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Tribuna
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Bombillas en Navidad

Mientras Bilbao enciende sus cuarenta y cinco mil bombillas navideñas, y no sé cuantas brillarán en el resto de las localidades de Euskadi, y tiendas y grandes almacenes se preparan para su gran campaña de ventas, cientos de personas sobreviven, por amenazas del terrorismo, acompañadas por escoltas. La Europa feliz y el Beirut más sórdido sin distancia ni mediación. ¡Esto es Euskadi!Unos hablan, pasean, comen con los amigos, y otros se callan y sólo esperan que les dejen votar. Porque el voto, a pesar de tanto interventor electoral escudriñador, sigue siendo secreto. Unos sólo pueden superar su angustia votando, pero los que hablan, pasean y comen con los amigos, en una insultante exhibición de libertad y seguridad, consideran que unas elecciones crisparían aún más el ambiente y que no arreglarían nada. Por lo menos dejarían expresarse a los que callan, amén de abrir posibilidades de futuro.

Vistas así las cosas, desde esta perspectiva tan deprimente, puede resultar hasta seductor poder alcanzar algún día el estatus de alemán en Mallorca, aunque uno sea de su tierra. A los alemanes se les deja en Mallorca en paz, se les respeta, y los camareros se esfuerzan en hablar en alemán. Aquí todos los camareros saben castellano, lo que permite pensar que los trabajadores de hostelería también acaben siendo alemanes en Mallorca.

El problema está en la dinámica que se va a seguir, en qué tropelías se van a cometer para forzar a ser alemanes o apátridas a los que no deseen quedarse sólo con la patria chica. Qué desgarramientos sociales y personales para que, en el país de las cuarenta y cinco mil bombillas de Bilbao, de repente, te empiecen a tramitar el traslado de nacionalidad. Empezarían a apagarse las bombillas, los grandes almacenes dejarían sus campañas de ventas, se trasladarían centros financieros, todo iría volviéndose de un gris tristón, como los aledaños del gueto de Varsovia, y mucha gente, antes de pasar por el trámite forzoso del cambio de nacionalidad, cambiaría de país yéndose a vivir al Mediterráneo, como ya lo está haciendo. Además de los vacos-vascos, sólo quedarían los cabrones irreductibles, cabezones a sueldo de Madrid, intelectuales deseosos de convertirse en apátridas y vagabundos usuarios de albergues de beneficencia.

Pero es que, en el fondo, salvo jóvenes alocados y mayorcitos que no se quieren enterar de que Franco murió hace veinticinco años, no se cree nadie lo de los alemanes en Mallorca. Lo que ocurre es que esos jóvenes alocados y mayorcitos son capaces de matar por esas ideas que no se cree nadie. Y como, precisamente, no se las cree nadie, tienen que matar para que se las crean, para que ganen credibilidad. Entonces se constata, porque hay muertos, que Euskadi está en conflicto, y para resolver el conflicto hay que aceptar la independencia y convertir en alemanes en Mallorca a los que piensan diferente.

En la Euskal Herria nacionalista no habrá tranquilos alemanes en Mallorca; de hecho, ya no los hay, van con escolta. Porque para conseguir eso los nacionalistas tendrán que desmochar, talar, y esculpir la nueva realidad (lo están ya haciendo) con tajos de violencia que no dejará tranquilo a nadie. El proceso no es nada nuevo. Si los nacionalistas lo consiguen, lo alemanes que sobrevivan no estarán en las terrazas de los cafés sino en lugares lúgubres en cuya entrada se podrá leer: "El trabajo libera", es decir, en campos de concentración.

No es nada nuevo. Si los alemanes ahora pueden gozar de Mallorca es porque hace tiempo, cuando los rusos entraron en la Cancillería de Berlín, descubrieron escarmentados por el choque de la derrota los horrores del nacionalsocialismo, de la nueva raza, de los pueblos predestinados por la Historia. Y entonces apostaron en la democracia creando un buen sistema de pensiones, vacunados contra la mentira, y en las terrazas de Mallorca, sin estridencias ni agresión, pidiéndose perdón a sí mismos, esperaron, pasito a pasito, el desmoronamiento del muro de Berlín. Esperemos que las bombillas iluminen Euskadi.

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