Adiós, Moncho
Ramón del Corral tenía la vitalidad de los mejores personajes de London o Hemingway. La tuvo a lo largo de toda su vida y la mantuvo en los momentos en que su pulso cedía ante fuerzas superiores y adversas, cuando la entereza visita el fondo de los abismos. Nada podía con su buen ánimo. Amaba la vida como sólo pueden hacerlo quienes se entregan a ella sin prejuicios ni condiciones, y tuvo el acierto y la generosidad de convertirla en una gran cosecha de amigos, que ahora sentimos el grandísimo hueco que deja su desaparición.Porque no ha caído uno cualquiera. Ni siquiera ha caído el mejor. Ha caído el que más falta nos hacía. Los cincuentones somos un ejército de desconcertados porque todavía no hace tanto que bautizábamos a nuestros hijos y ya sentimos que nos cañonean desde la otra orilla. Eso nos convierte en protagonistas de desasosiegos múltiples: nada hemos asimilado del todo, y lo que teníamos por más permanente se viste de fragilidad y se domicilia en lo efímero. Ramón del Corral era un príncipe rebelde y hermoso en estas filas. Miles de ideas han encontrado en su optimismo y en su entusiasmo el cauce indispensable para llegar a hacerse realidad.
Desde sus puestos de responsabilidad en TVE, pasando por los ministerios del Interior -primero con Rodolfo Martín Villa y después con Juan José Rosón- y de Sanidad y Seguridad Social -con Rovira Tarazona-, hasta sus altas ocupaciones en el BCH y finalmente en el BSCH como director general adjunto, Ramón del Corral mantuvo siempre una actitud vital de concordia y de fomento de los valores cívicos y democráticos. En este horizonte se inscribe la creación de dos entidades surgidas de su impulso: la Asociación de Directivos de Comunicación (DirCom) y la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de España (ATV), ambas nacidas de su deseo de evitar la división entre los profesionales del periodismo y superar las luchas derivadas de la competencia. Es una parte de la herencia que nos deja. Quizá la más importante en estos momentos de proliferación mediática y de confusión acerca de la verdadera función social del periodista. El mayor homenaje que podemos rendirle es simple: que su esfuerzo no haya sido en vano. Su memoria se lo merece.
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