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De eso no tendrá la culpa Duisenberg

Soledad Gallego-Díaz

Wim Duisenberg va a terminar pareciéndose a los personajes de los cuentos de Raymond Carver. Pasar, lo que se dice pasar, no les pasa nada, pero el lector está todo el tiempo inquieto porque intuye que, por detrás, en algún lugar, de alguna forma, algo, posiblemente una desgracia, está a punto de ocurrirles. Duisenberg ha salido de su último atolladero sin que la tormenta descargara completamente sobre él, pero ha corrido un serio riesgo, algo que el presidente del Banco Central Europeo (BCE) se supone que tiene que saber evitar.Los problemas del euro empiezan a ser los problemas del BCE, y eso es más preocupante. Una cosa es que la moneda única europea cotice durante un periodo de tiempo por debajo de 0,84 dólares y otra que el banco que crea, organiza y respalda la política monetaria de 11 países de la Unión, entre ellos España, sea objeto de dudas permanentes.

Duisenberg no ha ayudado a la estabilidad, pero, a decir verdad, tampoco ayuda saber que su teórico sucesor, el serio y callado presidente del Banco de Francia, Jean Claude Trichet, que debería sustituirle en 2002, se encuentra implicado en una investigación judicial sobre los problemas contables del Crédit Lyonnais. Mejor sería insistir en la institución y no en las personas.

El euro, "esa moneda sin patria", como la llamaba esta misma semana un comentarista francés de resabios algo gaullistas, no necesita más ambigüedades. Dentro de menos de 500 días (1º de enero de 2002) los nuevos billetes y monedas llegarán realmente a nuestros bolsillos, su verdadera "patria", y ya no habrá marcha atrás.

Probablemente es hora de que los Gobiernos "se apropien" del euro y se lancen a esa movilización general que pide casi desesperadamente el comisario Pedro Solbes. "Confianza, hay que crear confianza en la moneda, rápidamente, entre los ciudadanos", reclama, sin gran éxito, el ex ministro español.

Las encuestas que van haciendo Gobiernos, organismos públicos y entidades bancarias indican que muchos europeos todavía no saben cuándo van a recibir el sueldo o la pensión en la nueva moneda. Es más, la mayoría no ha hecho un solo cálculo para traducir su dinero actual en euros.

"¿Imaginan el shock de un pensionista italiano cuando le entreguen en el banco 700 euros y unas monedas de céntimo en lugar del millón y medio de liras que recibe actualmente?", se lamenta Solbes.

Los ciudadanos de los 11 países de la Unión Económica y Monetaria (doce cuando entre Grecia) sólo estamos recibiendo machacona información sobre el escaso valor de la moneda europea respecto al dólar. Algunos expertos creen que si los Gobiernos no reactivan ahora las campañas publicitarias oficiales sobre el euro es porque no quieren que se les asocie con ese "mal momento". Pero lo más probable es que estén dejando el campo libre a la desconfianza entre sus propios ciudadanos y que luego les falte tiempo para reaccionar y cambiar la tendencia. Sería entonces injusto que echaran la culpa a los responsables del BCE.

El euro es ya nuestra moneda, la de los españoles y la de los ciudadanos de 11 países más de la Unión. Wim Duisenberg, guste o no, juegue o no demasiado al golf, hable sin control o no, no tiene el encargo de proteger la imagen del euro, sino exclusivamente, porque así lo decidieron nuestros gobernantes, de garantizar el control de la inflación. Y eso, al fin y al cabo, en los 20 meses que lleva al frente de la tarea, no lo ha hecho tan mal. Los que empiezan a hacerlo francamente mal son los encargados de colocar el euro en nuestra vida cotidiana.

solg@elpais.es

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