"Pintar la serie de Remelluri ha sido un trabajo de desesperación"
Tras diez años de silencio, el pintor Vicente Ameztoy (San Sebastián, 1946) muestra en la Ganbara del centro Koldo Mitxelena su última producción artística, con el acompañamiento de algunas obras de otro tiempo. Según explica al propio Ameztoy, todo empezó con el encargo que le hizo la familia Rodríguez Salís-Hernadorena, propietaria de la bodega Remelluri, para que pintara un San Vicente de Huesca, patrón de los vendimiadores, en la ermita ubicada en esos pagos de Labastida (Rioja Alavesa). A partir de ese encargo siguió pintando santos. Surgieron así otras obras nominadas como Santa Sabina, San Ginés, Santa Eulalia, San Cristóbal y San Esteban, todos ellos de advocación mozárabe. En terrenos de Remelluri existieron esas ermitas, ya desaparecidas, pero que siguen dando nombre a los lugares donde se asentaron primitivamente. Para completar el trabajo, Ameztoy pintó un Paraíso sumamente complejo, irónico y desparpajado, un óleo sobre tabla de 142 x 213 cm. Mientras le formulo la primera pregunta sobre las obras de Remelluri, le recuerdo que en la muestra que presentó diez años atrás en Arteleku, bajo el título, Karne & Klorofila, se percibía la búsqueda de la cueva, el fondo primigenio, y que, refugiado en lo boscoso de la hierba, en los cloroplastos de los órganos de las plantas, se vislumbraba la necesidad imperiosa suya de volver a la infancia, como buscando una protección irrestañable, próxima a lo materno. Contesta Ameztoy: "Soy consciente de que también en estos trabajos hay algo de eso. Tanto el Paraíso como los santos de Remelluri son reminiscencias de la infancia". Le pregunto a continuación si en la edad adulta él ha tenido la necesidad casi coercitiva de volver a sentir una suerte de ingenuidad infantil. "Son regiones enormes como para que se puedan dar con todas las claves. Ahora bien, estas pinturas han servido para explorar en mi geografía interior", contesta.
Al hablar del entorno de Remelluri, el artista comenta que esa zona de Toloño fue un eremitorio donde hay cuevas hermosísimas. "He pasado muchas noches en ellas, con un poco queso, pan, vino y unas nueces. Es una experiencia inolvidable", afirma. Aparte de lo que se dice estrictamente un encargo artístico, la experiencia de Remelluri ha tenido mucho de mística. "Ha sido muy gratificante. Fue un trabajo de desesperación. Tenía que hacer una labor muy intensa. Estuve mucho pensando, decidiendo si lo hacía o no. Pero, al fin, valió la pena meterse en el ajo. Duró siete años. Y en todos esos años, lleno de dudas, como siempre", resume.
Por tratarse de pintura religiosa -la exposición hace referencia a lo sagrado y lo profano-, le pregunto cuál es su posición anímica respecto a lo religioso. "Al principio, de niño, en mi casa mi abuela vivía con cura fijo, y se celebraba misa todos los días. La presencia de lo religioso impregnaba a todo lo cotidiano. Después de ese momento, mi vinculación con lo sagrado es únicamente a través de la pintura religiosa, aunque no en calidad de formato espiritual, sino estético", responde. ¿Hay entonces una perspectiva simbolista regidora de su arte? "Tal vez la haya, pero no de manera consciente", dice el pintor.
Aunque la conversación quiera vivir el presente, con Ameztoy el pasado se torna capital. En otro tiempo parecía verse poseído por la abundancia de flora y lo boscoso. Sus pinturas se hallaban dentro del espíritu de Arcimboldo, Richard Dadd, John Everett, William Homan Hunt, Magritte, Delvaux y otros. Al preguntarle sobre cómo es el paisaje ahora y cuáles las referencias de sus obras , Vicente Ameztoy aclara: "Lo del verme poseído por la flora y lo boscoso era antes. Como el paisaje de Remelluri es más escueto y sereno, con una luz que a veces me recuerda a la que he palpado en Marrakech, eso no ha sucedido en esta ocasión. En cuanto a las referencias, siempre presentes en todos los artistas, diré que en este trabajo he tenido dos libros cerca de mí. Uno sobre Fra Angelico y otro sobre Piero della Francesca".
Ameztoy no se resiste a hablar de estos dos artistas de trececento italiano. "Me identifico mucho con Fra Angelico y con su espíritu pictórico. Cuando voy al Museo del Prado, el cuadro con el que paso más tiempo viéndolo, porque es el que más me interesa, es una Anunciación de este portentoso artista. Hay otros artistas que son grandiosos, como lo pueden ser Velázquez, Goya y tantos otros, pero el cuadro que me produce una exaltación especial es el de Fra Angelico".
En lo referente a la acción de pintar, le apunto si estaría de acuerdo o no con aquello que aludía Paul Auster cuando argumentaba que hacer arte consiste en explorar dominios que no se comprenden, que se nos escapan. "Sí, estoy de acuerdo, porque, al menos en mi caso, es un intento por trasladar el pensamiento a lo aprensible. Se trata de un intento por ver algo pensado. Califícalo si quieres como la búsqueda por plasmar imágenes mentales".
Hay una inscripción arábiga que aparece en el pecho del cuadro de San Vicente y que resulta enigmática. Intriga saber si dice algo algo reconocible o es sólo un recurso pictórico. Ameztoy contesta afirmativamente a lo primero. "Un libanés que pasó por Remelluri lo leyó a la primera", cuenta con una sonrisa satisfecha. "El texto dice lo siguiente: 'La mano que ha realizado esto desaparecerá, pero la huella de lo que ha realizado quedará".
En cuanto al futuro, asegura Ameztoy que no tiene nada pensado. "No sé qué saldrá", confiesa. Pero sí tiene seguro que no rinde como pintor en el mundo de las galerías y los tinglados comercialistas, porque le aterra la prisa.
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