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Tribuna:VIOLENCIA DOMÉSTICA
Tribuna
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Terrorismo entre dos

Habría preferido una y mil veces tomar la palabra para tratar el sempiterno tema del desequilibrio histórico que comportan las relaciones de las mujeres y los hombres desde otra perspectiva, pero a estas alturas de la película -del más crudo cine de terror- hacen falta soluciones de carácter urgente. Es necesario que admitamos que uno de los temas más preocupantes, sino el que más, de cuantos se debaten en nuestro país en estos momentos es el terrorismo doméstico, pues así hay que llamar a esta forma ancestral de violencia, calificada durante mucho tiempo incorrecta e injustamente como privada.Es un trágico combate que provoca más muertes que ninguna otra forma de violencia especializada en España, incluido el terrorismo etarra, y, sin embargo, la sociedad no está dando una respuesta de la dimensión que el asunto requiere. No se lamenta por consenso social y político la muerte de una mujer bajo el terrorismo de género con la misma fuerza y consternación que las muertes causadas por los asesinos de ETA, siendo todas las muertes con estas características iguales. No hay manifestaciones masivas, no hay un compromiso real y contundente para acabar con la muerte violenta de casi 80 mujeres al año a manos de sus compañeros.

Si todos los cuerdos morales queremos que ETA acabe de una vez por todas, la verdad es que no se actúa del mismo modo con respecto a la otra violencia. Y no es así porque la historia de hegemonía política y económica de los hombres sobre las mujeres es secular y porque el mensaje subyacente es todavía que esa violencia forma parte del desacuerdo amoroso o de la simple convivencia en pareja. Es decir, el modelo cultural aún imperante de patriarcado pretende inculcarnos la macabra idea de que eso forma parte de los desajustes vitales entre hombres y mujeres. Este planteamiento es en realidad una forma terrible de despachar un asunto histórico -las cifras de los malos tratos se han disparado-, un intento de anestesiar la conciencia colectiva y dejar el conflicto al margen de lo público.

Cada vez somos más los que pensamos que, en materia de seguridad ciudadana, hay muy pocas cuestiones que estén por delante de ésta en el orden de prioridades. No es un asunto exclusivamente jurídico, ni sólo concerniente a las políticas sociales de amparo y solidaridad. Una visión epidérmica no aporta soluciones. A los resultados me remito. Como tampoco las aporta la bienintencionada propuesta de José Bono de publicar las listas de los maltratadores. Tomar medidas excepcionales que no se aplican a otros delitos no es el camino. Someter a esos hombres al escarnio público podría tener algún efecto positivo, pero se pagaría un precio muy alto en materia de evolución jurídica penal y procesal y se desviaría la atención de lo que, a mi juicio, es el meollo del asunto: la consideración de la violencia doméstica como una cuestión de Estado que no se puede abordar a salto de mata. Debe ser un tema principal en la política del Ministerio del Interior. No en vano, atañe a la seguridad del 52 por ciento de la población de este país y, por lo tanto, tiene toda la enjundia política del mundo.

Estas muertes no forman parte de la violencia estructural y aleatoria de la vida en sociedad, porque todas ellas están inmersas en unas coordenadas específicas, al igual que ocurre en el problema vasco. Pero ¿por qué ver política en un lado y en otro no? Porque, en mi opinión, la definición ortodoxa y cargada de machismo de política pretende seguir teniendo los ojos cerrados al gran desequilibrio de poderes entre hombres y mujeres aun en el marco de un sistema democrático. No hablo de las cuotas de mujeres en las instituciones que conforman el Estado Constitucional, imprescindibles en un Estado que debe articularse sobre los fundamentos de igualdad y justicia, me refiero a todos los demás poderes en sociedad de los cuales las mujeres estamos ampliamente desposeídas y que hacen que, excepto una minoría, las mujeres sigan siendo vistas como seres sin autoridad, sin defensa, fácilmente atacables y objeto favorito para la humillación. Y si no, cómo explicar las miles de mujeres golpeadas y violadas, amén de las que mueren, en condiciones indignantes para toda la sociedad.

La prueba más contundente de lo que expongo es que esa violencia no se produce a la inversa, es decir, las mujeres ven en los hombres seres con poder, capaces de defenderse. Y no aludo sólo al referente físico, porque matar con pistola, por ejemplo, no requiere esfuerzo, sino la intención y la preparación adecuadas. El contraste de las estadísticas -los hombres maltratados suponen el 1,5%- habla por sí mismo.

Estamos ante la llaga, nuclear llaga, de la preponderancia y enaltecimiento del universo masculino -formas, contenidos y valores- frente a la feminidad, esa cara oculta de la Tierra. Hablo de la vieja y todavía demasiado activa idea de la simetría: masculino/fuerte, femenino/débil, entendiendo feminidad y masculinidad como construcciones culturales que están presentes en diferentes dosis en cada ser humano. Como dice S. Agacinsky, es falso que el uno vaya antes que el dos, eso funciona para las matemáticas, en la vida el dos es anterior al uno, todos provenimos del dos: dos células, dos progenitores. Somos masculino y femenino culturales a un tiempo, más allá del sexo biológico de nuestros cuerpos.

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Me cuesta pensar en temas relativos a las relaciones entre hombres y mujeres que no pasen por la urgente solución de una cuestión que afecta a la integridad física de las españolas y a la dignidad de toda la sociedad. Debe ser el gran reto de un sistema de valores democrático. Hay que seguir cambiando los contenidos de la agenda de la política clásica para introducir lo que de verdad nos ocupa y preocupa a las mujeres -y cada vez a más hombres- que quieren que la política refleje los verdaderos problemas y esperanzas de la gente, empezando por la garantía de la vida misma. Nada hay antes que la vida, ni siquiera en política.

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