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Reportaje:

Una exposición sólo de paso

El Museo de la diócesis de San Sebastián recupera las piezas para que se muestren en las parroquias

El Museo Diocesano de San Sebastián es el más popular de los tres similares con que cuenta el País Vasco. También, el más humilde, característica que sin duda es consecuencia de la primera. Los promotores de este espacio ubicado en el barrio donostiarra de Amara (al igual que su actual director, Koldo Apestegi, y su equipo de colaboradores) consideraron siempre que las piezas que se exhiben en estas salas lo están de forma temporal. Son esculturas, pinturas, objetos de orfebrería que necesitaban una restauración o que no podían recibir la atención necesaria en sus parroquias. Pero una vez que las iglesias de los pueblos cuentan con las condiciones para albergar sus piezas, éstas regresan al pueblo de donde salieron.De este modo, el museo es un primer paso para una visita posterior por las parroquias de esta joven diócesis que cumple este año su 50 aniversario. Como explica Koldo Apestegi, "El museo no tiene ninguna pieza en propiedad; somos depositarios de un patrimonio heredado que tiene su lugar en su templo respectivo, que es para donde fueron creadas las distintas piezas".

Quizás está voluntad de temporalidad sea la que le dé al centro ese aire de provisionalidad que presenta. Y esto, a pesar de la cuidada disposición simétrica de las obras en la sala principal, la de la planta baja. También influye en esta primera impresión la intención manifiesta de que el recorrido sea abierto.

Así y todo, hay una distribución básica: un área temática central donde se pretende transmitir un mensaje acorde con la naturaleza cristiana del museo, para lo que se han dejado de lado los criterios cronológicos o cualitativos; otra, dedicada a la orfebrería, y otra donde las piezas han sido ordenadas por su realización en el tiempo.

La parte central recuerda con claridad la distribución de la ornamentación y la imaginería en el templo. Está dedicada a la narración del mensaje evangélico, con una selección muy cuidada de temas de la vida de Jesús. En el centro figura una pila bautismal del siglo XIII procedente de la parroquia de Bolibar, una de las escasas piezas con cierta relación con el Románico.

Tras pasear por este espacio central, que no deja de imponer por su apariencia eclesial, el itinerario continúa en esta primera planta con la zona dedicada a la escultura medieval, con una escasa representación románica: el Santiago Peregrino que abre el apartado y los relieves procedentes del santuario de Itziar.

Así como en Álava o en Navarra se pueden encontrar valiosas aportaciones del Románico, en Guipúzcoa hay que situarse en el Gótico para encontrar piezas de cierto valor. Ahí están, por ejemplo, la Magdalena de la iglesia de San Miguel de Oñati o la Santa Inés de la anteiglesia de Goroeta en Aretxabaleta.

El siguiente espacio está reservado al que es, sin duda, el Siglo de Oro de la escultura vasca y que tiene en Oñate su principal referente. El Renacimiento se dio cita alrededor de esta villa, aunque trascendió el territorio guipuzcoano. Se pueden reseñar piezas como el sagrario monumental de la iglesia de San Martín de Alkiza, obra de Ambrosio de Bengoechea, el relieve de la Anunciación (atribuido a Pedro de Goikoetxea), procedente de Altzo o el grupo de relieves de la iglesia de la Anunciación de Zumarraga.

Ya en la primera planta, el recorrido continúa con las aportaciones barrocas, donde hay que hacer mención a los tres crucificados de márfil, y al sugerente Paseo por el amor y la muerte. En este piso el ordenamiento es claramente cronológico y las aportaciones llegan hasta el siglo XX, con obras de Oteiza, Beobide, Ugarte, Zugasti o Egaña. Y no hay que dejar de citar a Chillida, también presente en el museo desde el logotipo que creó expresamente para él.

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