Lealtades
La predestinada candidatura de Mayor Oreja a lehendakari es perfectamente coherente con la política antiterrorista de Aznar. La estrategia de firmeza del presidente tiene dos patas: la ideológica, unidad de España en torno a la Constitución, y la práctica: prioridad absoluta a la vía policial. Convertir al ministro del Interior en lehendakari es la manera más directa de cerrar el círculo estratégico del PP. Toda política antiterrorista, pero muy especialmente la centrada en lo policial, sufre un deterioro directamente proporcional al aumento de la actividad criminal de los terroristas. Cuando ETA mata mucho y la policía detiene a pocos activistas, las dudas se adueñan de la opinión pública. Al no haber trabajado el diálogo con los demás partidos, no queda siquiera el consuelo de la unidad democrática para combatir la sensación de desamparo y pesimismo.La apelación al diálogo que surgió de la manifestación de Barcelona no es más que la expresión del desasosiego de ver que la llamada firmeza del Gobierno no alcanza a frenar la ofensiva terrorista. Algunos han querido minimizar el carácter de interpelación al Gobierno, otros han visto en ella una manipulación de dos demonios socialistas: el de siempre -Felipe González- y el que va a camino de hacerle la competencia en perfidia y maldad -Pasqual Maragall-. Las encuestas de opinión publicadas estos días demuestran que de conspiración ninguna, que está en la opinión pública -y no sólo en la catalana- la necesidad de explorar vías de diálogo que acaben con las fracturas que el terrorismo ha provocado entre los partidos democráticos.
Diálogo, ¿con quién y para qué? Diálogo para recuperar la mínima lealtad exigible entre partidos democráticos. La lealtad, en democracia, se objetiva en torno a las reglas del juego. El PNV la rompió -y la rompe todos los días- con el doble juego de gobernar las instituciones con una mano y suscribir el pacto de Estella o la desobediencia civil con otra. Pero el PP también la quiebra cuando le niega al PNV el derecho a defender democráticamente su programa de máximos: autodeterminación e independencia. La lealtad exige que el PNV acepte que frente al terrorismo de ETA no hay, en este momento, otro marco que la Constitución y el Estatuto. Pero exige también que el Gobierno del PP reconozca al PNV la legitimidad de plantear sus objetivos máximos por cauces democráticos una vez el problema de la violencia haya terminado. Con esta doble legitimidad quedaría claro que ETA es un obstáculo incluso para los objetivos independentistas del nacionalismo vasco. En condiciones normales, la apuesta por la autodeterminación y la independencia no es antidemocrática. Lo que es antidemocrático es hacer un censo de vascos, con criterios étnicos para discriminar a los ciudadanos vascos, es decir, para construir un país sobre la exclusión y la xenofobia.
Se acusa a menudo a los partidos -y al Gobierno del PP en particular- de situar los intereses partidistas por encima del objetivo del fin del terrorismo. No vamos a perdernos en discursos angelicales que sólo sirvan para adornar al que los pronuncia. Evidentemente el Gobierno del PP cuando diseña su política antiterrorista calcula las consecuencias electorales que le pueda acarrear, pero el PSOE hace lo mismo -¿o es por pura virtud que oscila entre el PP y el PNV en función de los acentos de coyuntura?- y el PNV no hace falta contarlo. Es demasiado tarde para creer en los Reyes Magos. En democracia triunfa quien es capaz de unir los intereses propios con los intereses de la mayoría. Son, por tanto, los electores los que castigan la cortedad de miras partidista. Pero lo que no es admisible -y es desleal- es poner la política antiterrorista en función del programa de máximos de cada cual. Porque entonces se entra enseguida en las zonas de riesgo. La zona de los que piensan que hay que resignarse a un terrorismo de intensidad moderada porque es el precio para que Euskadi no sea independiente. O la zona, en el otro lado, de los que piensan que, en el fondo, el terrorismo empuja hacia el mismo fin. Son estas sombras las que deberían disiparse con el diálogo.
Hay dos frentes y dos tiempos. En el primer tiempo, PP, PSOE y PNV deberían estar en el mismo frente contra la violencia. Después, en un segundo tiempo, sin violencia, lógicamente unos y otros estarán en frentes distintos. Lo peligroso es querer estar en los dos frentes a la vez y querer pasar al segundo tiempo antes de que acabe el primero.
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