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La astuta Europa

Sami Naïr

El Consejo Europeo de Niza ha concluido con un resultado a la medida de la astuta Europa de hoy. Cada uno de los Estados implicados ha obtenido más o menos lo que buscaba. La batalla giraba alrededor de varios objetivos: la composición de la Comisión, la nueva ponderación de los votos en el Consejo, la ampliación del ámbito de actuación de las decisiones tomadas por mayoría cualificada, la flexibilización de la cooperación reforzada y por último la composición del Parlamento Europeo. Las demás cuestiones del programa (Carta de derechos fundamentales, agenda social, creación de una Autoridad alimentaria, cuestiones de seguridad marítima...) se trataron con rapidez y las decisiones se adoptaron en la apertura de la cumbre. Hay que decir que en ellas no estaban en juego grandes parcelas de poder.La Comisión no tendrá un techo como se había planteado hasta hoy. Los grandes Estados han accedido a renunciar a un segundo comisario pero los Estados pequeños han defendido ávidamente su presencia permanente en esta institución. La Comisión Europea ampliada podrá tener, pues, hasta 27 comisarios, lo que hará que su tarea sea más laboriosa y sus decisiones más lentas.

El núcleo de la batalla era el nuevo reparto de votos entre los Estados miembros en el Consejo. Alemania, Francia, Italia y Reino Unido salen con el mismo número de votos (29). Así pues, no ha habido ese "descolgamiento" deseado por Alemania. Los Estados pequeños han rechazado hasta el último momento un reparto desfavorable. Se han salido con la suya parcialmente. No obstante, Bélgica ha tenido que ceder y aceptar el encontrarse con un voto menos que Holanda.

Este acuerdo global sólo ha podido lograrse a cambio de una serie de concesiones a Alemania y a los Estados pequeños. A partir de ahora, una decisión tomada por mayoría cualificada sólo podrá lograrse bajo tres condiciones: reunir una mayoría de Estados, es decir, 14 sobre 27 (concesión a los Estados pequeños), reunir una mayoría cualificada de votos (entre el 71% y el 73% de los votos en función de la ampliación) y, por último, representar al menos al 62% de la población total de la Unión (concesión a Alemania que, así, puede bloquear una decisión con la ayuda de sólo otros dos Estados grandes). Queriendo satisfacer a todo el mundo, se llega a un sistema de decisión tan complejo que corre el riesgo de no funcionar. El futuro nos lo dirá.

El tercer objetivo, el del ámbito de extensión de las decisiones por mayoría cualificada, más que lograrse se ha esquivado: Alemania ha logrado que las decisiones sobre inmigración y asilo sigan siendo tomadas por unanimidad; Gran Bretaña ha obtenido lo mismo respecto al sistema fiscal y la política social, Francia sobre los servicios (sanidad, educación, propiedad intelectual) y España sobre las ayudas regionales. Así pues, cada cual se ha abierto su hueco. Es la Europa "gruyère".

La flexibilización de las cooperaciones reforzadas, cuyo principio ya había sido tomado hace tiempo, también ha resultado decepcionante: Gran Bretaña, sin duda instigada por Estados Unidos, se ha negado en el último momento a ampliar la cooperación reforzada a la defensa. Es un parón para la Europa de la seguridad común.

Por último, otra concesión hecha a Alemania: en la Europa ampliada, la composición del Parlamento estará ampliamente dominada por este país. El número de parlamentarios alemanes permanecerá estable con 99 diputados mientras que franceses, británicos e italianos perderán 15. Los demás países también perderán, salvo Bélgica que gana dos. Sea como fuere, Alemania controlará de este modo las dos grandes formaciones del Parlamento: los socialdemócratas y los conservadores. Así pues, tendrá mayor peso en todas los temas objeto de una toma de decisión conjunta y la ampliación de su influencia dependerá, en el futuro, de los nuevos sectores que podrán estar sometidos a la mayoría cualificada en el Consejo y, posteriormente, a la decisión conjunta en el Parlamento. Efecto perverso: ¿Les interesará a las demás naciones la ampliación de los poderes del Parlamento? ¡El simple hecho de plante a esta pregunta es en sí una respuesta!

Más allá del mercadeo están los problemas de fondo. En primer lugar, en vista de los ajustes institucionales decididos en Niza (Comisión pletórica y nuevas condiciones sometidas a la mayoría cualificada en el Consejo), la ampliación bloqueará con toda seguridad la maquinaria de decisión europea. En segundo lugar, aunque los grandes Estados conserven su hegemonía en el nuevo reparto de votos en el Consejo con el mantenimiento de la paridad francoalemana, está claro que se perfila un nuevo equilibrio en beneficio de Alemania. El refuerzo de su presencia en el Parlamento, la introducción del aspecto demográfico en la toma de decisiones del Consejo y el acuerdo sobre la convocatoria de una nueva conferencia intergubernamental en 2004 sobre el reparto de poderes entre Comunidad y Estados miembros son las principales victorias de un Estado que puede en un futuro influir considerablemente en la evolución de Europa, sobre todo con la alianza de los píses nórdicos y del Este. Las reacciones que podrían resultar de ello son imprevisibles...

En realidad, todo ello pone de manifiesto una crisis en la construcción europea. La responsabilidad no incumbe a ningún Estado en particular. En el contexto actual, la Presidencia francesa ha intentado tener en cuenta los intereses de todos. ¿Se podía hacer más? Sí, con la condición de contar con un proyecto que fuera compartido por todos y que rompiera con una visión estrictamente económica y liberal de la construcción europea.

Es evidente que, después de Niza, Europa ha renunciado a existir como proyecto social, como comunidad de defensa, como espacio de solidaridad con el Sur. Se limita a ampliar el mercado a los países del Este. Se apoya cada vez más en la cooperación intergubernamental, lo cual es bueno, pero sólo tiene sentido si conduce a la construcción de un espacio político común. Digámoslo claramente: Europa no tiene ningún proyecto político propio. Hay que invertir el método: más allá del mercado, crear un espacio público de debate europeo; reflexionar sobre el modelo institucional sui géneris que debe ir más allá de la visión metafísica federalista y de la concepción confederal; establecer los límites de una asociación con el Sur (el Magreb y África), con Rusia, y favorecer una dinámica de apertura más amplia hacia India y China. En definitiva, hay que hacer política, en el sentido noble, para crear un proyecto común y no limitarse a los intereses políticos de tal o cual Estado. Hacer política es alejarse tanto de la teoría económica liberal como de la utopía abstracta. Hacer política es elaborar un proyecto realista, civilizador, articulado en torno a los intereses prácticos y concretos de los ciudadanos y no únicamente alrededor de los márgenes de beneficio de las multinacionales europeas. Tener un proyecto equivale hoy a pensar la Europa europea.

Sami Naïr es eurodiputado por el Partido Socialista francés.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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