Ella, él, cualquiera
Cualquier rellano. Este hombre, esta mujer, cualquiera franquea la puerta y dentro de la casa se oyen aún los ruidos de la mañana, y él, ella, cualquiera en esa casa se acerca a ofrecerte té verde, o té ahumado; le acaba de llegar, es el mejor té del mundo, acaso el menos dulzón. La vida está fuera, pero él -ella, quien sea- no la puede vivir como todo el mundo. Antes, a la libertad se le llamaba calle; él -esta persona- no puede salir a la calle como cualquiera.Pero está feliz, se le ve fuerte, arrostra bien su ánimo la barbaridad de la reclusión, ha hecho de la necesidad virtud; eso es lo que hay que hacer, le dicen, hacer de la necesidad virtud. Ha descubierto, por ejemplo, el té; encima de su mesa de escribir tiene libros franceses e ingleses, y acaba de estar tomando notas, está preparando un viaje al extranjero, le han invitado a dar conferencias, se va a ausentar unos días, quizá unas semanas, hay tanto que hacer de vuelta. Le llaman. "Quieren saber cómo estoy, por si estoy todavía", dice, riendo al colgar, como si no pasara nada: le llaman para saber cómo está, pero no llaman así como se llama a cualquiera: "Cómo estás" no es sólo un saludo, es una pregunta dramática, una constatación cotidiana.
Sobre él, sobre ella, sobre esta persona, pende una amenaza, está en los papeles, le han puesto dianas sobre su cabeza, gente con la que se tropieza en los rellanos ha puesto a otros sobre la pista, le insultan en las asambleas, hacen revistas o vídeos donde su nombre figura entre los objetivos máximos de los que estrechan el cerco a la libertad y a la vida. Los amigos le tranquilizan, los que están lejos de su problema se lamentan; hay que ver cómo está, qué obsesiones le han entrado, debe moderar su juicio, otros están peor, pero cuando le ves de cerca ni siquiera su drama personal le aflora, le ves tan feliz haciendo los preparativos de la vida, las cosas parecen ir bien, ¿no quiere té ahumado?, y él se enfrenta lúcido a la vida cotidiana, está tan acostumbrado...
No puede salir de casa, es verdad, pero ahí dentro está tranquilo, se ha ido haciendo su universo en casa, ése es el refugio principal de su vida, los libros, el trabajo intelectual, pensar, reír, ver cine; no puede salir ni al rellano, es cierto, pero es que no es conveniente, él -ella, cualquier persona; en estas circunstancias ya es una multitud la que puebla la nómina de los amenazados- se ha hecho aquí el mundo, y claro que hay invitaciones, pero es mejor no salir, para qué salir ahora, eso que te ahorras, le dicen, y él acepta, claro, es mejor no salir, para qué hacer la vida que hace todo el mundo; incluso hay clases, pero de momento es mejor no darlas, es bueno quedarse aquí, dejar que pase el temporal, y los demás se lo dicen: "Deja que pase el temporal".
Pero el temporal lo sufre él -cualquiera-, y este cerco le afecta, le ha dejado con la voz mellada, no puede ni salir a la calle... Otros se han ido, de su propia tierra y de su propia calle, y de su propia universidad, de sus ideas o de las ideas contrarias, nadie está seguro en su identidad y en su cuerpo, de pronto todo alrededor se ha hecho un sufrimiento, una vida insufrible, pero él ríe como si no estuviera él mismo en ese cerco. Se siente ya tan acostumbrado a ser señalado con el dedo, que el mismo gesto mecánico de abrir la puerta, salir al rellano, encontrar que nada pasa y que regresa al interior tranquilo de esa casa de libros y de té, es una aventura cumplida, un deseo que nadie ha interrumpido, ningún ruido, ninguna amenaza, ningún ruido que no sea el pacífico, lujoso sonido de la puerta al cerrarse de nuevo como si en efecto no pasara nada en el rellano, y el rellano, visto desde aquí, se convierte en un abismo; le digo adiós con la mano, y él -ella, cualquiera, cualquiera de nosotros- ríe como si tampoco pasara nada... Qué horror, qué horror y qué desastre. Qué cosa tan seria nos está pasando.
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