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DEBATE SOBRE EL ESTADO DEL DEPORTE ESPAÑOL

El precio de la dejadez

El deporte español ha sido víctima de la falta de liderazgo y de la incoherente política del PP

Santiago Segurola

Después de Sydney, el desasogiego ocupa el lugar de la complacencia en el deporte español, que ha seguido una trayectoria inversa al europeo. Han sido unos Juegos notables para los países de la Unión Europea, algunos de los cuales han alcanzado resultados históricos. El Reino Unido ha obtenido sus mejores resultados desde los Juegos de Amberes, en 1920. Italia y Francia mantienen su crecimiento. Holanda ha actuado con una precisión quirúrgica. Grecia se incorpora a la lista con un balance notable. Lo que distingue a todos estos países es un altísimo grado de atención al deporte de alta competición. Se han preocupado por definir un proyecto, o por mejorarlo, o por girar radicalmente con respecto a deficiencias anteriores, sobre todo en el caso británico, donde la inyección de dinero procedente de la lotería ha sido completada por un exhaustivo estudio del modelo australiano.En Europa se ha pensado a fondo sobre el deporte durante los últimos cuatro años. En España, no. A la luz de la rebolera de opiniones que se han escuchado en la última semana, los resultados de Sydney son la consecuencia de un periodo de lastimosa complacencia, rayana en la dejadez. Causa asombro el interés de algunos sectores gubernamentales por trasladar la responsabilidad a la administración anterior. Durante los cinco últimos años, esos sectores han sido incapaces de articular un programa renovador en el deporte. Ni renovador, ni nada, porque no ha habido un plan digno de tal nombre.

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El deporte español ha vivido demasiado tiempo del modelo que se preparó para Barcelona 92. Aquella estructura, ejemplar en casi todo, sirvió para sacar a España del irrelevante papel que tenía en el concierto internacional. Pero la obra ha quedado interrumpida por una política incoherente. A la demoledora rueda de Secretarios de Estado para el Deporte -cuatro desde la llegada del PP al poder en 1996-, se ha unido un desenfoque sangrante en la perspectiva de la Administración. Lejos de proponer una alternativa a un modelo que comenzaba a dar síntomas de agotamiento, el Gobierno -jaleado por los corifeos de rigor- se perdió en el absurdo bosque de la guerra del fútbol, en ajustes de cuentas con empresas privada, en sectarias actuaciones que le impidieron diseñar una política vigorizante del deporte.

El Gobierno ha fracasado en su labor de tutela y desarrollo del deporte. En los último cinco años, los signos de deterioro se han multiplicado. El ADO no ha cumplido el papel selectivo que le correspondía; los desajustes con las Comunidades Autonómas se han agravado; ha crecido la desconfianza entre la Administración, las federaciones y el Comité Olímpico Español; han faltado ideas y liderazgo. Detrás de todas estas lacras, hay una sensación de estupor que se advierte en el debate abierto tras los Juegos de Sydney, como si la parálisis se hubiera adueñado de los sectores directivos del deporte. Y peor aún, no se adivinan señales optimistas. Por ahora, no hay un un plan a la vista, un tablón al que agarrarse en estos tiempos de crisis.

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