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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reacción rápida

Tras la moneda, la fuerza militar. En la estela de las carencias europeas puestas de manifiesto en la guerra de Kosovo, y menos de un año después de que la Unión Europea decidiera poner en marcha una fuerza de reacción rápida autónoma, los Estados miembros acordaron ayer aportar más de 100.000 hombres, 400 aviones de combate y 100 buques a esta nueva unidad. El objetivo es que, en caso de crisis, en 2003 ya se puedan desplegar durante un año unos 60.000 hombres en operaciones de mantenimiento o imposición de la paz. La UE se va dotando de un músculo militar, aunque falte aún un cerebro que lo mueva, ya que la política común exterior y de defensa deja todavía mucho que desear. A los 46 años del fracaso de la Comunidad Europea de Defensa, la UE abrió ayer, aunque modestamente, una nueva era. Ya que, de momento, la organización militar central para la seguridad europea seguirá siendo la OTAN.No se trata de crear un Ejército europeo, expresión que provoca sarpullidos en Londres, especialmente entre la oposición conservadora. La fuerza europea de reacción rápida no será permanente, sino que los Estados se comprometen a asignar elementos para desplegarlos en caso de necesidad. De momento, no contará ni con un cuartel general estratégico ni con un comandante supremo aliado, como es el caso de la OTAN, sino que tendrá un director -un general alemán- al frente de un Estado Mayor Internacional. El control político lo ejercerá el Comité Político y de Seguridad, bajo la presidencia semestral de turno en tiempos de paz y, en caso de crisis, de mister PESC, el alto representante para la Política Exterior y de Seguridad, en la actualidad el español Javier Solana, quien ha sabido impregnar este proceso de una dinámica sin precedentes. En Niza, en diciembre, el Consejo Europeo debería oficializar lo que hasta ahora son sólo arreglos institucionales provisionales. Y mientras, discretamente, la antigua Unión Europea Occidental (UEO) va desapareciendo, aunque manteniendo el vínculo formal de la defensa colectiva a través del artículo 5 de su tratado.

Con 6.000 soldados y otros tantos en reserva, España, como Italia, aportará un 10% del total, lo que es una cifra prudente, sólo superior en un millar a la holandesa. Más de la mitad de los efectivos de la fuerza corresponderán a los países verdaderamente grandes y centrales: Francia, Alemania y el Reino Unido. La cantidad no lo es todo, pues las grandes carencias europeas tienen más que ver con la calidad y los déficit en materia de información o logística, actual preocupación en Bruselas. No deja de resultar paradójico que se anuncien las aportaciones a esta fuerza cuando los gastos militares europeos tienden a disminuir, mientras que los de EE UU, gane quien gane en las elecciones, tienden a aumentar. Si Europa quiere autonomía habrá de contemplar esos nuevos esfuerzos presupuestarios. De todas formas, la nueva fuerza podrá utilizar, según métodos a determinar, las infraestructuras de la OTAN. La transparencia entre ambas organizaciones se anuncia como total, para tranquilidad de Estados Unidos.

Que la UE se dote finalmente de una dimensión militar no debe llevar a hacer más opaca la vida comunitaria. Es comprensible que si la UE quiere introducirse en el terreno militar, si quiere compartir información con la OTAN (de la que se beneficiarán incluso los neutrales), y si los europeos ponen en común recursos de información, se mantengan secretos algunos documentos y decisiones. La necesidad del secreto se puede explicar públicamente y acompañarla de medidas de control democrático suficientes. Lo que sería un despropósito es que esta cultura del secreto contaminara a una Unión Europea necesitada de abrir sus ventanas.

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