"A Sócrates y Unamuno les unía la misma mala leche"
Las anécdotas de Grecia (Planeta, 2000) no es "una guía telefónica de la Grecia clásica", sino una colección de historietas de la civilización helénicas contadas a través de pinceladas ocurrentes sobre nueve estadistas y 13 filófosos. Su autor, el pamplonés Ramón Irigoyen, escribe en clave de humor y "con mucho rigor histórico" 222 páginas, de las que recomienda, "con humildad tibetana", las últimas seis líneas, donde azota al lector con una anécdota de Zenón.Pregunta. ¿Esta "macedonia de humor" sobre Grecia es un libro serio?
Respuesta. Es serio y, a la vez, divertido. Pretende tener máximo rigor en la documentación, con todos los datos contrastados, aunque está escrito con un estilo claro y ameno, con muchas referencias actuales.
P. ¿De qué fuentes se ha servido para documentarse?
R. A Grecia le tengo máxima veneración. Allí viví los tres primeros años felices de mi vida. Grecia nos dio la perspectiva del mundo actual. Inventaron todos los géneros literarios: La poesía, la novela, la historia, el teatro... Lo único que inventaron los romanos fue la sátira. De ahí hasta Montaigne, que inventó el ensayo, hemos vivido hasta hoy.
P. Dice que Sócrates era tan vehemente que se daba coscorrones contra la pared...
R. La parte de los filósofos está basada en documentos de Diógenes Laercio, que es algo así como el precursor de la prensa del corazón actual porque es divertido y usa muchas historias sexuales. Cuando hablo de Sócrates, intento trasladarlo a nuestro tiempo y establezco una comparación con Unamuno. En dos páginas y media, que son mis preferidas, sitúo bien a los dos personajes. Sócrates, lo mismo que Unamuno, pertenece a una clase social media-baja, tienen una fuerza física enorme -Unamuno iba con el ombligo al descubierto en enero, y no sufría como buen vasco que era-. E intelectualmente ambos tuvieron un desarrollo vital un poco revuelto.
P. Por eso dice en su libro que ambos "marearon a todo Zeus y a todo Dios".
R. Son de máximo nivel, pero les unía la misma mala leche.
P. ¿Hay datos irreverentes?
R. Sí, no podía faltar alguno, porque yo llevo dentro la irreverencia, lo cual me permite pasarme en muchos casos, como acontece con Pitágoras, que es mi bestia negra.
P. ¿Qué le ha hecho Pitágoras para llamarle gilipollas?
R. Cuando hablo de él, nunca pierdo de vista que fue un genio como matemático, pero también un gran cabrón. Tenía un cerebro de primera fila y, a la vez, era un asceta pesadísimo porque, como sucedía con Escrivá de Balaguer, había que estar cuatro años de ejercicios espirituales para conseguir verle. Como matemático le respeto, pero en lo demás le masacro, porque es un peligro público para la humanidad.
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