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El comisario

A mí los policías siempre me dieron grima. Tal vez porque conocí de chaval a aquellos comisarios del franquismo de aspecto siniestro y voz de "queda usted detenido". Tal vez porque supe de su altanería, a medio camino entre un mariscal prusiano y un chuloputa. Quizá, también, porque se me antojaban fuertes con los débiles y débiles con los fuertes, lo cierto es que mantenía una notable prevención hacía ese colectivo profesional. Como tanta gente de a pie, estaba harto de ver películas americanas protagonizadas por policías educados, comprensivos, eficaces y honrados. Agentes del orden extremadamente profesionales que cumplían con su trabajo sin arrollar a la gente. La comparación resultaba tremendamente odiosa, allí estaban esos funcionarios impecables mientras que los de aquí parecían unos cebollos.Con la llegada de la democracia, fui revisando poco a poco esos esquemas. El Cuerpo Nacional de Policía fue el primero en adaptarse a la nueva situación, pasando de detener rojos a protegerlos con una normalidad pasmosa. No digo yo que estuvieran entusiasmados con los cambios y acontecimientos políticos que experimentaba el país, pero, salvo excepciones puramente anecdóticas, nunca se oía en las comisarías el ruido de sables que entonces tronaba en los cuartos de banderas. Corregí al alza esos clichés casi al mismo tiempo que se desvanecían los que había forjado sobre la policía de otros países occidentales. Viajar enseña a desmitificar lo de fuera y me bastó sentir la mirada arrogante de un bobby inglés, el trato despreciativo de un policía de Nueva York o la exhibición de brutalidad que presencié en el barrio Latino de París durante una manifestación disuelta a palos por las Compañías Republicanas de Seguridad para que cayera mi elevado concepto sobre esos cuerpos policiales extranjeros.

Persistían, no obstante, las reticencias en torno a los funcionarios de seguridad españoles, alimentadas en gran medida por el trato seco o distante y las reservas que casi siempre mostraban hacia los periodistas. Para acceder a la información que manejaban había que meterse en su mundo y emplearse a fondo en eliminar la barrera de desconfianza, cuando no de rechazo, que permanecía alzada ante los medios de comunicación. Hubo esfuerzos notables por parte de algunos directivos del cuerpo por derribar esa muralla, pero personalmente nunca tuve la sensación de que se agrietaba hasta que conocí al comisario Sánchez.

José Manuel Sánchez es el comisario jefe de la zona Centro de Madrid, un leonés de El Bierzo que lleva la chapa de policía prendida en las entrañas. Inteligente y capaz, Sánchez rebosa conocimientos y experiencias cuando habla, logra transmitir a sus interlocutores el entusiasmo y el afecto hacia su profesión. El suyo es un discurso descarnado hasta la procacidad, que, sin embargo, nunca deja huérfano de sensibilidad. Da igual que en su parlamento desfilen ladrones o asesinos. No importa el que argumente sobre putas, drogadictos o mendigos; siempre mantiene por encima de todo un punto de respeto al ser humano y a la circunstancia que le condujo al crimen o la marginalidad. Me consta que es exigente en el trabajo y que le canta la gallina al lucero del alba, sea jefe o subordinado. El lunes, día 2 de octubre festividad de los Ángeles Custodios patrón de la policía, José Manuel Sánchez recibió en acto solemne la medalla al mérito policial. Era, según la nota del Ministerio del Interior, el reconocimiento a su labor como coordinador de la Zona Centro. La ceremonia de entrega tenía lugar por la mañana en el acuartelamiento de Canillas.

Ese mismo día, por la tarde, me aseguraba que había un compañero en su comisaría que se merecía mucho más la medalla y que no se la habían concedido. No me pareció que hablara con la boca pequeña, ni tampoco que el suyo fuera un ejercicio de falsa modestia; sentía lo que decía. Al comisario Sánchez le concedió el Rey no hace mucho la Orden del Mérito Civil a petición del Ministro de Exteriores. Aquello fue por resolver con diligencia un asuntillo internacional, campo en el que tiene buena mano por su condición de vicepresidente de la Unión Europea de Sindicatos de Policías. Siempre he pensado que la vida pocas veces premia por lo que más mereces. El de José Manuel es un caso claro. A él debieron laurearle por romperse el corazón y los intestinos poniendo el alma en su trabajo, por defender un modelo policial honesto y profesional y por sacar de cabezas como la mía la imagen del policía tarugo. Por eso y por aguantarme como amigo. Enhorabuena, comisario.

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