántos votos tendrán Polonia, Hungria, República Checa o Lituania en futuros consejos europeos, pero seguimos sin saber gran cosa sobre cómo piensan utilizarlos. Las señales que llegan de Varsovia, Budapest o Praga indican que se trata de países que, quizás porque han recobrado su soberanía hace muy poco, sienten escasa simpatía por las estructuras políticas supranacionales y, sobre todo, que sus incipientes economías capitalistas se sienten amenazadas por muchos de los mecanismos sociales europeos. La mayoría de sus gobiernos desarrollan políticas neoliberales y profesan una gran admiración por el sistema económico de Estados Unidos. Son sociedades que acuden poco a las urnas ( 47,9% en las parlamentarias de Polonia; 50% en las de Hungría), que desconfian de los partidos (un 65% de los ciudadanos, como media, no les tiene ningún aprecio) y cuyos sindicatos son extraordinariamente débiles, sobre todo en las empresas de nueva creación. Y desde luego, son países que sueñan más con la OTAN y con Washington como aliados y valedores de su seguridad que con un euroejército o con una política europea de relaciones exteriores

Un reciente estudio elaborado por el profesor Franciszek Draus afirma que para la mayor parte de los países del centro y del este de Europa entrar en la UE supone, primero, un derecho histórico; segundo, la manera de asegurar una dinámica de crecimiento económico, con inversiones directas y con acceso a los fondos de solidaridad de la Unión; y tercero, una red de estabilidad política. Casi nunca aluden a una integración que tenga aspectos políticos. De hecho, cuando a principios de 2000 se pidió a Polonia, República Checa y Hungría que dieran su opinión sobre las reformas que se iban a discutir en Niza, los tres países se mostraron desconfiados sobre la reducción de la capacidad de veto de los países miembros y sobre la cooperación reforzada.

Draus explica que la actual UE y sus futuros miembros hablan y piensan en lenguajes distintos. "Ésta es una ampliación con características diferentes a las anteriores y con divergencias estructurales que deben ser analizadas sin cinismo, y sin romanticismo", asegura. Los países del centro y este de Europa defenderán muy probablemente el "intergubernamentalismo" de Niza. Baste recordar una resolución aprobada por el Senado polaco en 1998, que todas las cancillerías tienden a olvidar: "La Comunidad Europea se va a seguir desarrollando con respeto a la soberanía exterior e interior de los pueblos y Estados miembros y el papel de las instituciones supranacionales se limitará exclusivamente a la ejecución de la política decidida por los Gobiernos de dichos estados (...) El Estado nacional soberano seguirá siendo el sujeto principal de la vida social, económica y política en la Unión Europea". Ni Tony Blair lo hubiera dicho más claro.

solg@elpais.es

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