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¡Silencio!

El Ayuntamiento de Madrid va a mandar callar a los ciudadanos a base de multas por hacer ruido que pueden llegar hasta las 150.000 pesetas. Es un sistema clásico, como cuando te echaban de clase por hablar cuando era impuesto un silencio innegociable o te separaban del juego en el recreo cuando la excitación se desbordaba y te ponías a chillar como una loca. En concreto, 150.000 pesetas será el precio a pagar por circular sin silenciador en coche o en moto, de día o de noche. Me parece muy bien, porque esos artefactos dirigidos por energúmenos producen un ruido insoportable.Pero el más irritante de los ruidos urbanos, puesto que además no dura esos segundos de exhalación durante los que una moto grosera pasa a tu lado y va alejándose como el mejor de los adioses, es el estruendo producido por los taladros mecánicos. Los madrileños conocemos muy bien esa violencia. Dado que esta ciudad es la reina de las contratas sucesivas y eternas, si no es por hache es por be tenemos la calle levantada, o la de al lado o la de atrás o la de enfrente, así que no nos queda más remedio que convivir con el torturador estrépito de las taladradoras. Las ordenanzas municipales señalan que durante el día los índices de ruido permitidos no pueden superar los 65 decibelios o sobrepasarlos en 3 decibelios durante más de cinco segundos. Nuestro familiar taladro mecánico produce 100 decibelios. Luego el taladro es sancionable. ¿Significa eso que se avecina el fin de la era taládrica? ¿Pondrá el Ayuntamiento multas a sus propios y consecutivos contratados? ¿Se automultará asimismo el Ayuntamiento, en un ejemplar acto de contricción pública?

Como siempre, lo de la noche ya es otro cantar, y nunca mejor dicho, ya que las multas ascenderán hasta 50.000 pesetas en los casos de dar voces, cantar en la calle o permitir que ladre un perro de modo que supere los niveles permitidos. Me parece todo fenomenal, pero vamos por partes.

En lo que a dar voces se refiere, considero la medida como una paso adelante en la educación cívica de este país, tan propenso a alzar la voz como si de una demostración de hombría se tratase. Porque, ¿quiénes dan voces de noche? Si uno se da un garbeo por el Madrid noctámbulo, comprobará que las voces altisonantes y disonantes suelen provenir de esas pandillas de machotes cuya camaradería evoca esos viejos tiempos en los que el hombre gustaba de estrechar lazos biológicos con el oso, y cuanto más feo, más bravucón y más bronco, mejor. En su primitiva necesidad de sublimar instintos naturales (aparearse) o antisociales (pelearse con el macho del al lado, por ejemplo, por culpa de algo relacionado con el apareamiento), optaban por cogerse una cogorza y dar voces para matar dos pájaros de un tiro, evitando, por un lado, delitos mayores y, por otro, que pudiera ponerse en duda su nivel de testosterona. Actualmente, el macho bramador es una especie en extinción, pero aún queda bastante ejemplar suelto a quien su renuencia a la conversación puede costar unas 50.000 pelillas.

En cuanto a los cantarines nocturnos, éste es el grupo de riesgo de multa que me llena de mayor regocijo. Porque, a estas alturas, ¿quién canta de noche (aparte de los integrantes del cacofónico grupo anteriormente citado)? Le doy vueltas, le doy vueltas, a la noche madrileña, tan instrumental, y hete aquí que ante mis ojos aparece (vade retro y toco madera, porque da mala suerte): ¡la tuna! ¡la tuna universitaria ésa, habitualmente integrada por señores que aparentan llevar veinte años matriculados en segundo! No quepo en mí de gozo: al fin sancionada, multada, condenada semejante anacrónica y horrísona asociación. Me siento una con mi Ayuntamiento (alguna vez tenía que ser). Pero, ¿50.000 pesetas? ¿Sólo? Será por cada uno de ellos, supongo (y entro en crisis de avaricia municipal y me pongo a multiplicar, porque los tunos, como las desgracias, nunca vienen solos). Lo que yo daría por toparme con la Patrulla Verde, sonómetro en ristre, exigiendo a los tunos que repitan el flagrante estribillo a ver si se han pasado de decibelios. Tendré que frecuentar ciertas zonas.

Y ahora los perros, los perros ladradores poco mordedores. Los conozco. No suelen ladrar con insistencia a no ser que estén siendo maltratados (confinados en la terraza, atados en el jardín) o estén solos demasiado tiempo. No estaría mal que castigaran a sus dueños. Aunque sospecho que terminen pagando perros por pecadores.

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