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Una década sin Gato Pérez

Barcelona perdió hace 10 años a quien supo cantarla de manera inolvidable a ritmo de rumba

Se llamaba Javier Patricio Pérez, pero todos lo conocían como Gato Pérez. Nació en Buenos Aires en 1951 y a los 15 años se vino a vivir a Barcelona con sus padres. La ciudad le deslumbró, se enamoró de La Rambla y de los bares de la parte baja, y a mediados de los setenta, cuando ya era un asiduo del viejo Zeleste, el descubrimiento de la rumba catalana cambió su vida. Le dedicó a Barcelona canciones que se adaptan a sus calles como una segunda piel y, al ritmo contagioso de las palmas y guitarras de los gitanos de Gràcia, compuso la banda sonora de una generación que, como dice una de sus canciones, se reencontró con la alegría "después de largos años de aburrimiento transcendental, de largas meditaciones y cocofagia monumental". Era la efervescencia de la transición, cuando Barcelona parecía el mejor lugar del mundo para vivir. Un infarto se lo llevó a los 39 años. Quedan sus canciones, pero no es lo mismo.Gato Pérez pasó por todo tipo de músicas antes de dar con la rumba. Fue fan de los Everly Brothers, hizo música pampera y country-rock, coqueteó con la llamada música layetana y participó en los experimentos de Secta Sònica. Sin embargo, fue en agosto de 1977, en unas fiestas de Gràcia, cuando se produjo la revelación. Asistió a una actuación rumbera y allí cambió todo. La rumba de los gitanos catalanes se convirtió para él en la música barcelonesa por excelencia y empezó a componer canciones que eran historias urbanas, un retrato de lo que estaba pasando en la calle. Su primer álbum, Carabruta, apareció en 1978. En él había una canción emblemática, Ja sóc aquí, en la que, haciendo un guiño a la famosa frase del presidente Tarradellas a su regreso del exilio, cantaba: "Ja sóc aquí, ja he vingut amb la rumba...". Fue un éxito.

A Carabruta siguieron Romesco (1979), Atalaya (1981), Prohibido maltratar a los gatos (1982), Flaires de Barcelunya (1983), Música (1983), Ke imbenten eyos (84), la banda sonora de La rossa del bar (1986 ), Gato con Gato (1986) y Ten (1989). En total, 10 discos que contienen algunas de las canciones que mejor describen la Barcelona cosmopolita de los años setenta y ochenta.

Resulta fácil seguir la biografía de Gato a través de sus canciones. En la Rumba dels 60s habla, por ejemplo, de lo que sintió un muchacho argentino que llegó a Barcelona en esa década y quedó cautivado por "el còctel demencial de turistes i d'obrers" que poblaba La Rambla. La Barcelona de La Rambla, pero también la Barcelona de los barrios, la que va del Besòs al Llobregat, la que se descubre "copa a copa", de bar en bar, era la Barcelona de Gato. Esa Barcelona de noches intensas de los años setenta, de la que habla en su memorable Todos los gatos son pardos, en cuyo coro cantaban Jaume Sisa, Carlos Pazos, Mariscal, Carles Flavià, Manel Joseph y otros zelestiales de la época.

La Barcelona de Gato, la Barcelona de finales de los setenta y de los ochenta, era una Barcelona abierta en la que el aire olía a esa "hierba fresca" que él calificaba de "alquimia del bienestar", pero era también la Barcelona por la que corría el "veneno blanco" de la heroína y en la que podía morir un muchacho en la curva del Morrot o en "esos barrios húmedos y tristes, muy cerca del muelle donde atracan los barcos". Eso Gato sabía contarlo como nadie.

Los bares, con Zeleste como capital indiscutible, eran para Gato el corazón de la ciudad. En Ebrios de soledad, la canción que dedicó a Carles Flavià, lo expresa perfectamente: "Ese bar fue nuestra vida y por eso está presente en las iras y alegrías que nos mueven a vivir". Allí acudían los amigos de siempre, entre los que se contaban Sisa, La Voss del Trópico, Pau Riba y un largo etcétera. Gato supo describir aquel paisaje humano como nadie. "Hay un genio incomprendido, un creador de lo sublime y un artista del futuro que aún está por descubrir", canta. Y añade a la fauna nocturna "el empírico poeta traductor de obras completas" y "el amigo derrotado por la lucha cotidiana que se borra del programa pues tiene que madrugar...".

Gato sabía que este tipo de vida castigaba. Su canción Se fuerza la máquina, del álbum Atalaya, ya fue como una premonición. "Se fuerza la máquina, de noche y de día, y el cantante con los músicos se juegan la vida...". En febrero de 1981 tuvo un primer susto en forma de infarto. A partir de entonces, sus canciones sonaron más melancólicas. En su último disco, Ten, hay una canción, Todo por la borda, que habla del cambio de humor de Gato y del cambio de época. "Esa tierra generosa está volviendo hacia atrás", advertía. Y añadía: "Por la borda el entusiasmo, por la borda la ilusión, por la borda la alegría, por la borda la pasión...". Murió tal día como hoy de 1990. Zeleste ya no existe, el Casino de la Floresta, donde tanto le gustaba actuar, es una ruina. Por suerte quedan sus canciones. La última que compuso dice así: "Ahí se queda la canción, resonando en las paredes como el humo en la estación cuando se marchan los trenes". Es eso.

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