La punta del iceberg de la miseria
La Barriada Martínez Montañés es uno de los núcleos de viviendas que forman el Polígono Sur. Conocida popularmente como Las Vegas, esta zona es el ejemplo más ilustrativo de la degradación que sufre el barrio. Un paseo por sus calles a media mañana de un día laborable cualquiera transporta al visitante a un escenario más parecido a una ciudad en guerra que al armónico conjunto histórico y artístico buscado por los turistas.
Los portales de las torres de pisos, de hasta diez plantas, han perdido cancelas, buzones, techos falsos y hasta las barandillas de las escaleras, por cuyos huecos suben sin protección los cables de la luz y el teléfono, servicios que muchos vecinos hace años que no pagan pero que las compañías nunca han decidido cortar. Sólo tres de los 70 edificios que conforman la Martínez Montañés conservan el ascensor que un día tuvieron.
Bajos de edificios, galerías comerciales y locales sociales han sido okupados y convertidos en viviendas. Las aceras están salpicadas de charcos de agua estancada en los que flotan restos de fruta podrida. Las esquinas aún conservan los rescoldos de las fogatas encendidas durante la noche.
A la puerta del bloque 3 del conjunto 6, uno de los que está en peor estado, una rata muerta de un palmo de longitud recibe a quien se aventura por allí. En el interior, el hedor a basura y aguas fecales se hace irrespirable.
¿Quién vive en esas condiciones? Según datos de Rafael Pertegás, presidente de la asociación de vecinos Penibética, sólo el 5% de los adjudicatarios originales permanece en sus viviendas. "Desde que la droga entró en el barrio, el que ha podido se ha ido marchando", dice Pertegás. Se ha extendido la compraventa ilegal de viviendas, que hoy pueden adquirirse en Las Vegas por sólo 200.000 pesetas.
Esa circunstancia ha convertido a los edificios en un refugio de gente que viene huyendo de otras zonas de España, según Pertegás, que afirma que el 60% de los más de 7.000 habitantes de la barriada se dedica hoy en día al tráfico de drogas, de objetos robados y hasta de armas, según apuntan otros vecinos.
El local de la asociación de vecinos ha terminado por convertirse en un fortín de los que "son normales, honrados". Puertas reforzadas, rejas en las ventanas y hasta una doble pared. En un año han sido asaltados tres veces.
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