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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El Rey de la Patata ISABEL OLESTI

"¿Cuánto tiempo hace que no te comes una patata como Dios manda?". Esta frase, colgada en el 120 de la calle de la Diputació de Barcelona, da la bienvenida a El Rey de la Patata, un restaurante peculiar. La entrada está llena de sacos, mientras que un cartel anuncia: "Aquí se comen 33 maneras diferentes de cocinar una patata".El invento es de Carlos del Castillo, un restaurador que no tiene manías y una vez por semana coge su furgoneta y se va a Mercabarna a un almacén al por mayor. Allí se amontonan toneladas de patatas de todas las clases; el mayorista le deja escoger las más grandes -más o menos de medio kilo-, que le servirán para rellenarlas con las 33 posibilidades de su recetario.

Del Castillo se lleva entre 1.000 y 1.500 kilos cada día. No sabe exactamente de dónde provienen, aunque sí que son de la clase monalisa. "En este país no hay cultura de la patata. Se compran a kilos o a sacos y se usa la misma clase para cocinar al horno, para hervir o para freír. En otros países como Holanda el ama de casa compra tres o cuatro de cada clase, porque sabe que una le irá bien para freír y la otra para asar".

Las patatas se recogen a finales de verano; en primavera es cuando están más viejas, y se tratan con polvos para que no se pudran. "¿Has visto alguna vez un campo de patatas?", me pregunta incrédulo Del Castillo. "Pues la verdad es que muchos", le digo satisfecha. Paso el verano en una tierra donde la patata es D.O. y hace cosa de tres años me tocó recolectar las de un huerto. No era tan sencillo, la verdad. A la hora de clavar el azadón hay que ser preciso y suave a la vez, como si acariciaras la tierra. Las patatas que reciben un mal golpe y se cortan ya no sirven para vender. La patata (solanum tuberosum) es más vieja que Matusalén: 7.000 años llevaban ya los indios americanos comiendo este tubérculo cuando los conquistadores les tocaron las narices y les robaron sus tesoros, entre ellos la patata. En España se introdujo a mediados del siglo XVI gracias a la primera expedición al Perú. Primero no tuvo muy buena acogida y su uso se limitaba a la clase baja y a los hospitales y regimientos. Costó tres décadas que se expandiera por el resto de Europa. Para los irlandeses fue la bicoca porque durante muchos años se alimentaron casi exclusivamente de ella, por no hablar del fish and chips, la gloria nacional de los británicos. Los únicos países que no la cultivan son los tropicales. Uno de los mayores impulsores de la patata fue Antoine Agustine Parmentier, un intelectual francés al servicio de Luis XV que la descubrió cuando estuvo preso por los prusianos. Parmentier contaba maravillas del tubérculo, pero la gente no le prestaba mucha atención, y para despertar su curiosidad se inventó un sistema que parece destinado a los niños: plantó 50 acres de patatas y ordenó la vigilancia a un grupo de guardias. La gente se preguntaba qué delicia se escondía bajo tierra si el señor Parmentier la tenía tan bien custodiada. Sólo es necesario prohibir una cosa para que te entren ganas de probarla. Y Parmentier acertó. Cuando los soldados se iban a dormir, el pueblo empezaba a invadir el campo y a desterrar los tubérculos para llevárselos a casa. Así descubrieron el gusto por la pomme de terre. Aunque seguro que muchos se quedaron en el intento porque el hambre puede con todo y quien se comió las hojas es posible que no lo contara, ya que son venenosas.

El Rey de la Patata tiene pinta de bar de tapas. Hay una barra y encima del mostrador se hallan los clásicos de toda la vida: el plato de patatas bravas, patatas con all i oli y la reina de la fiesta: la tortilla de patatas, que aquí tiene un grosor espectacular. Carlos del Castillo me enseña uno de esos tubérculos gigantes que guarda en sacos. "La asamos en el horno, la abrimos por la mitad y la rellenamos con lo que nos piden". El plato sale por 800 pesetas si se gratina y 20 duros menos sin gratinar.

El restaurante dispone de un amplio comedor; en verano hay mesas en la acera y el cliente puede comer una patata como si fuera una tapa. Pero Del Castillo no está dispuesto a que en invierno la gente se le apalanque en el comedor por sólo 800 pesetas; por eso dispone de una carta y el cliente está obligado a escoger otro plato. Patata mexicana, Carbonara, Mallorquina, Burgos... hay para todos los gustos.

Del Castillo no se duerme en los laureles y ya ha patentado el invento. Tiene seis franquicias en Menorca y dos en Tarragona. Viendo la tortilla de patatas del mostrador me viene a la cabeza otra tortilla que descubrí en el aeropuerto de El Prat. La vendían en una de esas tiendas del duty free, estaba envasada al vacío y a través del plástico se podía ver el huevo desparramado entre los trozos de patata frita. Según las instrucciones sólo faltaba abrir la bolsa y meter el mejunje en una sartén con aceite. El color incierto de la patata y los hilos de huevo revuelto pegados al plástico no invitaban demasiado a comprar el producto, pero seguro que más de un turista ha caído en la tentación y se habrá llevado la tortilla como souvenir. También había paella y calamares en su tinta, pero esa es otra historia.

Si alguien se siente apasionado por el tema de la patata en Bruselas encontrará un museo dedicado a ella. Mientras, puede contentarse con un buen bocado en El Rey de la Patata.

Carmen Secanella

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