Construir el futuro
Éste es el desafío. El mismo que han tenido otras generaciones que nos han precedido. Aquellas que, en la convicción de que el presente no podía destruir el futuro, fueron capaces de restablecer las libertades democráticas sin reproches y sin ira, nos hicieron partícipes del apasionante reto de la construcción europea, pactaron un sistema institucional que abrió la esperanza a los deseos de autogobierno y a un proyecto modernizador y de convivencia pacífica. Este importante legado es el que hemos heredado, con sus luces y sus sombras, como toda obra humana, la generación que hemos asumido responsabilidades políticas en los albores del siglo XXI.Y nuestra responsabilidad es gestionarlo con el mismo espíritu y diligencia de aquellos políticos preclaros, como Juan Ajuriagerra, que tuvieron visión de futuro y supieron ubicar sabiamente la herencia histórica del PNV de la República en la senda de un proyecto de futuro, el proceso de construcción del autogobierno vasco. Hitos como la Disposición Adicional Primera de la Constitución, el Estatuto y el Concierto Económico son patrimonio de toda la sociedad vasca, pero también están en el haber (véase el Diario de Sesiones de las Cortes Generales y las hemerotecas), en lo que respecta a la sociedad política, principalmente del PNV. Lograr estos hitos supuso enfrentarse y convencer a adversarios políticos que se conformaban u ofrecían una autonomía vasca política y financieramente menos desarrollada que la actualmente en vigor. Pero, sobre todo, supuso enfrentarse radicalmente a todo un cuerpo político y social que -amparándose en la actividad terrorista de las dos versiones de ETA, Político-militar y Militar- aspiraba a la ruptura y se había socializado en la política desde parámetros revolucionarios antifranquistas, mezclando independencia con desestabilización del sistema, y no desde la conciencia histórica de los partidos democráticos institucionales y en sintonía con nuestro sistema occidental.
A lo largo de estos veinte años, este cuerpo político-social radical ha visto menguado su peso de manera importante, cualitativa y cuantitativamente, pero ha mantenido su activismo político y social con apoyos minoritarios pero considerables. Si a ello le sumamos que la actividad terrorista persiste y mutándose es capaz de generar una dinámica de socializar la inseguridad y el terror, amén de marcar la agenda política y mediática, nos encontramos realmente ante un problema que no se ha solucionado y que además corre el riesgo de enquistarse. Y el problema es de todos, no sólo porque se ha socializado el horror del terror, sino porque políticamente un país no puede abordar serenamente los retos del futuro con un factor de desestabilización así. Parece como que estos dos últimos años se hayan desatado fuerzas extrañas y borrado todo el camino andado hasta el Plan Ardanza y lo que era una puerta abierta se haya cerrado por decisión de alguien o algunos que no han entendido lo que fue el espíritu de la transición. El riesgo de fractura no es virtual, es real. El coste puede ser impredecible para Euskadi, pero también para el Estado español. Por ello, en estos tiempos, más que nunca, es preciso vencer la demagogia con la democracia. Y dar un toque de atención sobre la necesidad de que no nos veamos retratados en el ácido comentario que hizo Tockeville de Luis Napoleón en su obra sobre los Recuerdos de la Revolución de 1848 al analizar la situación de aquel hombre extraordinario "no por su genio, sino por las circunstancias que habían podido llevar tan arriba su mediocridad".
La situación actual exige disponer de una visión de Estado, no un horizonte partidario.
La visión de Estado exige gestionar el futuro y, desde luego, no con la mentalidad del rentista que sólo quiere conservar. Gestionar el futuro es construir riqueza, es adaptarse a las nuevas reglas que están aflorando como consecuencia de una nueva economía abierta, ofrecer, en definitiva, respuestas sensatas a un mundo glocal, mezcla de global y local donde, hago mías las palabras de J. M. Guehenno cuando afirma que, "ya no se trata de imponer desde arriba una dirección común sino, más sutilmente, de gestionar unas identidades y asegurar la compatibilidad de estas identidades con otras identidades". En este sentido, la responsabilidad nos obliga a todos, y al igual que la generación de la transición, el futuro debe estar bien presente en nuestras decisiones. Y la situación en la que nos encontramos es de encrucijada, tanto en el orden doméstico como en nuestra posición internacional.
Nosotros, tal como manifestó el lehendakari, hemos aprendido del error. Y lo que es más importante, en política es preciso no olvidar jamás que el efecto de los acontecimientos debe medirse menos por lo que son en sí mismos que por las impresiones que producen. En política esto se paga, pero no hasta el extremo de hacer plausible el cainismo político al que nos quiere llevar ETA. La ofensiva terrorista y el horror que trae consigo, materializado en sufrimiento humano, de personas, de familias, de amigos, está socavando entre los partidos del bloque institucional, el principal valor de futuro: la validez del propio sistema institucional y democrático frente a los que quieren subvertir las reglas de juego.
Nuestra responsabilidad nos obliga a recuperar los puentes de diálogo e impedir de este modo que el objetivo político de ETA, que hoy no sé si es tanto, en su totalidad, la independencia de Euskadi como que, en alguna medida, la desestabilización, se consume. Hagamos realidad el diálogo, no pongamos el muro del horror como excusa para el no al diálogo, porque alguien o algunos se están equivocando de enemigo.
Afloremos, y hagamos subir al escenario del diálogo, las cuestiones y las discrepancias, sin complejos, porque es la única manera de superar juntos el desafío de ETA. Los mimbres para el debate existen, porque, a pesar del asfixiante y paralizante panorama político, personas cualificadas del ámbito estatal y vasco están poniendo lo mejor de sí al servicio del futuro (véase, a modo de ejemplo, el excelente libro sobre Derechos Históricos y Constitucionalismo Útil,coordinado por Miguel Herrero, Ernest Lluch, Jon Arrieta y Jesús Astigarraga) y personas relevantes del panorama político están avisando de los riesgos. Y el debate, desde la fortaleza de la defensa, sobre cualquier otra consideración del respeto a los derechos humanos es adaptar el actual autogobierno vasco, que es fruto de un pacto político, al nuevo escenario europeo y a un mundo nuevo que está aflorando, radicalmente diferente a aquel en el que se gestó la Constitución española y la Autonomía vasca. Curiosamente, ambos textos dan cauce para ello con su virtualidad. Y hagámoslo, desde su cumplimiento íntegro, sin caer en debates nominalistas y procedimentales estériles. Hagamos posible que la sociedad vasca se defina sobre el futuro que quiere para sí.
Nosotros queremos un País Vasco que, utilizando la misma terminología de Lyotard, Rifkin... para la economía-red, tenga acceso a múltiples circuitos, que esté conectado on-line con el resto de realidades, porque en el futuro esto va a ser más importante que el tener propiedades o el ser autónomo en la economía de mercado. Y España no puede detenerse en formas de soberanía petrificada que responden al pasado y no a un mundo que cambia. Y por ello termino recordando a Jean Monnet, cuando, refiriéndose a los problemas entre Schuman y Bidault en los primeros pasos de la construcción europea, dice en sus Memorias: "Uno y otro habían rechazado la dominación nazi, pero de esta experiencia no habían sacado idénticos reflejos. Los de Bidault seguían crispados. Quería a Europa, pero la quería francesa. 'Hacer Europa sin deshacer Francia', decía Bidault. Era una fórmula irreprochable, y yo la habría suscrito (nos cuenta Monnet), si para él no hubiera equivalido a una negativa para avanzar por el camino de la delegación de soberanía"..
Iñigo Urkullu Renteria es presidente del Bizkai Buru Batzar de EAJ / PNV
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