La trama del falso 'eslabón perdido'
El hallazgo del eslabón perdido entre los dinosaurios y las aves resultó ser un fraude, pero la investigación posterior sobre el desaguisado ha descubierto una trama de secretos, mentiras y autobombo propia de las novelas de espionaje. La sociedad National Geographic, que difundió en octubre de 1999 el descubrimiento y tuvo que reconocer después su falsedad, ha decidido tirar de la manta y repartir culpas entre científicos y expertos.
Composición
"Ésta es una historia en la que ninguno de los personajes sale bien parado", afirma Lewis Simons, el investigador al que la revista de la National Geographic, de igual nombre, encargó que tirara del hilo de la madeja.La culpa de todo la tuvo un fósil de 120 millones de años, Archaeoraptor liaoningenis, al que su descubridor, el experto Stephen Czerkas, definió como "el eslabón perdido entre los dinosaurios terrestres y los pájaros que pueden volar". El fósil era, en realidad, una hábil superposición de los fósiles de distintos animales, pero expertos y paleontólogos creían que tenían entre manos la prueba irrefutable de la mismísima evolución. De ahí a afirmar que el Tiranosaurus rex, el más feroz de los dinosaurios, tenía plumas, faltaba un paso.
"¿Cómo ha podido ocurrir algo así?", se preguntaron de inmediato en la sociedad National Geographic. La respuesta la han dado a conocer en el número de octubre de la revista. Primero, han averiguado que el falso fósil lo preparó un campesino de Jinzhou (China), con retazos auténticos de varios fósiles distintos. Las penas impuestas en ese país a la exportación de fósiles, que van desde dos años de cárcel a la ejecución, explican el secreto sobre su origen.Czerkas, propietario de un museo de dinosaurios en Blanding (Utah, EE UU), pagó 80.000 dólares (15 millones de pesetas) por la pieza, pero enseguida intuyó que podía valer un millón o millón y medio de dólares. El paleontólogo Philip Currie, del Royal Tyrrel Museum de Alberta (Canadá), puso el asunto en conocimiento de la National Geographic, y a partir de este momento todo empezó a rodar: la investigación ha descubierto "un relato de secretos, confidencias erróneas, egos rampantes, autobombo, asunciones de novato, errores humanos, terquedad, manipulación, mentiras y corrupción y, por encima de todo, una falta abismal de comunicación", resume Simons.
Más tarde entra en juego un experto en rayos X de la Universidad de Texas, Timothy Rowe, quien se compromete a hacer un descuento de 10.000 dólares por sus trabajos si se accede a incluirle como coautor en el hallazgo. Aunque los análisis de rayos X demuestran que hay piezas superpuestas o unidas, nada trasciende, dice Simons, por las presiones de los Czerkas, Stephen y su esposa Sylvia, que tienen en los dinosaurios su afición principal, pero no títulos que acrediten sus conocimientos.
Los integrantes del proyecto incorporan también a un científico chino, Xu Xing, pero éste apenas tiene dos días para ver el fósil. Además, deciden devolver a China la pieza, ya que procede de un robo, y los expertos y científicos obtendrán suficiente renombre por su descubrimiento. Currie estaba tan ocupado en otros compromisos en diferentes partes del mundo que tampoco alerta a la National Geographic sobre las deficiencias observadas por Rowe con rayos X.
Todo continúa, pagado con los fondos de la prestigiosa institución, hasta que en octubre de 1999 se presenta el hallazgo. Para colmo de males, el trabajo no fue revisado como debería haberlo sido, por expertos de la revista científica Nature, porque el original no llegó a tiempo. Solamente el paleontólogo chino, Xu Xing, envió un mensaje por correo electrónico a los implicados diciendo que, una vez revisado el fósil, podía afirmar sin lugar a dudas que era falso.
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