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Una plaza sin fortuna

No es Alicante una ciudad afortunada con sus plazas. Por unas u otras razones, las plazas de Alicante son devastadas cada cierto tiempo, ante el estupor de los alicantinos. Meses atrás, destruyeron el Paseito de Ramiro con la excusa de que habían encontrado un trozo de muralla. Ahora, le ha tocado el turno a San Cristóbal, en el corazón de la ciudad. Tras dos años de obras y un gasto de 300 millones de pesetas, han construido una plaza que no complace a nadie. Visitándola, uno entiende perfectamente por qué. San Cristóbal es una plaza fría, desapacible, que no convida al paseante y le obliga a cruzarla en dos zancadas. El alcalde, Díaz Alperi, se ha apresurado a declarar que a él tampoco le agrada. Uno lamenta que Díaz Alperi no echase un vistazo al proyecto cuando éste se presentó. Nos habríamos ahorrado mucho dinero y unas obras interminables que ahora habrá que rehacer.El problema de las plazas modernas es, sobre todo, un problema de proporciones. También lo es de respeto al ciudadano. Lo que los ciudadanos le pedimos a una plaza es que resulte acogedora, que nos brinde un poco de sombra y, si es posible, que nos aísle del trajín de los automóviles. Las mejores plazas de Alicante son las que se construyeron a comienzos de siglo. Casi todas ellas tienen una fuente, unos bancos modestos y un arbolado abundante. La dedicada al escritor Gabriel Miró es, sin duda alguna, la más destacada. Es una plaza de proporciones admirables. La fuente del centro, un monumento de Bañuls, le da un gran empaque. Ahora que el tráfico se ha reducido en los alrededores, el lugar resulta delicioso y sólo el descuido de la jardinería pone una nota negativa.

Esta tradición de nuestras plazas desapareció durante las últimas décadas. El afán innovador de algunos arquitectos produjo unos espacios desolados, incómodos, de donde huíamos horrorizados. Estéticamente, la mayoría de aquellas obras resultaron espantosas y sólo una cierta gracia salvó a alguna de ellas. El divorcio entre los arquitectos y los ciudadanos ha sido enorme en los años pasados. Se ha proyectado con el pensamiento puesto en las revistas de arquitectura y desdeñando al usuario. Los resultados, en los peores casos, son plazas como esta de San Cristóbal.

Para poner remedio a este desastre, Díaz Alperi anuncia ahora que repondrá la fuente que hubo en la plaza años atrás. Recuerdo esa fuente. Era de fundición, redonda, sencilla. De ella se surtían las familias de la vecindad que no disponían de agua corriente. Muchas personas han aplaudido esta idea del alcalde, que consideran excelente. No quisiera yo contrariar a estas personas, pero me temo que la reposición no tenga el éxito que ellas imaginan. Las ciudades soportan mal estos regresos al pasado. Las soportan mal porque se pretende retornar a una ciudad que ya no existe. La fuente que ahora quieren colocar en San Cristóbal pertenece a una plaza recoleta, de edificios modestos y entrañables. Ninguno de ellos perdura hoy; ni tampoco los pequeños comercios que le daban carácter. Aquel Alicante, admitámoslo, sólo existe en nuestro corazón. Colocar ahora aquella fuente, sería un anacronismo que deberíamos evitar. Aunque sólo fuera para salvar nuestra memoria.

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