Miquel JOAN DE SAGARRA
"Ya no escribe usted crónicas sobre el barrio", me soltó, entre quejosa y ofendida, una señora, la semana pasada, mientras haciámos cola en la carnicería Canals. Tiene usted razón, señora. Lo que ocurre es que, a decir verdad, el tiempo, entre friolero y jeremíaco, tampoco invita a hablar del barrio. El pasado domingo aún disfrutamos de unas migajas de solecillo en la terraza del Bauma -veremos qué ocurre hoy-, pero al atardecer las terrazas están desiertas. Y éste es un barrio de terrazas, señora. Al igual que yo, que me resisto a abandonarlas: el pasado jueves, a eso de las ocho y media, podía usted haberme visto en la terraza del Morrysson, bien abrigadito, con el sombrero calado hasta las cejas, fumando mi habano y bebiendo mi whisky, en una terraza vacía, viendo pasar a los perros de mi barrio (cuando los miro, ellos me devuelven la mirada y acto seguido levantan la patita y se mean en el plátano de enfrente, la mar de contentos. Me encantan los perros de mi barrio).Se han producido pocos cambios en el barrio, entre las gentes del barrio, desde que escribí mis últimas crónicas. Los más relevantes son la desaparición de Juan Carlos, el pinchadiscos del Green Park (Rosselló-Bailèn), que se ha ido al 91 de la calle de Enric Granados, donde ha abierto su propio local, The Passenger, y la llegada de Miquel, que el 17 de junio del pasado año inauguraba su restaurante de pescado, L'Espigó, donde antes estaba L'Informal. Así pues, me he quedado sin la última sonrisa, el último Jameson y aquel Hotel California, de los Eagles, que Juan Carlos me ponía antes de irme a dormir, pero, en contrapartida, he descubierto los seitons, las almejas, el arroz y los suquets de Miquel, su homérica carcajada, sus tres perrazos de Briare -Tundra, la madre, y el Ros y el Pelut, sus dos hijos-, y sus partidas de dominó con orujo, a las dos o a las tres de la madrugada, antes de que cierre el local y se vaya a "calentar el morro", a tomar la última copa, con alguna de sus múltiples amigas.
En realidad, hace tiempo que Miquel tenía una crónica -como decimos con el camarada Fancelli-, una horma. Y si no la ha tenido antes ha sido por puro y estricto egoísmo, por no divulgar, para quedarnos para nosotros sus virtudes personales y sus artes culinarias. Miquel Celma Cosialls, de 42 años, viene por parte de madre, la señora Neus, de una aristocrática familia de pescaderos. La abuela materna tenía un puesto en Sant Andreu y en los años cincuenta la familia se trasladó al Eixample, a la derecha del paseo de Sant Joan, mirando a la montaña. La madre empezó trabajando en la pescadería de Zambrano, en Indústria-Leon, luego se casó con un guapo tornero que al poco se convirtió también en pescadero y abrieron una primera tienda en Roger de Flor-Còrsega. Hoy tienen dos más: una en Rosselló-Nàpols y otra en Bisbal-Mare de Déu de Montserrat. Los hermanos pequeños de Miquel, Pep y Carles, también son pescateros.
En casa de la señora Neus, los pequeños comían pescado para desayunar -la madre les preparaba bocadillos de pan con tomate y merluza o de calamar con cebolla para llevarse al colegio-, para almorzar, para merendar y para cenar. La madre de Miquel era, es, una gran cocinera, y Miquel, desde crío, solía frecuentar la cocina de la señora Neus, al igual que sus hermanos. Allí descubrió que la cocina no tiene demasiados secretos, que todo es "cuestión de cariño y de ganes de fer-ho bé".
En un barrio como el nuestro, con tantas pescaderías, curiosamente hay pocos restaurantes de pescado. Cuando yo todavía no vivía en el barrio, sólo conocía el restaurante Rosalert, donde Manuel Ibáñez Escofet, mi director en Tele/eXprés, me invitaba a comer salmonetes a la plancha cuando le entregaba un artículo que, según él, se merecía tal manjar (después de Manel, mis directores no me han invitado ni a pipas). Así pues, la aparición en junio del año pasado de L'Espigó (Rosselló 331-333, junto al paseo de Sant Joan) en nuestro barrio, constituye, al menos para mí, un hecho notable.
