Sin opción deseable
Los resultados de las elecciones del domingo en Rumania son una noticia frustrante. Ante todo, para los rumanos que quieren sacar al país de su parálisis de oscurantismo y corrupción. Pero también para Europa, que vuelve a tener una prueba de que la transición a la democracia en países tanto tiempo maltratados no es ni mucho menos un proceso predeterminado. Las involuciones son posibles y algunas pueden ser muy peligrosas. Que más de una década después de la caída de Ceausescu, los candidatos a la jefatura del Estado que se enfrentan en la segunda ronda sean nada menos que el comunista Ion Iliescu y el comunista converso al fascismo etnicista Vadim Tudor, sólo puede inducir a la depresión o a la alarma.Los demócratas que apelaban a la transformación radical y a la tolerancia han desaparecido. El primer ministro saliente sólo obtuvo un 10% de los votos frente al 36% de Ilisecu y el 23% de Vadim Tudor. El presidente saliente, Constantinescu, un intelectual honesto, ya había tirado la toalla frustrado por la impotencia de la clase política rumana para afrontar un proceso político de reformas, libre de las cadenas de la omnipresente corrupción.
Iliescu es un animal político que en su día conspiró contra Ceausescu con éxito, pero que carece de otra ideología que no sea la del poder y el mantenimiento de las redes de influencia del antiguo aparato comunista. Su Partido de la Democracia Social (PSD) no es comparable a los partidos ex comunistas de Europa central, integrados en la socialdemocracia, como son los de Polonia, Hungría o la República Checa. Iliescu es, sin embargo, un realista con experiencia de poder con el que no es imposible hablar.
Por el contrario, el otro candidato, Vadim Tudor, es una opción difícilmente digerible para quien haya seguido su trayectoria y objetivamente peligrosa para la estabilidad de los Balcanes orientales. Que haya conseguido casi el 25% de los votos debiera alarmar a las cancillerías europeas y revela cómo la frustración que produce la falta de avances en el desarrollo democrático genera monstruos. Vadim Tudor, en su día el trovador oficial de Ceausescu, artífice de los poemas al Gran Timonel y Titán de los titanes, estuvo a punto de ser linchado por los estudiantes que le reconocieron en Bucarest durante la insurrección de navidades de 1998. Después, con fondos de muy oscura procedencia, creó un periódico, Romania Mare (La Gran Rumania), en el que ha jaleado los peores instintos del nacionalcomunismo.Vadim Tudor usa la retórica de la antigua Guardia de Hierro rumana que, bajo el mariscal Antonescu, cometió actos de barbarie contra judíos y demócratas. Su ultranacionalismo tiene un potencial de conflicto difícil de sobrevalorar. Con estas opciones, los rumanos vuelven a quedar cautivos de la falta de ética de sus clases dirigentes, de la corrupción endémica y de una trágica historia que mandó al exilio o a la muerte a sus élites. Los resultados de las elecciones vienen a demostrar, desgraciadamente, que los rumanos han percibido los diez años de democracia como una larga década de frustraciones.
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