Más allá de un triste balance
¿Hasta cuándo van a seguir los profesionales de la política reuniéndose en conferencias y congresos, diciendo que van a hacer lo que saben que no pueden y/o no quieren hacer y confiando en que su simple enunciación pueda cumplir los propósitos que anuncian? ¿No advierten que ese comportamiento, mezcla de ignorancia y de cinismo, que es una de las causas principales de la pérdida de credibilidad de los políticos y de la apatía ciudadana, ha superado ya todos los límites de lo soportable? En 1995 se inicia en Barcelona un proceso que apunta a la constitución de un área euro-mediterránea. Área, para algunos, simple complemento del espacio económico europeo, pura extensión de su mercado, pero, para muchos otros, la zona por antonomasia del desarrollo intermedio. Área que, en esta fase de globalización impuesta, es el espacio privilegiado para una interacción positiva entre el Norte y el Sur de la que depende en buena medida el destino del siglo XXI. En su lanzamiento se anuncian sus objetivos: paz, derechos humanos y democracia en lo político; zona de libre cambio en lo económico; vigencia de las sociedades civiles en lo social y cultural. Desde entonces los hemos reproclamado en centenares de reuniones y declaraciones y, sin embargo, la inmensa llaga que supone el conflicto israelo-palestino; el dramático desafío de la emigración de los países del Sur; los derechos humanos sin levantar cabeza; nuestro mar que se nos ahoga, todo igual o peor que hace cinco años. En esta situación, leer los comunicados de las conferencias euromediterráneas -la de Stuttgart del año pasado, la de Marsella de la semana pasada- produce sonrojo e indignación. Dejémonos de soflamas grandilocuentes y de propuestas aparentemente ambiciosas pero en realidad escapistas -resolver la cuestión migratoria mediante el codesarrollo, crear nuevas instituciones euromediterráneas, etcétera- y vengamos a lo inmediato y concreto. En Marsella se ha adoptado un presupuesto de 5.350 millones de euros para el septenio 2000-2006, ligeramente superior al del quinquenio anterior (1995-1999), lo que es un dato positivo teniendo en cuenta la disminuida sensibilidad mediterránea del actual colegio de comisarios. Pero como todos sabemos, a pesar de las necesidades de los países surmediterráneos, hemos dejado sin utilizar el 74% del primer presupuesto y probablemente sucederá lo mismo con el actual. Pues las causas del desaprovechamiento subsisten. Por una parte, el déficit crónico de funcionarios de la Comisión, que se ha agravado con el establecimiento de nuevas direcciones generales y de nuevas secciones -en particular, las requeridas por Asuntos Interiores y Justicia, por Kosovo, etcétera-, lo que se ha traducido en una disminución de personal para el Mediterráneo. Por otra parte, la complejidad del procedimiento en este sector y la muy limitada familiaridad que con él tienen los funcionarios nacionales de los países del Magreb y del Mashrek.
Se impone pues: 1) aumentar para este programa, aunque sea modestamente, el número de funcionarios tanto en Bruselas como en las capitales mediterráneas; 2) simplificar el procedimiento, para lo que, en un primer momento, bastaría con adoptar el de los programas Phare y Tacis, a lo que se opone -¿por qué?- Francia; 3) formar a los funcionarios del Sur encargados de preparar los dossieres. Piénsese que dos países tan determinantes como Siria y Turquía no han presentado una sola propuesta. Durante el Curso sobre el Mediterráneo para funcionarios del Magreb que el Colegio de Altos Estudios Europeos Miguel Servet organizó en junio pasado en Barcelona pude comprobar la extraordinaria receptividad que tienen para este tema. Hay que estimularlos. ¿Por qué la Comisión Europea no crea un sistema para recibir a funcionarios del Mediterráneo sur al igual que hace con los de los países miembros? Con estas mínimas medidas técnicas y con la movilización de las sociedades civiles de las dos orillas -la convocatoria al voluntariado del Mediterráneo por parte de la Generalitat valenciana va en esa buena dirección- tal vez podamos ir más allá del triste balance.
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