Bush, pero menos
George W. Bush será el 43º presidente de Estados Unidos. La larga batalla poselectoral, más fatigante que la propia campaña de los comicios, ha durado cinco semanas largas y ha devenido más en una pelea de abogados que de políticos. El Tribunal Supremo ha rechazado finalmente el recuento de 43.000 papeletas dudosas del decisivo Estado de Florida, lo que supone sancionar la derrota de Al Gore, que esta pasada madrugada reconoció la victoria de su rival. El hijo del que fuera presidente republicano ocho años atrás ha resultado vencedor. Sin embargo, el nuevo primer mandatario llega devaluado a la Casa Blanca y tendrá que poner todos sus esfuerzos iniciales en lustrar una legitimidad empañada. Gore ha obtenido más votos en el conjunto de Estados Unidos, pero las reglas de juego diseñadas en la Constitución federal le han dado a Bush la mayoría en el Colegio Electoral, que el próximo lunes ha de designar al vencedor. Después de más de 100 años, vuelve a instalarse en la Casa Blanca un presidente sin una mayoría de votos populares. Para disipar toda duda y evitar hipotecar la legitimidad del cargo con mayor poder en el mundo actual, seguramente se tenía que haber procedido a un recuento general en Florida. Ha habido tiempo para hacerlo. Pero tampoco podían aplicarse diferentes sistemas de validación de las papeletas, como ha resuelto el Supremo.
Es hora de recordar que no da igual que haya ganado uno u otro. Los programas políticos de Bush y de Gore eran distintos, y más aún lo son sus talantes. Algunos rasgos de Bush resultan preocupantes. Así, en estos últimos días, mientras Clinton aplazaba seis meses la ejecución de un reo para dar tiempo a la justicia a volver a examinar el caso, Bush confirmaba, como gobernador de Tejas, la enésima pena de muerte, y su hermano Jeb hacía otro tanto en Florida.
Demasiados litigios jurídicos han jalonado esta larga disputa. Gore, aunque sigue siendo vicepresidente hasta el 20 de enero, es ya el pasado. Con Bush como ganador, es hora de mirar al futuro. La pelea en los tribunales ha retrasado el proceso de traspaso de poderes, aunque no se ha llegado a ninguna situación excepcional. Bush había ya empezado a recibir de la CIA información sobre seguridad nacional, y gran parte de los previsibles integrantes de su equipo son gente experimentada en la Administración, precisamente durante el mandato de su padre, comenzando por el probable secretario de Estado, general Colin Powell, jefe del Estado Mayor durante la guerra del Golfo.
De momento, hay presidente; habrá que esperar a que defina su política. Como ha recomendado el Supremo, habrá de impulsar una mejora profunda en la técnica electoral para que no se repita lo ocurrido. Cabe esperar que Bush haya aprendido algo en estas últimas semanas. En la campaña se presentó como un político dialogante, arquitecto de consensos. Debe ahora propugnar políticas integradoras, haciendo suyos algunos postulados de los demócratas, por ejemplo, en materia social. Va a necesitarlo si se confirma que la economía de EE UU entra, con mayor o menor brusquedad, en un periodo de enfriamiento. La tentación de los republicanos en el Congreso puede ser diferente. Aunque están empatados en el Senado con los demócratas, el voto de calidad del vicepresidente Cheney les asegura la mayoría, a la vez que controlan la Cámara de Representantes y la Casa Blanca. La omnipotencia sería un error en el que el presidente republicano debe evitar caer. Va a tener que esforzarse mucho para que, en el ejercicio de su cargo, no se eche de menos a ese gran político que es Bill Clinton, que, de haber podido presentarse a un tercer mandato, y pese a los escándalos, habría ganado de calle.
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