¿Quiénes son los locos?
120 millones de vacas. Ese es el número de estos bichos tan familiares que se calcula existen en los países de la Unión Europea. No consta que haya un censo o padrón municipal en el que estén todas inscritas, pero esa es la cifra que se baraja. ¿Cuántas de ellas están locas? ¿Cuántas pueden enloquecer en los próximos meses? Es difícil saberlo. Se habla de siete vacas dementes por cada millón, pero ningún psiquiatra especializado en la cosa del bovino parece poder certificarlo. De manera que no nos queda más consuelo que confiar en la suerte cuando comamos una chuleta o de lo contrario hacernos vegetarianos.La verdad es que este asunto sería para tomárselo a chufla -con perdón de las vacas- si no fuera por la gravedad que encierra. A cualquier ser humano con dos dedos en la frente se le ocurre pensar que no es muy lógico alimentar a un ganado que es herbívoro por naturaleza a base de carne, pues en el fondo eso y no otra cosa es la harina fabricada con desechos animales. Sin embargo, los fabricantes de piensos parecen actuar en este asunto con la ligereza de quien cree que la naturaleza no tiene leyes y que cualquier cosa vale con tal de aumentar sus ganancias. Más incomprensible aún es la actitud de los ganaderos, personas supuestamente en contacto con la vida animal y vegetal, y conocedoras de los complejos mecanismos del mundo natural. Pase -aunque sea una barbaridad- lo de la alimentación con hormonas para engordar las vacas, hasta el punto de que muchas llegan al matadero con tal peso y volumen que apenas pueden sostenerse en pie sobre sus patas. A fin de cuentas siempre pueden aducir que no sabían que ello podía perjudicar a la salud. Pero lo de darles de comer carne y huesos en polvo raya la estupidez más absoluta.
Con todo, lo que más llama la atención es la negligencia y la opacidad con que las autoridades están actuando en este tema. Después de haber sacrificado hace casi dos años cientos de miles de vacas en el Reino Unido, ahora nos enteramos de que en Francia el Gobierno acaba de declarar, por si acaso, la prohibición por el momento del uso de las harinas animales para alimentar el ganado. ¿Pero cómo es posible que no lo hayan hecho antes, después de todo lo que ya se sabía? ¿qué tiene que ocurrir para que algunos gobernantes demuestren un poco de sentido común?
Uno de los principios básicos de la investigación científica -y sobre todo de la puesta en marcha de aplicaciones concretas de la misma- es el de precaución. El principio de precaución implica que, ante la magnitud de los riesgos existentes en la aplicación de determinadas innovaciones, debe imponerse una actitud que identifique y descarte aquellas que podrían llevar a desenlaces inesperados o no deseados, aunque la probabilidad de los mismos pueda parecer pequeña.
Ya sabemos que la idea de una evolución social sin riesgo alguno es ilusoria, pero de ahí a funcionar con el ingenuo supuesto de que no tienen por qué existir efectos dañinos, simplemente porque todavía no se conocen, va un abismo. Y, lamentablemente, la historia de las últimas décadas está llena de alteraciones graves de la naturaleza producidas por el ser humano en la creencia de que no podía pasar nada, alteraciones que luego han traído la muerte o la enfermedad a millones de personas. Demasiadas evidencias del riesgo que se corre como para seguir jugando a hacer experimentos, a poner en el mercado alimentos transgénicos cuyas consecuencias a medio plazo son desconocidas, o a dar de comer carne a las vacas, como en el caso que nos ocupa.
Dado el rigor y la transparencia con que las autoridades han actuado y están actuando en este tema, lo más sensato puede ser, por el momento, hacernos todos vegetarianos. Al menos hasta que nos levantemos un día con la noticia de que algún listo ha descubierto que las lechugas crecen más rápido si se riegan con agua radiactiva. Entones, mientras nuestros gobernantes llaman a la calma y dicen que es preciso estudiar mejor el tema antes de tomar medidas, no nos quedará más remedio que iniciar una forzosa huelga de hambre en protesta contra tanta estupidez.
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