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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La ley del Oeste

Salgo de Madrid por la Casa de Campo con mi bicicleta de montaña para realizar una pequeña excursión por los alrededores de la capital. Desde hace unos tres años no he recorrido esta ruta, y nada más comenzar me encuentro con la primera sorpresa, el espacio verde que quedaba entre la tapia y la carretera que pasa por delante de RTVE ha desaparecido, y en su lugar aparecen las calles de una inmensa urbanización, lista para acoger miles de nuevas viviendas.Unos metros más adelante, una larguísima valla me impide el paso a una de las grandes zonas verdes que rodean Pozuelo y observo con asombro cómo se ha transformado en una finca inaccesible, en cuyo interior asoman por el horizonte las plumas de las constructoras.

Continúo, pese a las dificultades de seguir por los viejos caminos, y me dirijo por la carretera hasta poder tomar la pista que recorre el bosque de los Oriol en dirección a Majadahonda. Antes de adentrarme en la espesura del bosque miro hacia mi derecha y, desde la atalaya del puente que atraviesa la M-40, recuerdo con tristeza el paisaje que, desde este punto hasta la carretera de La Coruña, formaban las pequeñas lomas salpicadas de encinas, que en la actualidad, tras ser diseccionadas por seis carriles de asfalto, soportan la inmensa mole de un centro comercial al que poco a poco se van sumando nuevas edificaciones.

Respiro aliviado al observar que el camino en dirección a Majadahonda se encuentra como siempre, aguantando la presión especulativa de las ávidas constructoras.

Salgo a la carretera y, ya sin asombrarme, compruebo que el carril-bici que corría paralelo al asfalto ha sucumbido ante las innumerables obras de mejora de la zona. Cruzo el enorme parque comercial que desde hace unos años se ha levantado en la zona y atravieso por un puente los cuatro carriles de asfalto del llamado eje del Pinar, que ocupa con descaro el lugar por el que transcurría tranquila una vieja cañada, y no tengo más remedio que restregarme los ojos para demostrarme que lo que contemplan no es una alucinación, puesto que en donde hace tan sólo un año se extendía un pequeño valle surcado por un riachuelo, han surgido montones de bloques de cuatro o cinco alturas bordeando larguísimas calles rodeadas de infinitas escombreras, que conforman un paisaje medio lunar, que contrasta con el llamativo verde de un césped recién plantado en un diminuto campo de golf. Nada queda de los caminos que en tantas ocasiones recorrí por esos campos, nada del arroyo, nada de la vegetación, de los conejos, del paisaje.

Maldigo a los responsables de este nuevo delito ecológico.

Hastiado por tanta barbarie ecológica, regreso a Madrid por la carretera.-

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