Atando cabos
En la España derechizada de aznaritas, zaplánidos, gonzalezcos y zapateruelos (¿será que la z confiere carácter?), el hecho de ser alguien que no aspira a prebendas de la Administración tiene sus ventajas. Una de ellas, quizá la mayor, es el no verse obligado a adular a los señores que gobiernan o gobernarán. Otra, imprescindible a la hora de escribir columnas como ésta, es que desde la oposición se puede ejercer el viejo refrán del "piensa mal y acertarás", refrán que no resulta un método provechoso de andar por la vida, es cierto, pero que aplicado a nuestros políticos profesionales ofrece la garantía de dar en el blanco.No, no me los creo, quizá porque aprendí a leerlos en tiempos del generalísimo y ninguna gesta posterior, por muy democrática que pareciese, me ha hecho cambiar de opinión. ¿Cómo no desconfiar de Zaplana, por citar al más próximo, si todo el mundo sabe que vino a esta plaza para hacerse rico, pues él mismo, pensando que nadie escuchaba, lo afirmó con esos labios mortales que se comerá la tierra?
Basta con no fiarse de algunos políticos para que resulte fácil descifrar sus intenciones. Por ejemplo, acabo de leer en la prensa que la Consejería de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana ha decidido privatizar la gestión de los jóvenes menores de edad internados en régimen cerrado por orden judicial. Veamos dónde está el truco, me digo de inmediato, ya que el consejero es un tipo listo, pero turbio: Rafael Blasco suele cambiar de afinidades como de camisa (estuvo ayer en el PSOE, está hoy en el PP y quién sabe si estará mañana en el Partido del Niño Jesús).
Al estudiar este asunto uno se da cuenta de que algo no cuadra. Desde que Reagan, a la sazón gobernador de California, decidió que el Estado ha de ceder terreno a la empresa privada, los niños pobres de aquel paraíso ya no reciben un vaso de leche al llegar a la escuela, vaso que para muchos de ellos era el único del día. Se ve que Blasco -un neoliberal de libro de texto- ha bebido en las fuentes reaganitas, por mucho que hoy insista en que la felicidad de los jóvenes desprotegidos de Valencia pasará a través de una compañía privada sin ánimo de lucro. ¿Conoces tú, lector amigo, a algún empresario que ponga su fortuna a trabajar por amor a la humanidad? Yo, desde luego, no.
Pero sigamos atando cabos: para empezar, Blasco no renuncia a las ventajas del dinero público -que es gratis y está a su alcance-, ya que los gastos de mantenimiento de los jóvenes y del complejo que creará en Burjassot correrán a cargo del Consell, mientras que los samaritanos caritativos que obtengan el contrato de marras se ocuparán de dirigir el quiosco y del personal. Algún dinerito ganarán a cambio, digo yo, porque en Alicante ya funciona este negocio privado y, ¡oh, casualidad!, la empresa Diagrama, que gestiona allí el centro de reeducación de menores, se encuentra entre los candidatos con más posibilidades de ganar el nuevo concurso, al que sólo se puede acceder por invitación expresa de la Generalitat. ¿A qué zaplánido pertenecerá Diagrama?
Si yo fuera un joven valenciano en dificultades empezaría a preocuparme seriamente por el futuro de mi tortilla de patatas, ya que esta gente es peor que el caballo de Atila.
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