En el planeta Tierra
CATEGORÍA ESPECIAL
El carácter en el deportista es un IVA, una tasa de valor añadido para el éxito; algo que le hace ir más allá, y que, en lo agónico, es capaz de dar una respuesta a lo que racionalmente puede carecer de ella. Mucha más química que física. Por eso, no hay que confundirlo con la tenacidad, con la simple aunque enconada brega, ni, sobre todo, con la mera satisfacción masoquista de morir peleando. El deportista con carácter nunca se resigna a sólo perder con honor, y deplora, de rabia dirigida contra sí mismo, cualquier avatar de la derrota.
La complacencia es el mayor enemigo del carácter. El tenista norteamericano John McEnroe fue el arquetipo de ese modelo de competidor, lo que no significa que el deportista con carácter haya de carecer de las más apropiadas maneras.
Está igualmente excluido que el jugador pueda declararse panzudamente encantado con la vida, especialmente tras perder en sets pelados contra quien sea, tanto si se trata de una primerísima línea o de una joven y arrolladora promesa; como tampoco que se dé por buena una eliminación en segunda ronda, para afirmar con satisfacción de rentista que se está "en mejor forma que nunca"; o, aún peor, cuando se anuncia, como quien viene del astrólogo -hasta varias veces en una misma temporada- el regreso inminente a los mejores resultados.
El deportista con carácter no puede sentir compasión, ni halago consigo mismo. Cuando está llegando, masculla por cada día que le falta para coronar la cúspide, y cuando ha iniciado ya el viaje -que nunca ha de dilatarse demasiado- de vuelta a las clases no heroicas de la sociedad, practica la escéptica elegancia de quien sabe que el tiempo ha terminado. El checo-americano Ivan Lendl vivió una temporada esa vicisitud.
España tuvo una tenista a la que el carácter resarcía de manera formidable de todo aquello que pudiera faltarle. Pero nada dura para siempre, y es posible que su acopio de ese logaritmo del talento fuera tan grande que no quedase cuota suficiente para otras de su generación.
Alex Corretja, en quien podría radicar la clave del éxito en la eliminatoria contra Australia, es el tenista de mejores resultados y más promesa por cumplir de Orantes a esta parte -aunque siempre a la espera de la resurrección de Carles Moyá-. Lo que en él prima, aparte del gran juego en poderosas rachas que lo transustancian como un viático, es una enorme capacidad de sacrificio, si bien preñada de una duda terminal sobre sí mismo. Siempre tan razonable en la victoria como en la derrota.
Esta final de la Copa Davis, que se libra por fin con los pies en la tierra, puede que se gane con facilidad; los australianos no están acostumbrados a jugar en la superficie planetaria, y les falta la paciencia concentrada de ver cómo la bola bota perezosa sobre el suelo. Pero, nada hay decidido con tan pugnaces competidores como Pat Rafter y Lleyton Hewitt. Por ello, sería una pena que ese remate de la voluntad que llamamos carácter no hiciera la diferencia para el tenis español de una famosa ensaladera. Hoy es el día para que esa forma extrema de la convicción no le falte.
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