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Signos de los nuevos tiempos FRANCESC DE CARRERAS

Francesc de Carreras

En los últimos días, ciertas declaraciones políticas han puesto de manifiesto el nuevo clima que comienza a aflorar libremente en Cataluña y que, hace cuatro o cinco años, parecía todavía impensable que pudiera expresarse en público aunque fuera habitual en conversaciones privadas.La conferencia de Duran Lleida sobre su "nuevo catalanismo" ha originado un considerable revuelo y constituye un claro signo de estos nuevos tiempos. Tengamos en cuenta que Duran, en estos momentos, no es sólo el máximo dirigente de Unió Democràtica, sino también consejero de Gobernación del Gobierno de Pujol, es decir, de hecho, vicepresidente político y, además, aspirante a candidato a presidente de la Generalitat. Sus palabras son, por todo ello, más que significativas.

Pues bien, desde esta comprometida posición, Duran ha expresado con claridad nuevas ideas que cambian sustancialmente orientaciones muy consolidadas del nacionalismo oficial. Presentó Duran su conferencia como la necesaria "renovación del pensamiento y la praxis del nacionalismo" a la luz de los recientes y negativos resultados electorales y se dirigió como líder "no sólo a aquellos que se sienten catalanes, sino también a aquellos que sintiéndose catalanes se sienten también españoles o a los que teniendo el castellano como lengua propia también se sienten catalanes". Es decir, Duran respeta todos los legítimos sentimientos de los ciudadanos de Cataluña, pero considera que estos sentimientos deben dejarse de lado en las disputas políticas y no deben ser motivo de división: él se ofrece como líder de todos. Pero Duran dijo más cosas. Por ejemplo, que el término nacionalista está desprestigiado, y propone el de catalanista, lo cual no es un simple cambio semántico ya que, a renglón seguido, se muestra partidario de cambios sustanciales: abandonar "esencialismos e historicismos caducos", toda idea de "soberanismo" y "no cuestionar permanentemente el marco del Estado" ni ridiculizar una "España de pandereta" que no se corresponde con la existente en la actualidad.

A los dos días, el ministro Piqué saludó a Duran con un explícito "bienvenido a casa" y criticó el "humo, inconcreción y ambigüedad" de las propuestas nacionalistas y socialistas en debates como "la reforma del Estatuto y la Constitución, el de los archivos de Salamanca o el de las placas de las matrículas". Y apuntó más allá: "El debate de la autodeterminación es absurdo porque es el debate de los que hace 20 años que están instalados en el poder en Cataluña, en un mundo irreal".

El claro acercamiento de las posiciones de Duran a las del PP no es simplemente una casualidad o un giro explicable desde la táctica política, sino el producto de estar atento a los cambios que sigilosamente se producen en la sociedad catalana, a la normalidad y despreocupación con que se viven en la calle temas menores que sólo obsesionan a la clase política, al rechazo cada vez mayor de unas ideologías -de derecha y de izquierda- que siguen ensimismadas con los seudoproblemas de una idea hermética de Cataluña fabricada por los nacionalistas de principios de siglo. Joaquín Costa propuso hace cien años que la regeneración de España pasaba, entre otras cosas, por poner siete llaves a la tumba del Cid. Desde la Cataluña actual quizá debería decirse que su regeneración pasa por echar siete llaves a la tumba de Gifré el Pilós, de Prat de la Riba, de Macià, de Companys y de Cambó, para poder así comenzar a hablar en serio de la Cataluña real de hoy.

Duran y Piqué ven crecer la hierba de la nueva Cataluña. No así Convergència -hoy en situación crítica-, y tampoco los partidos de izquierda: su autismo ante la nueva realidad de nuestro país es total. Iniciativa per Catalunya está en momentos de mudanza y hay que esperar a ver si Joan Saura sabrá y podrá imprimirle una nueva orientación: tiempo al tiempo. El caso del PSC es más preocupante. Tras su reciente congreso, los capitanes pasaron a generales, y algunos esperábamos cambios: hasta el momento, sin embargo, los nuevos generales no están dando la talla de auténticos dirigentes, sino todo lo contrario. Cada vez aparece más claro que aquel movimiento que apareció en el congreso de Sitges de 1994 como renovador ha pasado a ser, como algunos ya intuían, un simple movimiento conservador del poder interno recién adquirido, sin ninguna ideología que oriente su actuación.

Pero más decepcionante todavía es el caso de Maragall y su entorno, bien situado hoy en el gobierno en la sombra. También en un tiempo el antiguo alcalde, precisamente por su experiencia municipal, constituyó una cierta esperanza blanca de acercar la política catalana a las necesidades de la gente. Hoy, sin embargo, aparece cada vez más como el dirigente de una oposición tibia e ineficaz, que se postula más como sucesor de Pujol que como su alternativa, que cae en todas las trampas que, regularmente y con gran habilidad, le tienden sus aliados de Esquerra Republicana, de los cuales aparece como un simple rehén. Maragall es, en definitiva, una pieza funcional a la Cataluña diseñada por Pujol, la que brillantemente describía ayer Vicenç Villatoro en estas mismas páginas. En este esquema pujolista, Maragall cumple eficazmente con el papel que se le ha asignado.

Sin embargo, existe una Cataluña potencialmente de izquierdas que se encuentra hace tiempo sin partido y lo demuestra sistemáticamente absteniéndose en las elecciones autonómicas. Maragall no ha dado ni un paso para dirigirse a ella, obsesionado sólo por arrebatar el voto a Pujol en su propio terreno, en el de la Cataluña mesocrática. Esta actitud le hizo perder las pasadas elecciones autonómicas y todavía más: si continúa en esta tesitura, le hará perder las próximas porque a esos sectores que ha abandonado la elitista izquierda maragalliana se dirigen hace ya un tiempo, con gran intuición de las nuevas realidades sociales y culturales de nuestro país, el PP de Alberto Fernández y Piqué, y a partir de ahora, Duran Lleida.

En este contexto, Maragall aparece cada día más como un político de los viejos tiempos, ensimismado en símbolos del pasado que aburren a la mayoría, simple vendedor de humo, inconcreción y vaguedad.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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