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Una diva subastada

Los admiradores de María Callas pagan cifras millonarias por los bienes de la soprano griega

El mercado no perdona. María Callas murió en 1977 siendo la voz del siglo, la prima donna assoluta, la diva o diosa de quienes celebraban el culto a la belleza y al arte como una religión laica puesta en marcha durante el romanticismo. Ahora los objetos de dicha devoción han sido subastados entre admiradores fetichistas dispuestos a pagar más de un millón de pesetas por un corsé de seda violeta, casi dos millones por una mecha de pelo de la cantante o, lo que es peor, 75.000 pesetas por un telegrama del director Franco Zeffirelli.Esta gran subasta de más de 2.000 objetos que pertenecieron a la Callas se ha efectuado en Drouot, una sala de París, ciudad que la vio morir. El lugar elegido está situado en una de las grandes calles de la moda de la capital francesa y resulta muy adecuado para una colección en la que destacan los abrigos de chinchilla de Biki, los boleros en visón blanco, los sombreritos en muselina roja, los ligueros Christian Dior, las medias sin costura de nailon negro, las cintas para recoger el pelo o los abrigos en visón azulado de Jassel.

El conjunto de efectos vinculados a la vida de la diva debía servir para recaudar más de 150 millones de pesetas, previsión que los entusiastas de la artista han superado con sus ofertas. La primera de las dos sesiones, el sábado, alcanzó ya esa cifra y anoche el resultado final arrojaba un total de 232 millones de pesetas, casi un 50% más de lo previsto.

El alcalde de Atenas ha jugado un papel destacado: el abrigo verde-esmeralda forrado de chichilla fue para él tras pujar hasta 220.000 francos (unos cinco millones y medio de pesetas) e idéntico éxito obtuvo con las ya citadas medias de nailon, por las que desembolsó el equivalente de un millón de pesetas, precio que puede parecerles excesivo a los contribuyentes griegos, pero que, sin duda, se les antojará más razonable si saben que el lote incluía unos guantes de satén negro.

La crueldad de las subastas se hizo especialmente evidente cuando un desconocido ofreció tres millones y medio de pesetas por las gafas de baquelita que la Callas utilizaba en su intimidad. La miopía de la cantante, casi tan mítica como su voz, la condenaba a pasearse por los escenarios en medio de una permanente niebla luminosa, un mundo de contornos imprecisos, de distancias incalculables y de luz lechosa y difusa. Un desconocido que pujaba por teléfono se llevó esos anteojos junto con una estola de visón blanco que le costó un poco más del doble.

Tal y como podía esperarse, a pesar del éxito, la subasta de recuerdos de la Callas queda, pues, muy lejos de los miles de millones que generó la colección de Andy Warhol o las subastas de enseres personales de Jacqueline Kennedy o Marilyn Monroe. La ópera, aunque hoy goza de mayor reconocimiento popular, no puede competir con la pasión que despiertan los mitos del cine, del arte contemporáneo, de la tragedia política o de Gran Hermano. El carácter efímero de la representación teatral ha hecho que hoy la Callas sea más conocida como el personaje de la jet-set que aparece fotografiado junto a Onassis que por su voz inconfundible y su estilo interpretativo, por ese plus de teatro que supo ponerle a la actuación canora. Su vida de fotonovela junto a un multimillonario le ha ganado la batalla a su exquisitez de artista.

Y hasta qué punto ha cambiado el pequeño mundo exquisito sobre el que reinó la Callas lo prueba también el que la firma Emi-Odeón publique un estupendo álbum doble con algunas de las arias que María Callas cantó, pero la edición tenga unas características un poco especiales. Son grabaciones de repertorio italiano -Bizet, Gluck, Gounod, Mozart, Massenet y Charpentier son las excepciones- que van de 1954 a 1964 y que se presentan bajo el título genérico de María Callas. La leyenda. El disco va acompañado de algunas buenas fotos y de un texto que evoca el personaje y su dimensión trágica, pero -y eso es perfectamente disculpable en una antología popurrí- no incluye la letra de las arias.

Más irritante es que la leyenda, para seguir siéndolo, necesite que se ponga de relieve que Casta Diva es un tema que se escucha en Los puentes de Madison, el filme de Clint Eastwood, que Antonio Banderas y Tom Hanks lloran en Philadephia al oír La mamma morta, o que L'amour est un oiseau rebelle es, antes que el más célebre de los temas de Carmen, la música que acompaña las andanzas de los descerebrados protagonistas de Trainspotting.

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