Nosotros y EE UU VICENÇ VILLATORO
Hace poco más de 100 años, la prensa reaccionaria española proclamaba en voz alta: "Los yankis tienen orgullo / y también tienen millones, / mas no tienen...! Una cosa / que tienen los españoles!". Por fortuna, el poeta prefirió la rima asonante a la temible consonante. Eran unos versos para preparar psicológicamente a los españoles para una guerra contra Estados Unidos que otro poema del momento presentaba como la lucha de "un pueblo de soldados caballeros / contra una turba vil de mercaderes". Para la prensa reaccionaria de la época, la guerra hispano-norteamericana era lo que ahora llamaríamos un choque de civilizaciones, un enfrentamiento entre dos sistemas de valores. Del lado español, el honor, la valentía, la religión. Del lado norteamericano, la codicia, la ambición, el interés. Ante ello, "España cristiana", pongamos por caso, lanzaba su cristianísima consigna: "!Guerra al infame yanki! ¡Muera, muera / ese pueblo de ayer, pueblo de un día / sin Dios, sin unidad y sin bandera! / ¡Muera ese monstruo lleno de falsía, / tan ambicioso que capaz sería / de vender el honor... si lo tuviera!".Son palabras de hace 100 años. Pero, estos días, he tenido la sensación de que aquel sentimiento antinorteamericano que sembró la prensa reaccionaria de hace 100 años ha dejado una cierta huella, incluso en el discurso progre. A propósito de las elecciones norteamericanas, ha aparecido un aire de menosprecio hacia Estados Unidos, hacia su sistema de valores, un sentimiento de superioridad a favor nuestro, que debe tener sus raíces más profundas en aquel menosprecio interesado de hace 100 años. En la mirada displicente respecto a las elecciones americanas, respecto a sus candidatos, respecto a la cultura política de aquel país, se adivinaba un aire de superioridad, un sentirse por encima, que enlaza directamente con el menosprecio ideológico hacia los valores de la modernidad que Estados Unidos encarnaba en la guerra de 1898 y a los que la reacción española oponía el honor y la honra calderonianos.
No digo que Estados Unidos sea mejor que nosotros. No digo que Bush sea un político formidable o Gore un tipo simpático. No digo que los problemas en el recuento de Florida sean el síntoma de una democracia fuerte. Simplemente, tengo la sensación de que no tenemos ningún motivo, como europeos, para mirar a los norteamericanos por encima del hombro. Ni moral, ni político ni cultural. Ciertamente, entre su sociedad y la nuestra hay diferencias y sería acomplejado y papanatas americanizarnos todos a la fuerza. Pero es enfermizo también generar un sentimiento de superioridad y considerar que la cultura política y la vida norteamericana son un estadio primitivo de la evolución social o una rama degenerada e inferior. En la cultura política americana hay cosas que pueden disgustarnos profundamente -la pena de muerte, por ejemplo- y hay cosas que nos pueden servir de ejemplo. Y viceversa. Pero no tenemos ninguna razón para sentirnos superiores.
Puede que su sistema político nos parezca a nosotros el reino del espectáculo. Pero si nos creemos que nosotros votamos por ideología y por programas y ellos por los efectos de un show, no decimos la verdad ni sobre ellos ni sobre nosotros. En las elecciones americanas se habla de impuestos y de pensiones y de intereses concretos de los ciudadanos. En nuestros procesos electorales participan elementos de espectáculo, tal vez menos trabajados que en Estados Unidos. Juzgar el perfil individual de los candidatos no me parece un atraso.Y aquí también nos sale un Jesús Gil de vez en cuando. O un Milosevic, que ganó las elecciones en las urnas, como las había ganado Hitler. Contra la idea de un modelo político infantil o primitivo, la constatación que ya hizo Maragall: los partidos norteamericanos y particularmente el partido demócrata son una buena referencia para la necesaria refundación de los partidos europeos, especialmente los de la izquierda europea.
¿Nuestro Estado de bienestar contra su sistema liberal? Son opciones. Pero no olvidemos que nosotros hemos construido el Estado de bienestar en una posguerra, después de que Europa engendrase unos totalitarismos que no ha generado nunca Estados Unidos. Y que construimos este Estado de bienestar, en una coproducción entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, sobre aquellos países liberados del totalitarismo nazi gracias, entre otras cosas, a muchos muertos norteamericanos. Mientras que no se construyó en los países en que fueron los soviéticos los que acabaron con el nazismo. La idea de una Europa civilizada, aristocráticamente sofisticada, contra unos Estados Unidos bárbaros y primitivos no se corresponde exactamente a la historia del siglo XX. Estados Unidos ha hecho barbaridades, seguramente, pero en esta Liga los europeos vamos por delante. Su democracia es imperfecta, tienen pena de muerte y se lían con los votos de Florida, pero llevan 200 años eligiendo a sus presidentes y nosotros llevamos sólo 25. Personalmente, me molesta el papanatismo cultural ante todo lo que nos viene de Estados Unidos. Pero no me molesta menos esta tendencia exhibida durante las elecciones americanas a mirar a Estados Unidos por encima del hombro. No era extraño que lo hiciese el reaccionarismo español del 98, que veía en Estados Unidos todos los males de la modernidad y la democracia. Es más extraño que lo hagamos los demócratas 100 años después.
Vicenç Villatoro es escritor, periodista y diputado por CiU.
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