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Elegía también de Duino

JAVIER MINA"Ciertamente es extraño no habitar ya la tierra, no practicar ya costumbres aprendidas apenas, a las rosas y otras cosas, con su especial promesa, no darles el significado de futuro humano; lo que uno fue, en manos infinitamente medrosas, no serlo más, e incluso el propio nombre dejarlo a un lado, como un juguete roto. Extraño, no seguir deseando los deseos. Extraño, todo lo que estaba en relación verlo tan suelto aletear en el espacio. Y estar muerto es fatigoso y lleno de recuperación, para que uno lentamente vaya sintiendo un poco de eternidad". Con estas hermosas palabras veía la muerte el poeta Rainer María Rilke, una muerte hecha de extrañeza, fragmentación, dispersión y alejamiento. Qué duda cabe de que cuando la muerte llega con alevosía y violencia el muerto ha de extrañar todavía más que se le deshabite de la tierra y se le desaprenda de las costumbres y las rosas. El juguete roto del nombre no se le podrá arreglar por mucho que uno o miles lo repitan, pero al menos servirá para dejar en la memoria de los vivos el recuerdo de lo que no debe ser.

Han asesinado a Antonio Muñoz Cariñanos. Los tenorios de la muerte -hechos de ripios y mansalva- acudieron madrugadores a la fiesta de los muertos, ¿o no resuenan por Todos los Santos las cuchilladas de don Juan? Aún pretendían cobrarse más sangre, pero se les ha caído el telón encima. Queden ahí, pero remuévase la víctima, remuévanse las víctimas, llenándose de recuperación.

Morirse será seguramente ver aletear suelto lo que estuvo junto, y vivir, con toda probabilidad, seguir deseando los deseos. Lo cierto es que no tenemos más que una muerte. Y una vida. Ambas se repelen como polos opuestos del imán, pero ambas nos pertenecen. Nadie debería arrogarse el derecho de disponernos, de dispersar lo que se hallaba en relación, pero tampoco de desear los deseos por nosotros. Necesitamos disponer a solas de nuestra vida y de nuestra muerte, del juguete que es el nombre y de la fatiga que será la muerte. Ciertamente es extraño no habitar la tierra pero también lo es que nos la deshabiten.

Nos ha tocado vivir en una en que la vida y la muerte son asunto público. Tal vez ocurra así en todas las tierras, en las mismas en las que hay gente que vive para dar la muerte a los demás -siempre a los demás, raramente a sí mismos- o donde hay tantas carencias que está prohibida la muerte individual, se muere estadísticamente. Todas esa muertes suelen matarnos también un poco, a la hora del telediario, pero sólo para volver con más fuerza a nuestra vida. Esa que se supone debía de ser cosa nuestra, no en balde tenemos leyes y estamos fuera del área de las estadísticas. Esa que tendría que estar negociando a solas con la muerte, poniendo juguetes encima de la mesa, discutiendo el concepto de extrañeza, pegándoles los pétalos a las rosas para que no nazcan con el día y mueran con la tarde, desenredando las oscuras proyecciones de términos como futuro y promesa, previendo que habrá que cansarse y posiblemente renunciar a la recuperación porque no nos cabrá ni un átomo de eternidad.

Y, a cambio, experimentar gozosos el desasimiento, el aleteo de nuestros fragmentos, el deseo de desear. El poder sentarnos allí donde nos guste y con quien más nos guste a deletrear los versos de la vida o de los poetas. De los poetas, por ejemplo, como Rilke. Abrir sus Elegías de Duino por aquella estrofa que habla de lo extraño que es para los muertos desacostumbrarse de la vida. De la misma que menciona, más abajo, cuánto nos equivocamos los vivos: "Los vivos, todos, cometen el error de distinguir con demasiada fuerza", queriendo decir con ello que nos empeñamos en separar con excesiva robustez lo que es vida de lo que es muerte, cuando correspondería dejar que ambas se interpenetrasen con suavidad. Pero sólo cuando es asunto nuestro. De ahí que por nuestra vida, y por nuestra muerte, tengamos que exigir que nadie se arrogue competencias que la propia vida, y la propia muerte, les prohíben. Por eso, si no es mucho pedir, me gustaría pedirles que nos dejaran a solas con lo nuestro y se vayan a esa nada que les habita y que al no ser ni muerte ni vida les borra de la especie humana.

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