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Tribuna:LA CASA POR LA VENTANA
Tribuna
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Corredor sin retorno

Hay un estupendo anuncio televisivo de coches, me parece a mi que japoneses, donde el presidente de lo que es sin duda una gran empresa corporativa raja los neumáticos del vehículo de su director general porque es mejor que el suyo. El mensaje, obvio, tiene la engañosa contundencia de la simplicidad, incluyendo la atribución de reminiscencias de conducta infantil a todo un presidente de una firma de postín, y el asunto es dilucidar a quién va dirigido ese spot publicitario, pregunta que formulo desde la certidumbre de que el asunto aspira a localizar a sus interlocutores entre el escalafón corporativo intermedio, y a sabiendas de que la estructura narrativa del espacio publicitario se articula sobre la misma perspectiva de infantilismo que se muestra en la rabieta del presidente fingido.Un análisis de primer curso de la conducta publicitaria bastaría para situar en primer término que los mensajes se establecen a partir de la búsqueda de una complicidad ilusoria, según la cual basta con parlotear acerca de una presunta necesidad para colar de matute el producto que mejor habría de satisfacerla, como si a cada agujero negro del carácter personal hubiera de corresponderle el tapón personalizado que podría obstruir el libre acceso a la infelicidad. Es una estrategia de venta al por mayor más vinculada de lo que parece a la asignación de las partidas correspondientes en los presupuestos generales del Estado, y siendo eso así, qué otras maravillas no habrán de suceder con los deslices o deslizamientos propios de los presupuestos autonómicos de las comunidades autónomas. Sin ir más lejos, parece ser que los nuestros -es decir, los suyos- refuerzan las desinteresadas actuaciones en favor del bienestar social ciudadano, por lo que uno no sabe bien -al tiempo que ruega que no le demanden mayor información- si se trata de reconocer de una vez las brutales carencias existentes en amplios sectores de la sociedad.

Publicitario también es ese fantasmático Año del Audiovisual Valenciano que ahora termina entre serias protestas de los profesionales del sector, que a estas alturas y puesto que no han visto un duro nada desean más en el mundo que no volver a ser víctimas de una distinción de esa clase. Cierto es que a estos pollos les habían contado, como a José Luis Perales, que existe un paraíso, pero el umbral entre el sueño y la pesadilla es a veces extremadamente tenue, de manera que todo ha venido a quedar en una cantinela de apoyo verbal, con la consiguiente colección de estupendas fotos del acto oficial de inauguración, y al final fuesen el año y el Año y no hubo nada. No es por embarullar las cosas, pero quizás no sea del todo desafortunado sugerir que con una televisión autonómica, por no mencionar la radio, como la que tenemos, a santo de qué se necesita potenciar a un sector de profesionales que bien poca cosa podrían hacer de todos modos según ese modelo de televisión de mercadillo, pese al pastón que nos cuesta. En cuanto a otros sectores próximos, si aquí hace como cinco años que no se estrena una sola película de producción valenciana (y en ocasiones tanto mejor que sea así: los realizadores se ahorran fracasos, y el espectador, sofocos), ya me explicarán cómo inaugurar una tradición inexistente. Se insiste en que se trata de un sector estratégico de entre los económicos, pero más realista sería añadir que tal vez podría serlo si la Administración lo distinguiera con una lluvia de inversiones millonarias. La pregunta es por qué debería hacerlo y para satisfacer a qué profesionales. Salvo que se crea que, ya que todos contribuimos a becar a la infinidad de artistas plásticos que se pasean por esos mundos gracias a nuestros impuestos (entre ellos el constructor de ciudades imaginarias Miquel Navarro, utilizado ahora para poner en entredicho la última gestión del IVAM, al que tanto debe), los artistas del visual no tienen por qué ser menos. Lo que ocurre es que son, precisamente, menos, y encima también menos significativos. Salvo Berlanga, es cierto. Pero por eso preside la fascinante aventura de la futura Ciudad del Cine.

Hay errores publicitarios tan persistentes como el mal aliento. La oportunidad que el deslumbrante Encuentro Mundial de las Artes deparó al arquitecto y urbanista Oriol Bohigas de pasearse por nuestra ciudad va a resultar un caramelo envenenado. En un artículo publicado en la edición de Cataluña de este mismo periódico, el arquitecto desmonta uno a uno los argumentos oficiales a favor de la destrucción de El Cabanyal con la prolongación de una avenida que, entre otras cosas, destruiría la perspectiva escalar del paso de la ciudad a las playas. De cómo se las gastan Rita Barberá y sus constructores sabemos por aquí lo suficiente como para convertir en inamovible una actitud resuelta por la desconfianza. Y también de su respeto por la estética urbana. ¿O es que todavía no se mantiene en pie el espantoso pontón de Zapadores construido a pocos metros del airoso puente de Calatrava en La Alameda?

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