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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Impotencia

Una anciana, de rostro limpio y saludable, llora y alguien cercano enjuga sus lágrimas con un pañuelo. Toda España, todo el mundo lo ve. Está atónita compartiendo su asombro y su dolor con una muchedumbre compuesta de seres queridos y anónimos, con las luces de los focos y los flashes, un gran auditorio para una pena muy sola. Su marido ha muerto en un atentado.Un abuelo, redondo y tierno, se quiebra cuando el presidente del Gobierno se acerca a darle el pésame. Es la autoridad. Él puede acoger un dolor inmenso, parece posible que tenga en su mano hasta que la gran tragedia de la muerte de su hijo sea mentira. No se lo cree y el presidente le dirá que ha sido un sueño.

Vemos con demasiada frecuencia estas imágenes. ETA mata y 40 millones de españoles lo vemos. El fuego, la sangre, las lágrimas de los allegados que cambian de cara cada poco. Y se quedan luego allí ignorados a seguir su desolación.

El 30 de octubre, a las 9.10 de la mañana, un lunes que soñaba prometedor porque los lunes abren etapas, yo aún dormía cuando mi casa se tambaleó. Temblaron los cristales, las paredes. Fue un ruido atronador. Largo. No se limita a un segundo de explosión. Dura más. Unos diez largos segundos, donde la detonación parece repetirse en sí misma. Luego huele. Huele a muerto. A llantas quemadas, a hierro, papeles, tejidos, sangre, corazón que latía y amaba y vivía.

Los vecinos que suben y bajan en el ascensor, que compran el pan en la tienda de enfrente, o aspirina en la farmacia, que se peinan en la peluquería, que cogen películas en el videoclub los sábados o encargan rosas en la floristería, están pálidos, con miedo, muy irritados. ¿A quién de nosotros, de los otros, le habrá tocado...?

La muerte es sólo una ausencia. Y nada menos. Ya no se le puede decir buenos días, ni escuchar su voz, sus dolores y sus gozos; ya no crece y alienta, no da calor en la cama o en el salón, no sonríe, ya no está. No está. Es un vacío. Sabemos cuánto llenaba la casa porque notamos su hueco hasta en la cuerda de la persiana. Y no tiene vuelta atrás. No vendrá nunca más. La gente se muere en accidentes de tráfico, de infartos, de cáncer, de sida, porque sí. Y deja la misma ausencia. O no. El atentado nos enfrenta con la impotencia. Siempre parece haber algo que hacer. Aquí no. ¿Huir? ¿Luchar ? Matar es muy fácil en la impunidad. Pero matar, ¿por qué?, ¿para qué?...- Rosa María Artal.

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