Escucha España la voz... PILAR RAHOLA
En estos días de herida abierta y piel a tiras, donde la razón es un saco roto que no sirve ni para almohadilla de los sentimientos, las preguntas se me han acumulado con tozuda impertinencia. Y sin embargo, ¡qué desierto de respuestas!, ¡qué intenso desconcierto! Nos duele Euskadi, con un dolor de hiel, de frío de aparcamiento nocturno, de nuca estallada donde antes hervían los sueños. Y una ni tan sólo sabe si es decente formularse preguntas.Pero habrá que hacerlas, y en voz alta, que nuestro mal no quiere silencios, y de una vez por todas habrá que abrir en canal la raja vasca. Palabras, palabras donde hay pistolas, donde hay histerias, donde hay tensión. Palabras donde hay silencios. Como esas que ya se han formulado, en lenta secuencia durante la vida de Ernest, amontonadas, agolpadas, casi vomitadas en el agudo instante de su muerte. Ningun sentido tiene hacer el esfuerzo de pensar Cataluña, de pensar otra Cataluña, sino la incardinamos en el pensamiento de otra España y de otro Euskadi. Ha dicho estos días Pasqual Maragall -pocas veces un político merece con tanta rotundidad una felicitación- que el legado de Lluch es justamente su apuesta por el diálogo, y que sólo desde ese legado seremos dignos de su sangre derramada. Es decir, basta ya de retroalimentarse unos y otros en el odio, de necesitarse mutuamente para justificar ese repugnante y mísero autismo con el que van subiendo votos y perdiendo dignidad. Basta ya de ese PP / PNV blindado contra el sentido común, contra la racionalidad, contra la inteligencia. Carrera de despropósitos con final imposible, la guerra de tensión entre ellos dos sólo puede conducirnos al caos. Lo dijo Lluch en vida, lo repite la gente sensata en su muerte.
¿Tiene papel Cataluña, lo catalán, los catalanes? Tiene la obligación de tener papel activo, quizá de recuperar ese liderazgo moral democrático que tuvo en la transición con notable éxito. Y no, no me refiero a repetir tiempos pasados que justamente abogo por cerrar definitivamente, me refiero a recuperar la capacidad de influencia. Porque, hablemos claro: la hemos perdido. Tanta Pujolandia arriba y abajo, tanto mercadeo con la bandera, tanto servirse de ella para servir sólo a unos cuantos, tanta caja registradora, nos ha dejado hecho un asco el prestigio, y casi como en un soplo hemos pasado de ser la Cataluña imitada, escuchada, leída, referente indiscutible del proceso de transición, a ser la Cataluña plomiza, fatigante, en cualquier caso prescindible. ¿Tenemos influencia real en España, en su cultura profunda, en sus grandes pulsaciones, en sus corrientes de opinión? Es obvio que en absoluto, y sin embargo, ¡qué útiles podríamos ser!
Redefinir Cataluña, también en su presencia exterior, rompiendo para siempre ese papel de postulante del Domund con collar de perlas, y volviendo a la raíz de su tradición democrática. Desde el mítico "escolta Espanya" del abuelo poeta, Cataluña siempre había tenido la vocación de democratizar España, de modernizarla, quizá de reinventarla. Habrá que volver a intentarlo. Habrá que ayudar a romper ese pulso caótico entre dos tipos de autoritarismo: el de la intolerancia española y el de la violencia vasca. Si una misión tienen los políticos catalanes va a ser esa, susurrar al oído de España y al oído de Euskadi los susurros de Lluch: que España es plural, que tiene a medio resolver su pluralidad, que tiene que hablar de ello sin complejos, y que sólo si lo resuelve completará su ciclo democrático. Reclamo de nuevo a los intelectuales catalanes su papel influyente en España, como tiempos ha lo tuvieron. Reclamo a la sociedad civil catalana que recupere su vocación de puente aéreo, pero no para mendigar, sino para predicar tolerancia. Reclamo a los políticos catalanes que se sumerjan en el compromiso democrático español, que lo hagan posible, única vía sólida para culminar su compromiso catalán. Llevamos 20 años subidos al puente aéreo, pero no han sido 20 años de pedagogía ni 20 años de influencia, sino sólo 20 años de dar la lata.
Me dirán ustedes que España ya es democrática, y que, además, es plural: los habrá intolerantes y los habrá tolerantes. Ciertamente, como en Cataluña. Pero también es cierto que una legislación democrática no implica necesariamente una cultura democrática profunda, y que los tics políticos y mediáticos que surgen de la España pública -y publicada- indican una incapacidad profunda de entender la pluralidad. Se conlleva, se tolera, pero no se asume. Y a menudo, se combate. La llaga de Euskadi tiene mucho de eso, y demasiado a menudo, por desgracia,ocurre que no supura palabras, sino muertos. Y los muertos siempre quitan la razón.
Puentes de diálogo de nuevo en el viejo Sepharad espriuano. Dije no hace mucho que habíamos perdido los interlocutores, y que en lugar de arangurens teníamos ahora cow-boys atrincherados en el pensamiento único. Habrá que volver a inventar a Aranguren. Habrá que susurrar al oído de los Llamazares, los Rato, los Rodríguez Zapatero -como le susurró Maragall para suerte de todos en el acto de Lluch-, que o se construye la democracia sobre el respeto al rompecabezas o el rompecabezas nos va a estallar en las manos. Pero, para ello, hace falta vocación de protagonismo catalán. Permítanme que diga con rotundidad que a lo español y a lo vasco les hace falta una sobredosis de tradición democrática catalana.
Claro que para influir, primero nos tendrán que escuchar. Y para escucharmos, primero habrá que recuperar el prestigio perdido. Tamaña empresa es la nuestra: ¡tanto por decir, y tan poco público dispuesto! Lo teníamos, pero lo perdimos a golpes de caja registradora...
Pilar Rahola es escritora y periodista. pilarrahola@hotmail.com
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