Abrazar humo
Es cierto que los caminos de la Justicia son, muchas veces, insospechados. Pero no es menos cierto que hay caminos que, los tome quien los tome, los recorra quien los recorra, incluso si quien lo hace es la Justicia por mediación de sus representantes más cualificados, acaban por ser sumamente sospechosos. La periodista Pilar Urbano ha escrito un libro sobre el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón que parece estar a caballo entre la autobiografía, la hagiografía o el simple ajuste de cuentas. El pasado domingo 26 de noviembre, EL PAÍS publicaba uno de los capítulos de ese libro, concretamente el dedicado al llamado caso Sogecable, por el que el también magistrado de la Audiencia Nacional Javier Gómez de Liaño pretendió imputar a Jesús de Polanco y a Juan Luis Cebrián un delito de apropiación indebida de varios miles de millones de pesetas. Como es sabido, la acusación fue sobreseída por el Tribunal Supremo y el cazador acabo cazado: Gómez de Liaño fue condenado por un delito de prevaricación continuada a la pérdida definitiva de su condición de juez y a 15 años de inhabilitación al considerar el Tribunal Supremo que Gómez de Liaño dictó a sabiendas resoluciones injustas, lo peor que puede hacer un juez en el ejercicio de su cargo. Por cierto, el Gobierno de Aznar acaba de escribir el penúltimo capítulo de este culebrón utilizando a la Tani, a unas decenas de insumisos y al mismísimo Papa de Roma como fuego de cobertura para indultar a Gómez de Liaño, a pesar de que en junio de este mismo año el Tribunal Supremo desaconsejó expresamente este indulto.Pero no era de esto de lo que quería hablar. He recurrido a este largo preámbulo porque en el capítulo reproducido por EL PAÍS se recoge entrecomillada una afirmación de enorme fuerza con la que Garzón advierte a Gómez de Liaño de las consecuencias que su obsesión por arremeter contra el polanquismo creyendo que así caería el felipismo podrían acarrearle: "Javier, ¿tienes muerto o no tienes muerto? Si tienes muerto aprieta con todas tus fuerzas -a la vez arqueo mis brazos como si estrechara a alguien para retenerle, para reducirle-. Si tienes elementos, tira p'adelante, decreta las prisiones, y no habrá ningún problema. Pero aquí, en Sogecable, no tienes delito para meter a nadie en la cárcel. No tienes muerto. ¡Humo, coño, humo es lo que tienes! No te engañes, que si sólo tienes humo, al apretar te encontrarás agarrándote tus propios brazos".
Ahora resulta que es el juez Garzón el que parece estar abrazando humo. La semana pasada dejó en libertad, sin ningún tipo de medida cautelar, a los responsables de AEK a los que había hecho comparecer ante la Audiencia Nacional por su supuesta pertenencia a ETA. ¿Qué les dijo el juez al despedirse de ellos? ¿Acaso "ya podéis perdonar, chicos, pero me he equivocado"? ¿Tal vez "de ésta os habéis librado, pero sé dónde vivís y me quedo con vuestras caras"? ¿O símplemente "pues yo hubiera jurado que..."? No es fácil comprender que un delito tan grave pueda imputarse sin pruebas contundentes que respalden la acusación. Por cierto, ¿qué está pasando con las acusaciones contra la gente de la Fundación Joxemi Zumalabe? No es fácil entender que periódicos muy alejados del mundo nacionalista radical informen de que "según fuentes de la Audiencia Nacional, el magistrado apenas indagó sobre la presunta relación entre AEK y ETA", a pesar de que el auto de acusación redactado por Garzón se centraba en el supuesto de que la coordinadora de euskaldunización "formaría parte del entramado criminal ETA-KAS". ¿O es que todo esto tiene una explicación sencilla? Porque si es así, muchas personas la estamos exigiendo.
No hace falta que nadie me recuerde la odiosa actividad de ETA ni su habilidad para utilizar en su favor desde los buenos sentimientos hasta los instrumentos del Estado de Derecho. Pero cuando se abraza humo, se abraza humo, sin importar que la intención del abrazo fuera agarrar supuestos ladrones o presuntos terroristas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.