_
_
_
_
Reportaje:

Cuatro corazones en el atasco

Antonio Jiménez Barca

"Te dicen de todo"

Hay días en los que la ciudad fabrica el atasco perfecto. El miércoles pasado fue uno de ellos: salida de puente festivo, aguacero y víspera del desfile de las Fuerzas Armadas en el paseo de la Castellana. En esos días, en Madrid hay puntos clave para la circulación que actúan como imán, como embudo o como ratonera de los vehículos; son cruces que absorben más coches que otros. Por ejemplo: Cibeles, la Gran Vía o la plaza de España. Y allí, en lo peor de lo peor, en el epicentro del atasco, cuatro policías, en distintos puestos, aguantaron insultos y retuvieron de forma milagrosa la marea de coches empeñados en salir de la trampa. Coinciden en una cosa. Aseguran que lo más difícil de aguantar "es a la gente". Fingen indiferencia. Pero tienen su corazoncito.

"Con el tiempo te inmunizas"

Fernando, de 28 años, pertenece a las últimas promociones de la Policía Municipal. Es aún uno de los novatos. Por eso, generalmente, está pegado al cruce. El miércoles, a las cinco y media de la tarde, a la hora en que todo Madrid se puso de acuerdo para llegar a casa a la vez, le tocó estar en Cibeles. Fue uno de los policías encargados de poner orden, a pie de calle, a una estampida sobre ruedas.Los coches bufan en el cruce de Cibeles con Castellana, a 100 metros de Correos. Llueve a mares, nadie entiende nada. La cercana parada de autobuses dificulta las cosas: de vez en cuando uno de estos monstruos rojos se pone en marcha y hay que dejarle paso. Cada vez que el semáforo se pone en verde, los automovilistas aprietan el acelerador y el ruido se vuelve insoportable. Los conductores ven el semáforo, piensan en meter la primera, suponen que van a salir de ahí, aunque sea unos metros. Da igual, así también se llega a casa, a trompicones. Pero el guardia del chubasquero amarillo les detiene, en medio de la calle, con las manos extendidas, como un penitente. Nadie puede seguir.

"Los peatones se abalanzan sobre los coches"

Un conductor, a 10 metros del policía, pita: "Puuuuuu". El otro, a cinco metros, le responde: "Maaaaaaaaaac". El tercero, a dos metros, se suma: "Poooooooc". El policía, convertido en estatua amarilla fluorescente, con el agua resbalándole por la gorra, sigue sin permitir circular a nadie. Y el cuarto automovilista, y el quinto, y el sexto, y todos a la vez, se unen para abroncar al que impide el paso: "Piiiiii-maaaaaaac-pooooooc". Como la mayoría de los automovilistas lleva la ventanilla abierta, no se oyen insultos. Por fin, el policía se aparta a un lado y da paso a la marabunta, que enmudece de repente, respira, y se pone en marcha en tropel. Cuatro minutos de respiro. Hasta que el agente tenga que detener de nuevo el aluvión. Hay otros tres policías apostados en Cibeles. Todos dentro de una escena idéntica.

"Ya ni oyes el ruido"

Fernando tiene claro el peor día de su vida profesional. No es éste. "En diciembre, una tarde, el año pasado, en la Gran Vía, con todos los aparcamientos llenos, y todo atascado, con los coches dando vueltas por el centro de la ciudad, sin poder detenerse en ningún sitio. Aquello fue espantoso, la gente venga a dar vueltas en coche y nosotros en medio. ¿Qué podíamos hacer? Es más, me estoy preparando para el próximo diciembre, porque seguro que me tocará".

Fernando, a pesar de todo, asegura que le gusta su trabajo: "La calle es entretenida. A cada rato pasa algo nuevo". Lo peor, los insultos: "Algunos te dicen de todo. Se meten con toda tu familia. Muchas veces, a todas horas. Pero yo me hago la idea de que insultan al uniforme, no a mí. Si no, me podría volver loco. No puedes dejar que esto te influya, tienes que hacer un trabajo. También hay que decir que hay mucha gente buena, que no grita, que acepta las normas y te hace caso si la amonestas", añade. "No entienden que si les dejamos pasar con el semáforo en verde, el atasco que se formaría en Cibeles sería monumental, se quedarían todos parados en medio de la plaza, y eso es lo que tratamos de evitar, porque entonces todo sería peor, tienen que cumplir nuestras indicaciones, no lo hacemos por gusto, lo hacemos por su bien, para que todo este lío acabe pronto". Han pasado los cinco minutos, la manada de automóviles está de nuevo ahí, en el cruce. Tranquila aún porque el semáforo está en rojo...

Antonio, de 35 años, se aposta en medio de la plaza. Son las seis de la tarde. El embotellamiento, lejos de remitir, engorda. Él ya no vigila la calle desde un cruce. Se ocupa de coordinar, de acudir a los sitios más necesitados. En seguida se hace cargo de la situación: "Han cortado un carril en la Castellana por la preparación del Día de las Fuerzas Armadas; por eso, el agente del cruce necesita retener los coches más tiempo. Si no lo hiciera, se atascarían todos en la Castellana. Si Antonio tuviera tiempo de explicar eso a los cientos y cientos de conductores que se sienten prisioneros dentro de su automóvil... Pero no es posible. Así que la sinfonía de piiiii-maaaaaac-poooooooc se reproduce en las cuatro esquinas de la plaza. Para colmo, no para de llover. Antonio, que lleva más de 12 años regulando el tráfico en las calles de Madrid, asegura que la plaza de Cibeles "tiene muchos secretos, pero en días como éste...". Él habla también de los insultos y las pitadas: "Con el tiempo te inmunizas", afirma, resignado.

