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Tribuna
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Terrores

A la hora de escribir estas líneas no se sabe aún cuál es el balance definitivo de la última barbaridad. Por el momento han muerto tres personas, otras dos permanecen graves y hay treinta heridos leves. La cifra total de muertos por ETA tras la ruptura de la tregua asciende a 19 personas. Un número considerablemente inferior al centenar de víctimas de ETA en las vísperas del 23-f, durante el terrorífico año de 1980. Estas son las cifras, o al menos algunas cifras que conviene tener en la cabeza para intentar saber qué está pasando. De ninguna manera son datos para relativizar la barbarie, sino para poder analizar la respuesta ciudadana. Ésta es, por el contrario, más firme contra el horror. A pesar del descenso en la siniestra estadística, que no en su crueldad, la percepción ciudadana es cada vez de mayor aversión.Cambiando lo que se deba cambiar, es algo parecido al sentimiento frente al terror que produce la muerte de decenas de mujeres, víctimas de la violencia doméstica. Estoy convencido de que hoy esa violencia no es mayor que antaño, sino todo lo contrario, que hay una creciente rebelión frente al "me pegaba lo normal", que la resignación se está acabando, que aumentan las denuncias y que con ellas sale a la luz esta lacra vieja y salvaje. Sólo a partir de la luz y los taquígrafos muchos domicilios infernales dejarán de ser cárceles privadas del horror.

Sí, también frente al terrorismo político se ha avanzado. Paradójicamente, aunque el número de víctimas haya descendido, la aversión frente al terror ha aumentado, porque hoy la inmensa mayoría de los ciudadanos no acepta como normal ni un solo muerto. Ese ha sido el gran error estratégico de ETA, la tregua permitió vislumbrar la paz.

Desgraciadamente, ese optimismo que hace pensar en el aislamiento terrorista se quiebra cuando comprobamos que en estos veinte años de democracia el apoyo electoral a ETA, lejos de disminuir, se mantiene firme en el País Vasco. Sin embargo, me cuesta creer que todos los que secundan a Herri Batasuna aprueben la muerte como forma de lucha contra el Estado; ni que todos los machistas de palabra, la paliza a la parienta. Creo o quiero creer que hay líneas de sombra. Y desde luego estoy seguro de que por muy críticos que puedan ser con la Constitución y el Estatuto de Guernika, tanto la dirección del PNV como sus bases electorales están por la paz y la democracia. Esa es la única línea que habría que marcar, la que separa la paz del atentado, el voto de la coacción, la libertad del terror. Aislar a los violentos no puede ser sólo una consigna propagandista, es un trabajo político que no admite atajos simplificadores, que tiene riesgos evidentes para el Estado, pero que pasa necesariamente por atraer a aquellos que, por muy distantes y distintos que se crean, coincidan con nosotros en lo fundamental, el respeto a la vida, los valores de la paz.

Volviendo al ejemplo de la violencia doméstica, no se trata ya de que los potenciales agresores acepten el código civil (ojalá) sino simplemente de que respeten los derechos humanos, que no peguen, que no maten. Mientras tanto, en uno y otro caso, para el terror doméstico y el terrorismo político, sólo queda el Código Penal, que a fin de cuentas es el fracaso del derecho, de la convivencia.

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