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El tirón estético del metro atrae a los cineastas

El cine ha cambiado el romanticismo del tren por el ambiente claustrofóbico y proletario del metro. Así lo prueba el rodaje de los 20 largometrajes, cortos y anuncios publicitarios que se graban cada año, como promedio, en las arterias del suburbano madrileño desde 1996. Los frutos más brillantes de esa atracción entre cine y metro se proyectan esta semana en el cinestudio del Círculo de Bellas Artes, bajo el título Metrocinemad 2000.El ciclo, que arrancó ayer, incluye siete cortometrajes y otros tantos largos de directores como Fernando Trueba, Fernando León, Guillermo del Toro, Achero Mañas y Álvaro Fernández Armero, entre otros.

Los ejemplos más antiguos de la seducción entre celuloide y metropolitano en las películas de duración convencional llegarán con La larga noche de los bastones blancos, de Javier Elorrieta (1979), y Ópera prima, de Trueba (1980). La de Elorrieta (se proyecta el domingo a las 20.15) relata la peripecia vital de un joven ciego y provinciano que acude a Madrid para hacerse un trasplante y se hace amigo de otro invidente al quedarse encerrados en un vagón del metro que se dirige hacia unas cocheras desiertas.La estación de metro de Ópera aparece en el filme de Trueba como el lugar de encuentro de un reportero separado y resabiado, con su prima, una inocentona estudiante de violín (sábado, a las 22.30). Y la muestra más reciente, de hace dos años, es Barrio, de Fernando León (miércoles, a las 20.15, y sábado, a las 20.00), en la que aparecen los vagones rojiblancos de apertura por manillar que transportan a miles de ciudadanos a diario.

Pero en el ciclo no sólo es protagonista el metro de la capital; también se recrean los suburbanos de otras ciudades del mundo en películas como la argentina Moebius (miércoles, a las 20.15), las norteamericanas Mimic (jueves, a las 20.15) y Próxima estación: Wonderland (domingo, a las 20.15), la inglesa Metroland (viernes, a las 20.15) o la francesa Los amantes del Pont-Neuf (viernes, a las 22.30). Aunque el jefe de documentación de la Filmoteca Española, Javier Herrera, reconoce que el metro de Madrid es el verdadero pretexto de la muestra, justifica la inclusión de suburbanos foráneos "para ofrecer un ciclo cinematográfico acorde con las exigencias de calidad habituales del Cinestudio del Círculo de Bellas Artes".

Y, como aperitivo de las películas, los programadores han incluido siete documentales y cortometrajes. Desde Gente de metro, rodada en 1971 por Carlos Morales, hasta El columpio o Metro, que datan de 1992 y 1995, y cuyos directores son Álvaro Fernández Armero y Achero Mañas, respectivamente, utilizan en sus argumentos alguna boca, estación o vagón del suburbano de la capital.

El consejero de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes del Gobierno regional, Luis Eduardo Cortés, que ayer presentó el ciclo, matizó diferencias entre el tren y el metro: "El tren ejerce un gran atractivo para el cine, pues se presta a situaciones como el amor o el crimen, y hay muchas secuencias de persecución de un vagón a otro; pero el metro, además de ser como un tren, circula bajo tierra y eso le da una fuerza estética todavía mayor".

De entre las estaciones que se reparten por la capital, la de Aeropuerto se ha convertido en la más atractiva para los cineastas. "Es la que más demandan desde hace dos años, quizá porque es muy amplia y luminosa, tiene mucho tirón estético", argumentan desde la compañía. Los atractivos que tiene este apeadero, y del que carecen otros, son los trenes con grandes pantallas de información general y entretenimiento y un gran panel a la entrada donde se muestra un Madrid nocturno iluminado por las estaciones del metropolitano.

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Para rodar en una estación, dentro de un vagón o junto a una boca del metro, las productoras deben explicar por escrito todos los detalles de lo que quieren. Los cineastas deben abonar 25.000 pesetas por cada hora de rodaje.

Una estación fantasma

Hay una estación que los pasajeros no ven cuando utilizan la línea 1 del metro madrileño, pero está ahí, a oscuras y cubierta de polvo, entre las paradas de Iglesia y Bilbao.Se sigue llamando Chamberí, como en sus viejos tiempos, antes de que dejase de funcionar en el año 1966. Y cobra vida a golpe de cámara: ha servido de escenario para secuencias más bien lúgubres, como aquella de Barrio, de Fernando León, en que los protagonistas deciden pasar una noche con unos mendigos en el metro.

El halo misterioso de esta estación aumenta cuando se pretende llegar hasta ella, ya que la única forma es ir abriéndose paso por la oscuridad del túnel, a bordo de un vagón.

Un portavoz de la compañía asegura que aún mantiene el mobiliario de su época y sus paredes originales, y que Chamberí "murió" porque el metro se hizo popular en los años sesenta y todo el mundo lo utilizaba. "Se hicieron necesarios trenes más largos y en esta estación no se podían hacer obras de ampliación del andén porque estaba en una curva y resultaba inseguro", comenta. "Entonces los responsables de la empresa decidieron trazar un recorrido en línea recta que uniera las estaciones de Iglesia y Bilbao", añade.

El hecho de que la estación no funcione no deprecia su valor a la hora de rodar imágenes, así que cuesta lo mismo que cualquier otra: 25.000 pesetas cada hora, cantidad que aumenta si en la película aparecen extras. "En ese caso hay que llamar a un conductor y rodar por la noche, cuando el metro está cerrado", concluye.

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