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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Un nudo en la garganta SERGI PÀMIES

Por razones ajenas a mi voluntad, hace dos semanas tuve que ponerme corbata. Me sentí como el que acude a una entrevista para solicitar un trabajo: por un lado humillado y por otro, deseoso de que no se me notara lo difícil que me resulta llevarla. Por no hablar del nudo, claro. Mis problemas con los nudos de las corbatas se remontan a tiempos inmemoriales y todavía hoy, en pleno año 2000, no he logrado resolverlos. "¿Nunca llevas corbata?", me preguntan a veces algunos amigos que ya la han adoptado como parte de su personalidad. Yo respondo que no y me las doy de casual wear cuando lo que me ocurre en realidad es que soy incapaz de hacerme el nudo. Lo he intentado, que conste. Gracias a la paciencia de mi padre, probé de subsanar esta laguna cultural. Acudía al hogar paterno, me plantaba ante su colección de corbatas, algunas de las cuales había financiado parcialmente en las colectas entre hermanos con las que superábamos el difícil reto de regalarle algo el día de su cumpleaños, y elegía una. Optaba, generalmente, por modelos italianos pero discretos, y aunque la mirada siempre se me iba hacia ejemplares de punto, él acababa aconsejándome otras más manejables para un novato. El nudo, ya se sabe. Observaba detenidamente como procedía ante el espejo, capaz, con un tauromáquico alehop, de resolver ese enigma gestual que supone que dos extremos irreconciliables de materia textil den lugar a algo tan perfecto arquitectónicamente como un jodido nudo. Como ocurre con los trileros o los magos, no lograba localizar el truco, ese momento en el que lo aparente esconde alguna trampa, la llave del enigma. Desistí, por supuesto. En parte porque no tengo paciencia y en parte porque la coartada ideológica de presumir de informal me permitía escaquearme con decoro. Pero la vida es como es y produce situaciones en las que, con o sin razón, uno cree conveniente usar la prenda de marras. En esas ocasiones tenía dos opciones: recurrir a un amigo y admitir mis limitaciones o volver a la casa del padre y solicitar los servicios, siempre gratuitos, de mi progenitor. Eran momentos cómicos, no lo niego. Como buen corbatista, mi padre sólo sabe hacerse el nudo si se la pone él, con lo cual empezaba la operación en su propio cuello y, a medias, me transfería la corbata elegida para, situándose detrás de mí, terminar, con perfecta gesticulación, el nudo deseado. A partir de aquel momento, ya no podía quitármela y debía acudir al compromiso de turno -boda, bautizo, funeral- procurando no deteriorar el nudo.Así hemos ido tirando hasta el otro día, cuando me dije: basta. A partir de ahora, decidí, ha llegado la hora de independizarme y dejar tranquilo a mi padre. Lo primero que hice fue comprar una. Opté, tras dudar un poco, por un modelo clásico, liso, sin elefantitos. Al llegar a casa, me encerré ante el armario y prometí no salir hasta conseguirlo. Sudé sangre, impotencia y fracaso y, al final, tuve que admitir mi derrota. Entonces se me ocurrió: seguro que en Internet habrá algún sitio en el que se explique, detallada y gráficamente, cómo hacer el nudo. Algo así como esas láminas con nudos de lobo de mar, vitales para soportar una tormenta. Probé corbatas.com. Nada. Acudí a un buscador e introduje corbata, así, a pelo. Oh. De los más recónditos lugares del planeta empezaron a llover páginas y gráficos.

Les ahorraré los detalles, sólo les diré que encontré lo que buscaba. Por un lado, mundicorbata.com, que me proponía tres tipos de nudos. Por otro, OnlineTies.com. Se trata de una completa página en la que se cuenta la historia de la prenda, se enumeran los tipos de nudos (¡nada menos que ocho!), se afirma que "más de 600 millones de hombres usan corbatas de forma regular" y que, en promedio, un hombre posee, según el país, entre dos y ocho corbatas (con la fascinante excepción de los franceses, que, según la estadística, poseen 1,6 corbatas por barba). También se incluyen las direcciones de museos especializados en Lyón, Como, Crayford, Macclesfield, Kreefeld y Nueva York, así como una bibliografía en la que destaca La grande histoire de la cravate, (1994, Flammarion) y How to tie a tie, cómo anudar una corbata, de Michael Adams (1994, Sterling Pub). Los he comprado por Internet. Serán, cuando lleguen, mis libros de cabecera. Hasta que no consiga ser un maestro en la materia y dominar el nudo Ascot o el semiwindsor, el mariposa o el sencillo doble, no pienso salir a la calle. Y cuando sea el rey de la corbata, lo primero que haré será ponerme una, visitar a mi padre y lograr que pueda sentirse orgulloso de su hijo. Que ya va siendo hora.

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