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Climent

Miquel Alberola

MIQUEL ALBEROLAPuede que Eliseu Climent pertenezca a esferas de intereses como las del Doctor No o Fu Manchú. Incluso a ámbitos más opacos y perversos, si uno se deja llevar por el traje que le cortan aquéllos a los que el editor ha negado la publicación de algún libro o a los que ha defraudado como medio de prosperidad laboral. En eso -sin espacios comunes no se podría vivir- mezclan flujos con Zaplana, ese Jovellanos de la Cala Finestrat que le cerró todos los grifos en horas veinticuatro y no ceja en secarle hasta la capa freática por suponer una amenaza para lo que es de su interés. Climent ha suscitado sentimientos encontrados en los distintos frentes, pero en ninguna parte tan instensos como entre los suyos. La preeminencia de este agitador cultural con bigote kurdo en asuntos de intermediación nacional, así como la ventajosa situación de monopolio de que disfutó durante los viejos tiempos -más por falta de competencia que por otra causa- y su notorio patriarcado, han terminado por tejerle un envoltorio malvado, zurzido a base de cismas muy sentidos. Pero quizá sólo estemos ante otra constatación de que el nacionalismo de aquí a fecha de hoy ha producido más desgarro intestinal que eco social, puesto que tiene más cabezas que pies y se nutre más por antropofagia y necrofilia que de experiencias. A menudo, los corifeos del reduccionismo abusan de la figura de Climent como chivo expiatorio de su insistente fracaso electoral, y sin embargo, la gala de los Premis Octubre que él auspicia en noches como ésta constituye el único acto de representatividad política y social de la cofradía. A pesar de que el aspecto literario de la velada parezca apenas un pretexto y de que durante el acto cunda la sensación de que fuera de esa Ciudad Prohibida la vida transcurre de otro modo, éste es el único escenario capaz de reunir a lo más singular de la biodiversidad nacionalista bien vestido y de sentarlo en torno al tronco común del que se fue desperdigando, que no es otro que la oposición democrática al franquismo. Algún mérito habría que reconocerle a su artífice por este enorme despliegue, y más en unos tiempos en que según para qué no son menos complicados que lo fueron en la dictadura.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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