"Llevo encerrado siete meses y aún no sé cuándo me juzgarán"
Juan (nombre ficticio), un chico alto y moreno de 17 años que mide con la mirada a su interlocutor antes de hablar, explica convencido que lleva siete meses de prisión preventiva en el Renasco acusado de robar una chaqueta. A su lado, la directora del centro, Alicia Petit, desgrana una historia judicial bien distinta: "A él y a otros tres chicos les acusan de robar a colegiales de Alcorcón".El asunto debe aclararse en un juicio. Pero éste no llega y la angustia de Juan aumenta. "Llevo aquí encerrado siete meses y todavía no sé cuándo me van a juzgar ni lo que me van a pedir. Me como tanto el coco que ni duermo por la noche", confiesa este joven, huérfano de madre y con un padre huido de casa, que desde los 14 años vive en residencias para menores desamparados. Aun así, se siente afortunado. Su hermano y compañero de correrías acabó en prisión y aquello fue mucho peor. Pasó 15 días temiendo una violación.
Petit considera que estas largas esperas sin juicio son nocivas para la reinserción de los jóvenes. También opina así Rosa Berian, responsable del IMMF. "La medida sancionadora debe ser inmediata para que surta un efecto educativo", dicen.
Este chaval, que antes trabajaba como carpintero, asegura que el centro le parece bien, "sobre todo el gimnasio y el huerto". No sabe qué hará al salir. Si puede, volverá a la carpintería: "No me gusta, pero me da dinero, que es para lo que yo trabajo". Todas las semanas le visitan los educadores de la residencia donde vivía. Bueno, donde vivía a veces, porque muchos lunes, en vez de regresar a ella seguía de juerga.
Mohamed, un marroquí de Tetuán de 15 años, está aparentemente más tranquilo. Él ya sabe que deberá permanecer en el Renasco siete meses más (lleva cinco) para cumplir la sanción que le puso el juez por robar coches y por varias peleas con vigilantes del metro. Dice que no le agobia. Pero no debe de ser así siempre, porque este chaval de trato afable tiene unos prontos que suelen acabar con la presencia de los bomberos o con alguien magullado. Así ocurrió hace 15 días, cuando prendió fuego al colchón y el humo se filtró por las rejillas de ventilación del centro. También hizo algo similar durante su estancia en un internado.
A los siete años empezó a pasar más tiempo en la calle que en casa. Primero dio el salto a Ceuta, y después, a la Península, colándose en un ferry por la cuerda de amarre. Después pasó por Barcelona, Sevilla, Alicante y Madrid, donde vivió con una hermana. Pero a ella no le gustaba la vida que llevaba deambulando por la plaza de Castilla con otros jóvenes. Dice que cuando salga se empleará en un taller y no volverá a las andadas. A Marruecos sólo quiere regresar de visita. "No vivo allí ni loco", asegura, "¿para qué, si no hay trabajo?".
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