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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El centro del mundo SERGIO MAKAROFF

Cuando un amigo llega por primera vez a Barcelona me complazco en mostrarle mis rincones favoritos de la ciudad. Así redescubro los paisajes que me han enamorado y vuelvo a sentir el impacto de su belleza. También se trata de impresionar al forastero y disfrutar con sus gestos de admiración. "¡Mira, chato, mira en qué barrio vivo!", parece que le dijera al pasearlo desde Vinçon a La Pedrera y de ahí a la Casa Batlló.Siempre digo que la mejor decisión que tomé en mi vida se divide en A y B, siendo A haberme largado de Buenos Aires y B haber optado por Barcelona. Llegué en principio a Madrid, donde viví unos meses trepidantes siendo una especie de sexto Tequila. Pero luego vine a visitar a otro amigo argentino que vivía en la calle de Marquet y Barcelona me gustó tanto que me quedé para siempre. Veintidós años son una eternidad y no tengo ganas ni planes de vivir en otro sitio. ¿Londres, París, Nueva York? ¿Tokio, Florencia, Berlín? Me quedo con Barcelona.

Vamos a ver. Estoy ahorrando para comprarme una masía en el Empordà, a la que pienso equipar con estudio de grabación y piscina climatizada. Pero aun en ese caso pasaría más tiempo en mi propio piso del Born, suponiendo que me quedara pasta para invertir en la zona más cotizada de la ciudad. Tener piso en el Born sería fantástico, ya que estaría a dos pasos del lugar más bonito de Barcelona: el bar del Hivernacle. Un escenario de ensueño para rodar la película de la vida. O mejor aún, para vivirla al contado rabioso. Paso horas en las mesas de ese bar, leyendo, escribiendo, charlando y deleitándome al posar la vista ora aquí, ora allá. Todo lo que se ve es lindo por un tubo, empezando por las plantas desmesuradas -extraterrestres- que enarbolan su lujo carnal tras los cristales del Hivernacle propiamente dicho. No sé por qué, pero esas hojas enormes y esos tallos jugosos me reconcilian con el universo, que ya no me parece ni tan abismal, ni tan inhóspito, ni tan resbaladizo, ni tan gélido, ni tan negro.

Un poco más allá está el Umbracle, otro reconfortante cúmulo de selva cósmica, dotado también del poder de aliviar los males del alma. Hay que ver lo que dejo de gastar en psiquiatra gracias a la propiedades curativas del Hivernacle y el Umbracle.

Los prodigios mendocianos de la ciudad continúan en el edificio de ladrillo y cerámica del Museo de Zoología, coronado por aquella fabulosa torrecilla de hierro hebro y cristal azul.

Bien: tanta felicidad no podía ser total y perfecta. Los fines de semana este idílico panorama se ve cruelmente desdibujado por la irrupción de una manada de percusionistas aficionados que se creen con derecho a invadir el espacio sonoro con su patética batucada de domingueros. Soy músico, amigos, y os aseguro que esos rastas de diseño están tan peleados con el peino como con el sutil arte de batir rítmicamente los parches. Cuando cometía el error de pedalear hasta el parque de la Ciutadella en fin de semana, me asaltaba la tentación de mandar imprimir unas octavillas que dijeran "Bongo Makarelli-clases de percusión", para repartirlas con gesto distraído entre los sacrílegos tamborileros. En fin, supongo que para impresionar a las chavalas rockerillas y soñadoras del entorno seudo okupa no hay nada mejor que llegar al parque con un tambor sobre el hombro. Ya lo dijo Freud: el deseo sexual es la fuerza que nos mueve la mayor parte del día y toda la noche.

Volviendo al idilio con el bar del Hivernacle, hay que reconocer que el juego de ocres del pabellón combina a la perfección con las grandes macetas de madera, las más pequeñas de terraceta, las lámparas con pantalla de mimbre, los bancos de teca y las siete palmeras que se yerguen bajo el techo de cristal. En lo alto, sendos escudos condales bajo una corona me recuerdan que vivo en el reino de España. Según varias encuestas de organismos internacionales, la región de la Tierra con mayor calidad de vida. Hay países más ricos, pero son fríos y no muy alegres. Y un montón de países más pobres, sobrados de alegría, calor y moscas. Con estos datos cruciales en mente, trazo unos círculos concéntricos a partir de las siguientes coordenadas: Comunidad Europea, España, Cataluña, Barcelona, barrio del Born, parque de la Ciutadella, Hivernacle, bar. Para un servidor, entonces, el centro del mundo no está en la estación de Perpiñán.

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Jose Maria Tejederas Chacon

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