La felicidad es un viejo asunto
Hace unos tres años, Philippe Delerm escribió un libro de mucho éxito sobre los pequeños placeres de la vida, que aquí titularon El primer trago de cerveza. El libro, a veces, roza la cursilería y otras se adentra resueltamente en ella, pero a mí no me importa porque la sola evocación de una carretera secundaria de Francia me funde los plomos. Y en el libro de Delerm hay muchas carreteras que siempre acaban llevando hasta una mujer francesa en pleno confit d'oie. Por otro lado, en agosto de 1998 publiqué en este periódico una serie propia del tiempo que titularon Un instante de felicidad, y que pretendía capturarla. Entonces no sabía nada de Delerm, pero no tardé en enterarme.-¿Qué, copiando ahora del francés? -me dijeron con gran amabilidad en la redacción, tras la primera entrega.
No, no copiaba del francés.
Copiaba del chino. Como Delerm. Sin saberlo.
A principios de este último verano, la profesora de griego Kleri Skandami me invitó a la presentación de Loxandra, una novela de Maria Iordanidu. Yo no sabía absolutamente nada de todo ello, pero era una fiesta griega, con aceite de kalamata y retsina, y buenos amigos. Antes de salir eché un vistazo al libro para no dejar nada al azar, y entonces fue cuando me saltó a la cara como un reproche: "Cortar, en un atardecer de verano, con un cuchillo filoso un melón verdidorado sobre un gran plato escarlata. ¡Ah! ¿Qué si no es la felicidad?". Dos citas del mismo libro abrían uno de los capítulos de Loxandra. La otra decía: "Un viajero vuelve a casa tras una larga ausencia y ve la vieja puerta de su ciudad, y oye a las mujeres y a los niños en ambas orillas del río conversar en su dialecto. ¡Ah! ¿Qué si no es la felicidad?". Las citas habían sido sacadas de los Treinta y tres instantes de felicidad, de Cin Seytan.
Maria Iordanidu no estaba en la fiesta y además había muerto. En cuanto a Selma Ancira, la traductora, estaba bajo los efectos, al menos, de la música.
-¿Dime? ¿Seytan? ¿Qué Seytan? ¿El libro? ¡Ah, claro! Debe de ser un turco. Me gusta lo del melón.
A partir de esa noche sobrevino una glaciación muy larga. Mi amiga Kleri Skandami tomó la inesperada decisión de investigar hasta en el último pliegue de la cultura literaria otomana. Por mi parte, paseé muchas noches por la biblioteca nacional turca. Uno de los problemas de Internet es que todo lo puedes, y el hombre necesita límites. En www.logos.it, una magnífica web italiana, aprendí turco. Al menos lo suficiente para saber que seytan quería decir diablo. El descubrimiento complicaba las cosas porque entonces Cin Seytan podía ser un seudónimo. Un amigo viajó a Turquía: no sólo en busca de Cin. Como acostumbra, Kleri pasó sus vacaciones en Grecia, pero este año tenía un motivo de preocupación.
Hace un par de días llamó Kleri. Sobria, como es de natural.
-Lo tengo y es chino. Además, los Treinta y tres momentos están traducidos.
Había sucedido una tarde de verano. Una mujer leía un ensayo sobre la vida. Es verdad que todos los libros son eso, pero éste se llamaba La importancia de vivir y lo firmaba Lin Yutang. Cuando la mujer llegó a la mitad de la página 143, un epígrafe anunciaba la próxima aparición de Los treinta y tres momentos felices de Chin Shengt'an. El nombre sonó sobre el de su amiga Kleri como una campanita. Hacía meses, Kleri le había hablado vagamente de que Cin fuera Chin, y de todo lo demás, como una posibilidad remota. Ella era sinóloga, pero hasta aquella tarde no recordaba haber oído hablar de Shengt'an. Y sin embargo, ahí estaba, cercano, como los mejores placeres o los mejores asesinos.
Chin Shengt'an fue un ensayista chino del siglo XVII. Grande según cuentan. Practicaba con éxito y fama un género propio de aquella cultura y de aquel tiempo: los comentarios teatrales. Con el (pre) texto de una obra teatral, vertía sus juicios sobre el mundo. Largamente. En el comentario de una obra titulada Cámara occidental incluyó los Treinta instantes... Su origen es conmovedor y merecería ser verdadero: nacieron cuando Shengt'an y un amigo íntimo pasaron 10 días encerrados en un templo a causa de la lluvia. Entre las estrategias que establecieron para combatir el aburrimiento, la más celebrada fue la evocación de los momentos felices. Tal vez cuando llegaron a 33 la lluvia cesó.
La felicidad de Shengt'an tiene una carnalidad muy particular. Nada que ver con el amaneramiento de la felicidad pasada por el trámite de la literatura. Por ejemplo: "Me despierto de mañana y me parece oír que alguien suspira y dice que anoche murió alguien. Pregunto inmediatamente quién, y me entero de que es el tipo más astuto, más calculador de la aldea. ¡Ah! ¡No es esto felicidad!". O bien: "Mantener tres o cuatro manchas de eccema en una parte privada de mi cuerpo, y quemarlas o bañarlas de vez en cuando con agua caliente tras puertas cerradas. ¡Ah! ¡No es esto felicidad!".
Puesto que hemos de morir, leamos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.