Anteayer, sábado
La manifestación del sábado en Bilbao ha sido un éxito. Por supuesto, fue multitudinaria. Pero con esto se contaba: ninguna manifestación convocada por un Gobierno deja nunca de ser multitudinaria. El éxito, o lo importante del éxito, residió en que no hubo consignas sectarias, en que el PNV supo templar el pulso y en que el tono de la cita se constriñó siempre a límites civiles. Así las cosas, surgen dos preguntas obviamente complementarias. Una: ¿señala la manifestación un punto de inflexión serio en la política del PNV? Dos: ¿ha hecho bien el PP no sumándose al acto del sábado? Vayamos por partes. O, mejor, vaguemos un rato por un paisaje todavía en estado magmático.Lo que se ha dicho contra el lema, ETA no. Paz, no sólo es cierto, sino que es insuficiente. El lema, en efecto, no pecaba de débil: ETA no y Paz no son expresiones débiles. De lo que pecaba es de equívoco, que es peor. Rechazar a ETA, reclamar la paz, pero no mencionar el Estatuto y la Constitución, no representa meramente un acto de desmemoria: refleja la tesis peneuvista de que la paz y el final de ETA exigen rebasar el Estatuto y la Constitución. El viernes, en el programa de Gabilondo en la SER, Ibarretxe resumió esta posición con la deshonestidad intelectual a que nos tiene acostumbrados. Afirmó el lehendakari que los demócratas debían enfrentarse a los terroristas pasando por encima de las políticas partidistas. Esto es aceptable. Pero no transcurrieron dos minutos antes de que supiéramos lo que Ibarretxe entiende por "política partidista". Según él, invocar el Estatuto es tan partidista como exigir la autodeterminación. El Estatuto que le convierte en representante de todos los ciudadanos vascos y que cuenta con el respaldo de la gran mayoría resulta para Ibarretxe tan conjetural, tan sesgado, tan obviable en el trance supremo de alcanzar la paz, como las reclamaciones soberanistas. La equiparación es sumamente tramposa y, por contigüidad, lo ha sido también el texto de la convocatoria. Existían, por tanto, razones para no ir.
Pero existían, a la vez, razones para ir, razones sobre las que no voy a detenerme ahora. Lo esencial, si se iba, era hacerlo manifestando una actitud de reserva. Los socialistas han escenificado su reserva de dos maneras. Primero, no cejando en su disputa dentro del Parlamento vasco. Segundo, eligiendo un lugar discreto, y separado, dentro de la propia manifestación. Han evitado parecer compañeros de viaje, desmintiendo por la vía de los hechos las descalificaciones del PP y del Gobierno.
Demos una vuelta de tuerca y hagamos un poco de futurología. Los peneuvólogos sostienen que existen síntomas inequívocos de un giro en la estrategia nacionalista. Por ejemplo: comparan el Gobierno, muévete; ETA, para de antaño con los carteles de anteayer y observan corrimientos semánticos muy alentadores. No estimo por entero desdeñables estas finezas exegéticas, y sigo pensando que es bueno mantener los puentes tendidos hacia un PNV reformado. Sin embargo, sería imprudente extraer grandes conclusiones de signos todavía parciales y en parte contradictorios. La soflama tartarinesca de Arzalluz a los mandatarios de Europa casi ha coincidido en el tiempo con la manifestación. Y están después las declaraciones de Ibarretxe a que me he referido hace un momento.
Especialmente peligrosa es una línea de pensamiento no infrecuente en círculos de simpatía socialista. Se parte de la premisa de que el PNV rectificará y luego se desciende a detalles sobre cómo restablecer la alianza política cuando se hayan celebrado las elecciones. La premisa, quiero decir, la supuesta rectificación peneuvista, desaparece gradualmente del escenario y sólo se habla al final del reestablecimiento de la alianza. Esto no es optimismo. Esto son ganas de engañarse, porque desconocemos aún qué hará el PNV. Las dos mociones de censura presentadas por los constitucionalistas expresan una posición clara, de la que resultaría escandaloso abdicar sin una claridad simétrica por el lado nacionalista. La manifestación del sábado fue un tanteo en medio de la oscuridad. Bienvenida sea, mientras las manos no corran más deprisa que las ideas.
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