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El fútbol, el entorno y los medios

Josep Ramoneda

Según el pulsómetro del Instituto Opina para la cadena Ser, los catalanes también suspenden (aunque con mejor nota que el resto de España) a la afición azulgrana por el caso Figo. Es alentador porque demuestra que todavía corre cierta sensibilidad entre la ciudadanía, más allá de las obnubilaciones mentales causadas por este extravío psicológico llamado amor a los colores. Tanto en Cataluña como fuera de Cataluña una abrumadora mayoría cree, sin embargo, que el Madrid no perdió por eso sino por su mal juego. La suma de estas dos valoraciones confirma que el sentido común -incluso en el turbulento mundo de los sentimientos futbolísticos- está mejor repartido de lo que los medios de comunicación creen. Y, sobre todo, pone en evidencia a aquellos periódicos o emisoras que creyéndose en sintonía con la ciudadanía se dedicaron a preparar y a orquestar el recibimiento a Figo. La ciudadanía ha demostrado un mayor sentido del ridículo. Y son muchos los que manifiestan el malestar que produce un proceso de linchamiento organizado de un ciudadano. Un ciudadano que, por otra parte, había sido elevado al altar de los ídolos indestructibles con la colaboración de la misma prensa que ahora le dinamita. La obsesión por las cuotas de mercado hace que cada vez se piense menos en el valor y significación de lo que se dice y más en lo que la gente tiene ganas de oír, aunque sea una solemne barbaridad. Como acostumbra a ocurrir con los que se creen con capacidad de discernir sobre lo que la gente piensa o quiere se ha demostrado que la opinión que algunos medios tenían sobre la ciudadanía era mucho peor que la realidad.En una sociedad democrática y tolerante, guiada por el principio de que cada cual es libre de disponer de su propia vida, cualquier operación de linchamiento, por verbal que sea (y ésta no lo era precisamente del todo), debería producir cierto desasosiego. Y así se explica el suspenso que la encuesta otorga a este episodio. Pero además la imagen de todo un colectivo -la suma de individualidades protegidas en la impunidad de la masa- centrando sus iras en una persona repugna, aunque sólo sea por estética. Hemos aceptado el papel del fútbol como vomitorio social. Los regímenes pasan pero los países siguen utilizando el fútbol como vía de escape y sublimación de la violencia insertada en la sociedad. El fútbol como lugar en el que se sueltan el pelo y pierden la compostura en comunión los poderosos y los humillados, sin otra distinción que el precio de la entrada. Antes esto ocurría en un recinto cerrado y lo que allí acontecía sólo se propagaba de boca en boca (el relato de los pocos que tenían sitio en el estadio) o por el lejano rebote de unos medios de comunicación mucho menos poderosos que los actuales. La televisión lo cambió todo. Y dobló el espectáculo: lo que ocurría en el campo y lo que ocurría en la grada.

Sabido es que en este mundo tiene carta de naturaleza social aquello que acontece en la televisión. Dar la nota en la gradería es para algunos la ocasión del momento de gloria. Cualquier cosa que allí ocurra adquiere una importancia que no tenía antes. Con la televisión vino el dinero, con lo cual se sumaba dramatismo escénico y poderosos sistemas de intereses. La importancia del entorno crecía paralelamente. En la medida en que la superprofesionalización del fútbol siembra dudas en la fe del aficionado, hay que cargar las tintas y tensar la cuerda. No fuera que el escepticismo se impusiera y el tinglado dejara de funcionar.

De este modo la relación entre fútbol y medios de comunicación adquiere una importancia creciente. Y por esta razón para mí la cuestión de fondo no es tanto la afición azulgrana -entre la que conozco mucha gente a la que produjo sonrojo este episodio- sino el papel de los media en este caso. Nada se puede esperar de dirigentes deportivos como el presidente del Barça, que alardea por estos mundos de ser un fanático y que hizo de esta condición baza electoral. No estaría de sobra reflexionar algún día sobre este voto. Pero, ¿y los medios de comunicación? El pulsómetro demuestra que algunos de ellos han querido ser más papistas que el papa. Y a fuerza de querer sintonizar con la caricatura que ellos manejan del socio del Barça, han conseguido no complacer a buena parte del barcelonismo. Todo el mundo sabe que hay un abismo entre los criterios profesionales que se aplican al periodismo generalista y los del periodismo deportivo, a pesar de que de un tiempo a esta parte ha habido alarmantes síntomas de futbolización de la cultura política. Pero no creo que sea función de los medios de comunicación organizar campañas de rechazo a un jugador determinado, en un proceso que empezó el día en que el jugador cambió de club. Justificarlo todo con la coartada de la pasión futbolística es confundir al relator -al informador- con el forofo. Y aunque ya se sabe que en periodismo deportivo esta confusión es un hecho, sorprende cuando se extiende al periodismo llamado serio.

Los medios han sacado al fútbol de los estadios, llevándolo a todas partes, incluso al comedor de casa. Y aunque en primera instancia la televisión enfría todo lo que toca, su efecto multiplicador hace que sobre el fenómeno se concentren todos los demás medios y se dispare la intensidad del acontecimiento. Las paredes de los estadios han dejado ser contenedores de la violencia desplazada. Todo aquello que la sociedad canalizaba y expulsaba a través del fútbol corre el riesgo de ser devuelto a la sociedad a través de los medios que han abierto las puertas del estadio. Y por tanto lo que tenía que servir para sublimar puede actuar como catalizador. En vez de desplazar la violencia, intensificarla. Ésta es la cuestión sobre la que los medios deberían reflexionar antes de que se empiezan a lamentar tragedias. Porque mal irán las cosas si se extiende a la sociedad entera esta subcultura futbolística que puede llevar a una federación como la portuguesa al ridículo de confundir el rechazo a una persona con el rechazo a un país. La agraviada reacción portuguesa no es más que la otra cara de la misma moneda: la del linchamiento. Pertenecen a la misma cultura.

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