Un poquito más arriba está la plaza de Callao. Es el puesto de Javier, de 37 años. Le gusta lo que hace. Y se nota. El miércoles, en 15 minutos, amonestó a un automovilista que llevaba el parachoques suelto, se enfadó a un par de viandantes que se jugaron el tipo cruzando por donde no debían y detuvo a un inmigrante nigeriano que conducía con un carné falsificado. Todo eso mientras daba paso a cientos de automovilistas metidos en coches que a su vez estaban metidos en uno de esos embotellamientos que parecen organizados por el diablo. "Al nigeriano no le pasará nada, porque tiene todos los otros papeles en regla, pero deberá sacarse el carné de conducir español. Entre otras cosas, porque no tiene ni idea. Ha hecho un giro fatal. Por eso lo he descubierto. Es que esas cosas no se deben hacer", comenta Javier.Callao tiene sus peculiaridades. Los peatones se lanzan a cruzar en cuanto ven un hueco, sin importarles nada lo que indica el semáforo. La lluvia, que sigue cayendo, mete más prisa a todos. Los coches se detienen a un metro de un peatón que va por donde no debe. Decenas de viandantes salen detrás de él, como hipnotizados. Los de los coches, rodeados de repente por peatones, pitan. Los viandantes siguen. Javier intenta poner orden: "Aquí tienes que estar tan atento a los coches como a los transeúntes. Los que van andando no respetan el semáforo y se abalanzan sobre los coches. Y si les atropellan, tú eres el responsable en el fondo".

Si se le pregunta si ha multado a viandantes, este policía responde: "Pues sí, claro, con 5.000 pesetas. Por cruzar corriendo y jugarse la vida". Javier es nervioso, diligente, inmune al chaparrón. Recorre la plaza sin parar, mientras una voz metálica le alerta a través del radio-transmisor del aluvión de vehículos que le llega desde plaza de España, la llave de la ciudad, la que abre o cierra otro compañero que también estará aguantando allá abajo lo suyo. Javier sigue. Contesta sin dejar de mover la mano. Recibe instrucciones con palabras cifradas, con frases llenas de "palmas" y "deltas" [indicativos de las diversas unidades]. Responde con un "cambio". Luego concluye: "No digo corto porque aquí nunca se corta".

Los coches que le llegan a Javier desde la plaza de España los reenvía con aspavientos acelerados, como el que se deshace de un enjambre de abejas, hacia Cibeles. Allí, en el cruce de Alcalá, los recibe, entre otros, José Antonio, de 37 años, 12 de ellos en la calle. Más tranquilo que sus compañeros, más veterano también, ha desarrollado cierta filosofía que le ayuda a soportar la avalancha. "Ya, ni oyes el ruido. Cuando llueve o hace frío te pones camisetas o jerséis debajo de la camisa reglamentaria. Está permitido. Lo malo es cuando hace sol. Entonces no hay nada. Sólo esperar que un compañero te releve", cuenta.Para retransmitir el Día de las Fuerzas Armadas, Televisión Española instala una grúa en medio de la plaza. Hay unidades móviles y operarios que complican aún más la tarde. Sale de nuevo otro autobús. No deja de llover. Son, más o menos, las siete de la tarde. Siguen llegando batallones de coches de Atocha. Anochece, pero queda mucho hasta las once. Sólo entonces estos cuatro policías podrán hacer lo que hacen todos los que les abroncan desde el coche: irse a su casa.

Un cruce, 170.000 pesetas al mes

Los policías municipales que regulan los cruces de Cibeles ven pasar cada día una media de 200.000 coches. En una jornada complicada, como la del miércoles, la cifra puede incrementarse incluso. En la plaza de Callao, el número de vehículos ronda los 70.000 diarios, según el Ayuntamiento.La Policía Municipal cuenta con una plantilla de 5.000 efectivos. En los próximos meses se incorporarán 600 más. ¿Cuántos de ellos se ocupan de vigilar el tráfico? "Es difícil responder", apunta un portavoz de la Policía Municipal, "ya que eso depende de los días, de las intensidades de la circulación, de los atascos...".

Este portavoz, de cualquier forma, asegura que "el tráfico es la principal misión de la Policía Municipal, y todo está supeditado a eso". "No sólo los que están en los cruces se encargan del tráfico: también están para que mejore la circulación los que se ocupan de mantener despejados los carriles-bus, los que van con la grúa...". Los policías que se apostan en los cruces, generalmente recién salidos de la academia, cobran, aproximadamente, 170.000 pesetas al mes.

No hay puestos fijos. Cada policía se entera al llegar a su unidad del destino que cubrirá esa tarde. Hay agentes que día tras día se colocan en el mismo cruce, pero esto no es lo normal.

"Años atrás, un policía que se colocaba en la Gran Vía fue famoso porque permaneció allí durante mucho tiempo: los taxistas le saludaban y los conductores de autobuses. También fue muy conocida una policía que durante bastantes años se situó en Cibeles", explica José Antonio, un policía municipal especializado en tráfico. "Pero eso ya no pasa ahora. Hay muchos coches y, quitando los de las tiendas, nadie te conoce: lo de Manolo, guardia urbano es historia".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_