Buenos días
Decir "Buenos días", ¿produce hernia? Entiéndase: cuando a un individuo le dan los buenos días, si contesta ¿se puede herniar? Esta pregunta me la hizo un desconocido en el ascensor después de que nos hubiésemos dado mutuamente los buenos días. Y, ante mi extrañeza, se apresuró a explicarme que momentos antes le había dado los buenos días a otro semejante y obtuvo la callada por respuesta. Le consolé diciéndole que, al salir de casa, me había sucedido lo mismo con un vecino, sólo que en vez de callar me había pegado un gruñido.
Sucede mucho en Madrid de unos años acá. Hace poco una asociación privada anunció que emprendía la campaña "Por un Madrid amable", en vista del éxito que había tenido el año anterior. Quizá un servidor esté en ese 19 por 100 de madrileños afectados por el alzheimer pero no recuerda en absoluto ni la campaña, ni tal éxito, y menos aún ha notado sus efectos.
Madrid -antes al contrario- es ciudad donde la urbanidad y la cortesía brillan por su ausencia. Lo cual contrasta con un Madrid ya antañón en el que cada paisano se comportaba como un amigo y si te perdías callejeando, lo más que podía ocurrir es que alguien te pegara un abrazo.
Algunos comentan que estos nuevos modos son el signo de los tiempos, caracterizado por un rechazo de los formulismos en aras de la espontaneidad y de la sinceridad. No como antes, que se vivía del cuento y unos pocos privilegiados sometían a los ciudadanos de a pie a la tiranía de unas reglas de urbanidad que eran la coartada de la hipocresía.
Eso se ha dicho y escrito, sin ningún rubor.
Servidor, en cambio, piensa (con perdón) que las reglas de urbanidad y las fórmulas de cortesía constituyen una genial invención de las sociedades organizadas, para aliviar a sus integrantes de las miserias que trae la vida.
El ser humano es desgraciado por naturaleza. Si la muerte es su sino, toda su vida y su entorno afectivo vienen marcados por esa referencia. Y en muchos casos aún es peor porque aquel entorno le puede ser infiel; o le sobreviene el infortunio en cualquiera de las múltiples y siniestras formas que utiliza el destino para amargar la existencia. Luego el ser humano está continuamente expuesto a vivir atormentado y a lo mejor tiene difícil el consuelo. Pero siempre le hará bien recibir una palabra cariñosa, sentirse integrado en una sociedad afectiva y solidaria.
Decir "buenos días" -pues-, ponerse a hablar del tiempo -que es el recurso tópico cuando no se tiene nada que decir-, hacerlo con amabilidad, no es actuar con hipocresía sino ofrecer un testimonio de amistad a quien quizá conturben las penas que cada cura sufre sin merecerlo o quizá peores.
A veces hay una desproporción entre la vida real y las frustraciones depresivas que padecemos los ciudadanos al considerar inalcanzables las maravillas virtuales con que la adornan quienes dirigen la sociedad de consumo. Hace poco coincidí con un amigo en una gasolinera. "¿Cómo estás?", le saludé. "Más o menos...; en fín, tirando", contestó. "¿Te ocurre algo?", pregunté. "No, no, en absoluto", repuso; "pero ya sabes, las cosas, las renuncias, conformarse...". Le dije: "Si nuestros antepasados levantaran la cabeza y vieran que tenemos coche y comemos caliente todos los días, se volvían a morir de la impresión". "Puede", concedió el cuitado.
Lo dijo pero no estaba muy convencido. Un servidor tampoco, francamente. No todo es tener coche y comer.
En ocasiones la vida te sonríe (o por lo menos no te agrede) y quien te la amarga es algún prójimo. Le das los buenos días y te contesta con un gruñido o te vuelve la espalda por las buenas. A estos comportamientos en mi pueblo les llamaban grosería. Claro que eso era antes. Ahora los llaman pasar. "Yo, de saludar, paso", dice el grosero. Y se pavonea cargado de razón.
La campaña madrileña de la amabilidad lo tiene crudo. Seguramente la mayor parte de los madrileños son gente educada que conserva la amabilidad de pasados tiempos, mas los artífices de la moderna sociedad virtual pasan de cortesías, reglas y tradiciones, para configurar un mundo impersonal, sórdido y pragmático, hecho a su avío. La vida moderna va por ahí. Antes la vida era un tango, y había que saberlo bailar, mientras ahora es un CDRom, con lo cual se coge el ratón, se hace clic y ya vale.
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