L'Espigó es un restaurante chico: cinco mesas de cuatro cubiertos y dos de dos. El pescado, y el marisco, llega de Mercabarna, pero también de la Barceloneta, de Palamós (¡qué gambas!) y de Cambrils. También de Galicia. En la cocina sólo hay hecho un sofrito y un caldo de pescado. Todo lo demás se hace a medida que se encarga. Todo: los mejillones, las navajas, las cigalas, la sepia a la bruta, los calamares a la andaluza, el arroz, la dorada salvaje -nada de "piscina", de piscifactoría- a la donostiarra, y esas almejas a la cazuela, en salsa, con la salsa melosa, que se retiran del fuego cuando empiezan a abrirse, para que no queden secas...
La cocina es excelente. La calidad-precio, más que razonable: se puede comer por 4.000 o 5.000 pesetas. Los vinos, buenos, tanto los blancos como los tintos. Y por algunas pesetas más se puede rematar el almuerzo o la cena con un armagnac o un glenroghes y un Coronita de Punch o un Lusitania de Partagas.
El servicio ya es otra cosa. Con el servicio hay que mostrarse paciente. Y es que, como dice Miquel, la restauración es un oficio duro, muy esclavo, y más cuando se trata de un restaurante chico. A Miquel, en el año y medio que lleva en la cocina, tras la barra y por las mesas, le han desfilado por L'Espigó 16 chicos y chicas, entre pinches y camareros. Algunos se han cansado a los pocos días, otros han aguantado más, pero al final se han ido. Son muchas horas y la gente de la hostelería, los jóvenes, prefieren ir a trabajar a un restaurante con renombre -por el currículo- antes que encerrarse de las once de la mañana hasta la madrugada en L'Espigó. Así pues, con el servicio no hay que hacerse grandes ilusiones, pero al que no tenga prisa y no le importe esperar algo más de la cuenta -o ir a la barra a por su botella de Barbadillo-, al que lo que realmente le importa es comerse un buen arroz de pescado, meloso, con una sepia que sabe a gloria, o un buen suquet de lluerna -cuando lo hay-, L'Espigó no le defraudará.
Pero el restaurante, además de ofrecer una muy buena cocina, cuenta con el encanto de Miquel. Ese Miquel que se te sienta a la mesa - "què voleu menjar? Tinc gamba, tinc escamarlans, molt macos, tinc llucet de bou, tinc un llobarro..."- y que se te pone a hablar de su madre -"la noia més guapa del antic mercat del peix"-; de su madre, que cuando se casó con el guaperas de su padre y trabajaban juntos en la pescadería de Roger de Flor-Còrsega, le decía a su marido: "Vinga, Miquel, digues a aquestes senyores que tens la sardina molt maca". Y acto seguido, estalla la risa, la carcajada homérica de Miquel.
L'Espigó funciona por el boca-oreja. Por allí han pasado gentes como Bigas Luna y Joan Manuel Serrat, Juan Marsé y Agustí Montal. El ex presidente del Barça estuvo la semana pasada. "Que no em coneixes?". "Que no ets culé?", le dijo Montal a Miquel. Y Miquel, que es culé -ve los partidos del Barça en L'Espigó, tumbado en un colchón con los perros-, le dijo: "I tant que et conec, pero no et feia tan gras. T'has engreixat molt, Agustinet!". Y soltó su homérica carcajada.
P. S. Le Beaujolais nouveau est arrivé y con él el Premio Nacional de Teatro (cinco kilos) para Ramon Fontseré por su magistral interpretación en Daaalí. Por una vez se ha hecho justicia, y más teniendo en cuenta que entre los galardones de la crítica teatral barcelonesa de este año ni siquiera hay una peladilla para el último montaje de Els Joglars, ni para L'hort dels cirerers del Lliure.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.