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El vaivén del tren

Los Ferrocarrils de la Generalitat tuvieron el verano pasado muchas averías, varias repetidas en el funicular de Vallvidrera

Hace algunos meses, los usuarios de los Ferrocarrils de la Generalitat acudían a la estación con el ánimo presto: con un poco de suerte, al sacar un billete de la máquina podían hacerse ricos porque había expendedoras que, en vez de dar cambio, se volvían locas y empezaban a soltar monedas. Hubo una revisión general y las cosas entraron en una especie de letargo. Los pasajeros se olvidaron hasta que, un buen día del último verano, una de las máquinas automáticas de la estación de Pàdua, en la línea de Tibidabo, regaló 437 duros. Eran las 16.00 del 13 de julio. Mal número, debió de pensar el responsable de mantenimiento, pero confió en que se debiera puramente a la mala suerte.No fue así: el 2 de agosto, a las 16.10 horas, la misma máquina cantó otro bingo: 2.341 duros le tocaron al cliente de turno.

El día 23 del mismo mes otro usuario recibió una propinilla: 23 duritos que no tenían que haber salido. La misma máquina. La cosa no acabó ahí. El 15 de agosto en la estación de Mirasol dos máquinas quedaron inutilizadas. No se pudo levantar la persianilla que de noche las protege. Dos semanas más tarde fueron todas las urbanas y las suburbanas las que se negaron a dar billetes contra tarjetas de crédito. Cosas de la técnica.

El pasado ha sido, desde luego, un verano agitado en la empresa ferroviaria del Gobierno catalán. No sólo ha visto cómo las máquinas dilapidaban parte del dinero de los catalanes: ha conocido averías sin cuento. Algunas repetidas hasta la saciedad, como las que ha sufrido el funicular de Vallvidrera.

Todo empezó el 9 de julio, a las 10.40 horas. Por motivos que en aquel instante nadie pudo averiguar, el funicular se paró y no hubo modo de que fuera hacia adelante ni hacia atrás.

La empresa, como es habitual en estos casos, habilitó primero algunos taxis para que suplieran el recorrido y llevaran a los clientes hasta la cima de la montaña o los devolvieran al llano. Pero la avería se prolongaba y al final hubo que recurrir a autobuses. Pasadas las 14.00 de la tarde se restableció el servicio. Por poco tiempo: a las 16.56 se volvió a estropear, por las mismas desconocidas causas. Se volvió a los taxis y a los autobuses porque la avería se resistía. Cayó la noche y el funicular (reinaugurado el 11 de mayo de 1998 y ya averiado cinco meses después) seguía parado. Arrancó a las 22.22, hora bonita de verdad.

Amaneció el 10 de julio con todo en orden. ¿Todo? No, a las 8.50 horas, el funicular volvió a pararse. Quedó aparentemente reparado a las 9.28 horas. Se estropeó a las 16.20 y otra vez la avería se prolongó hasta el anochecer.

Volvió a estropearse al día siguiente. Y otra vez el 16 de julio (cinco días después) y el 19 del mismo mes canicular. La última de las averías se registró el 17 de agosto "con motivo de su limpieza". La empresa, que ha recurrido a técnicos suizos, expertos en trenes de montaña, cree que la cosa ya se ha resuelto definitivamente y que el aparato no volverá a estropearse, al menos con tanta frecuencia.

Por si funiculares y máquinas expendedoras no fueran suficiente, otros dispositivos decidieron a su antojo dejar de funcionar. Uno de ellos fue el ascensor de la estación de Hospital General. Eligió un mal momento: en su interior había tres personas que permanecieron colgadas durante 20 minutos, los que tardó en llegar alguien desde Sarrià porque -si algo puede ir mal, irá mal- en ese momento no había ningún empleado en la estación de marras.

Para que nada faltara, un mal día, también del aciago agosto, las puertas de la estación de Tibidabo se cerraron demasiado pronto: pasadas las 2.00 de la madrugada los empleados rescataron de su interior a un usuario que no había tenido tiempo de alcanzar la salida. El personal había revisado la estación antes de cerrar: el cliente al que no vieron estaba en el vestíbulo. La empresa ignora el motivo de la concentración temporal de averías. No lo atribuye al vaivén del tren.

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